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Fascismo en el Uruguay

  • Gonzalo Abella
  • 10 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Benito Mussolini comenzó su carrera política en el Partido Socialista de Italia. Expulsado, mostró su verdadera naturaleza cuando se incorporó a grupos derechistas de acción violenta, unificados finalmente por él bajo el nombre “fasci di combattimento”. De ahí surge el partido “fascista” y surge el término que dará nombre a todo un movimiento mundial que aún existe y existirá mientras exista el Capitalismo. Italia desde 1922 y Alemania desde 1933 fueron gobernadas por fascistas. Los “nazis” (NSAP) fueron la expresión fascista en Alemania, y adoptaron hasta el mismo saludo de origen imperial, como lo hizo luego la España de Franco.

El arraigo popular fascista desorientó a mucha gente de izquierda. Trotskistas y anarquistas, por ejemplo, veían en el fascismo un movimiento de pequeñoburgueses fanáticos que oscilaban en el apoyo de diferentes clases sociales. La Tercera Internacional (Komintern, unión de los Partidos Comunistas) definió por primera vez con claridad la naturaleza del fascismo en todas sus variantes. El fascismo es la dictadura terrorista del Capital financiero con fachada de demagogia social. En Italia, los fascistas prometían recuperar el brillo del antiguo Imperio Romano; en Alemania, prometían un socialismo pero sólo para los “arios” (“ario” es un concepto que atribuye un origen común a germanos, nórdicos y algunos pueblos rubios de Asia). Su encendido (y falso) nacionalismo confundió a algunos políticos latinoamericanos que se definían como “nacionalistas”. En el Uruguay Luis Alberto de Herrera simpatizó con el eje nazi hasta que éste atacó a su amada Inglaterra.

El primer pacto militar entre los gobiernos fascistas de Alemania, Italia y Japón se llamó precisamente “Pacto Antikomintern”. La prioridad común era derrotar al Comunismo, más aún que el antisemitismo, del que se ocupó especialmente la variante “nazi”.

En el Uruguay, la primera dictadura fascista tuvo lugar en 1933, con el apoyo de sectores de los partidos colorado y blanco. Hubo una resistencia multipartidaria con conatos de resistencia armada. Bajo las balas fascistas cayeron comunistas como Julia Skorino en San Javier y los batllistas Grauert y Brum. Este último reservó la última bala para sí mismo para no entregarse con vida.

La presión norteamericana fue el factor decisivo para que los sucesivos gobiernos uruguayos abandonaran el apoyo al bloque abiertamente fascista y alinearan con el imperialismo ahora triunfante. Desde entonces la R. O. del Uruguay fue una democracia burguesa, abstracta, hasta los años 70. Desde ese momento, y ante un contexto de lucha popular en ascenso en todo el Continente, el propio imperialismo norteamericano impulsó a los sectores fascistas a reactivar sus intentos golpistas. Entre 1973 (nuevo golpe fascista) hasta 1985 (salida negociada) el imperialismo yanqui demostró que el fascismo era un recurso que aplicaba cada vez que fuera necesario, y que una vez que cumpliera con el trabajo sucio, podía sustituirlo con democracias tuteladas e “izquierdas” domesticadas.

En esas democracias tuteladas, la Socialdemocracia domesticada y servil se alterna con la derecha clásica; pero el fascismo queda agazapado como plan alternativo, por si el pueblo organizado desborda algún día los límites tolerables por las Trasnacionales.

Y en momentos de crisis de programas, tal como pasa en las democracias tuteladas de Europa, el fascismo se presenta aquí a elecciones como Cabildo Abierto, hace jugar su demagogia con los más pobres, y ya ocupa puestos claves en la actual coalición de gobierno.

Su fachada demagógica es su falso artiguismo y el uso de de la primera bandera de Artigas (o sea, la argentina pero con listones rojos adentro de cada franja azul) como bandera partidista. El nombre “cabildo abierto” es exactamente lo contario a su esencia. En los “cabildos abiertos” coloniales participaban todos los ciudadanos en asamblea horizontal; en cambio, el partido que hoy lleva ese nombre es una organización rígidamente vertical con fachada deliberativa. Su discurso mezcla por ahora algunas reivindicaciones nacionalistas con la defensa de nuestros verdugos de ayer.

La coalición que nos gobierna es brutalmente neoliberal, o sea, expresa el liberalismo en tiempo de Trasnacionales. No es una coalición fascista, pero lleva el fascismo en sus entrañas. No podemos bajar la guardia.


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