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La luz de Octubre

  • Gonzalo Abella
  • 6 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Noviembre de 1917 se iniciaba con sombríos augurios. Corrían los años de la Primera Guerra Mundial, que era una carnicería entre los pobres del planeta por la ambición de los capitalistas. El conflicto estaba planteado entre Estados imperialistas que ya tenían colonias y áreas de influencia contra otros Estados igualmente imperialistas que querían disputárselas.

Los partidos obreros de Europa Occidental, con dirigentes sobornados, habían abandonado el internacionalismo para alinear cada uno de ellos en defensa de su correspondiente burguesía, argumentando que eso era la defensa de “su” Patria.

Pero en estos partidos “de la izquierda” quedaban sectores minoritarios que seguían condenando la Guerra imperialista, y por ello eran declarados traidores a “sus” respectivas patrias.

El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia también se había quebrado en dos alas. Los revolucionarios consecuentes que en 1903 fueron mayoría en su seno (mayoría = “bolshinstvó”) pasaron a ser llamados “bolcheviques”. Perseguidos como enemigos del Estado, incomprendidos al principio por la mayoría de los obreros y los campesinos, resistieron en la clandestinidad con una férrea organización, sin renunciar a sus principios.

Y los vientos cambiaron. La guerra mostraba al sufrido pueblo ruso el engaño y la corrupción de la autocracia tsarista. Ya no eran los tiempos de Catalina la Grande, sino de una oligarquía imperial degenerada que, alineando con los vencedores, era igualmente derrotada. Los soldados a la fuerza, que eran campesinos y obreros, empezaron a rebelarse contra los oficiales ineptos. Como ya había pasado en 1905, la gente indignada creó células auto convocadas de poder popular, que llamaron “consejos” (consejo = “soviet”).

Los grandes inversores extranjeros en el petróleo y la minería rusa entendieron que la situación podía explotar y recomendaron a sus socios locales que destituyeran al Tsar y lo cambiaran por un Gobierno Provisional y la promesa de una Constituyente. Eso había pasado en febrero; pero cuando el nuevo gobierno anunció que mantenía los acuerdos con los aliados, que la guerra seguía, el furor del pueblo volvió a estallar.

Por eso en noviembre de 1917 los bolcheviques levantaron las consignas más simples y más sentidas: paz, pan y tierra. Y con un fuerte movimiento popular de respaldo, tomaron el Poder y se encaminaron a construir el Socialismo en las condiciones más duras imaginables, y a través de una “dictadura de proletariado” basada en la alianza obrero – campesina y en los soviets como su expresión democrática popular.

Aclaremos algunas peculiaridades.

Rusia, por presión de la Iglesia Ortodoxa, mantenía el antiguo calendario “juliano”, o sea que allí aún no estaban a comienzos de noviembre sino a finales de Octubre; de ahí el nombre de la revolución. Aún bajo gobierno soviético y hasta hoy, que Rusa adhiere al calendario gregoriano (el nuestro) la Navidad (no el año nuevo) se festeja según el calendario juliano.

La capital histórica, desde donde gobernaba “El Tsar de Todas las Rusias” había sido Moscú; pero Pedro El Grande la había trasladado al Norte y a la nueva ciudad capital le había puesto nombre alemán: Petersburg. Este Tsar occidentalizado se autodefinió como “Emperador”. Pero en la Primera Guerra Mundial, cuando Alemania ya era el enemigo, la ciudad rusificó su nombre: pasó a llamarse Petrogrado. La gente le llamaba “Píter”. El gobierno bolchevique volvió a trasladar la capital a Moscú y (después de la muerte de Lenin) llamó Leningrado a esta ciudad fundada por Pedro el Grande. Tras la restauración capitalista de 1990 la ciudad pasó a llamarse “San Petersburgo” pero la capital siguió siendo Moscú.

El espíritu bolchevique empezó a decaer ya en la década del 50, a la muerte de Stalin, cuando los oportunistas empezaron a copar posiciones claves en el Partido y el Estado, ocupando los puestos de los millones de heroicos bolcheviques caídos en la primera línea en la Segunda Guerra Mundial. Pero la siembra gigantesca de aquella Revolución de Octubre sigue viva. La necesitamos.


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