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Siglo XXI y lucha de clases

  • Gonzalo Abella
  • 3 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Los siglos XIX y XX parecían más sencillos de comprender que el actual. Las fuerzas milenarias de la opresión, esclavistas en la Antigüedad, ahora se expresaban en la explotación capitalista de los asalariados. Ya en el siglo XIX los capitalistas de Europa oprimían a los trabajadores en sus propios territorios, y saqueaban ferozmente los otros Continentes. En el siglo XX estos mismos capitalistas exportaron filiales de sus empresas para oprimir directamente a los trabajadores en los países más lejanos y para saquear directamente sus riquezas, contaminando todo a su paso.

Los movimientos revolucionarios tenían un rumbo claro: romper las cadenas de esta opresión, construir un mundo sin opresores ni oprimidos. Y el Mundo avanzaba en esa dirección: a mediados del siglo XX, el Estado más extenso del mundo y el país más poblado, pusieron el rumbo hacia transformaciones profundas. Una serie de Estados siguieron sus pasos con una enorme diversidad de marcos teóricos.

Y de pronto, en los años 80, todo pareció derrumbarse. El retroceso de los colosos socialistas y sus pequeños Estados aliados no fue total, porque quedaron países y pueblos en heroica resistencia hasta hoy; pero lo que se puso en cuestión era una regularidad que se había observado hasta entonces en la Historia de la Humanidad: que el desarrollo de las Fuerzas Productivas (desde la invención del arado a la Revolución tecno-científica) llevaba, en cada época, a que un Modo de Producción fuera sustituido por otro más eficiente; que apareciera una Formación Socioeconómica nueva, de acuerdo con las aspiraciones de las clases sociales que impulsaban el cambio productivo y la transformación social.

Por eso en el siglo XX, el desarrollo de las Fuerzas Productivas, la globalización de la Economía y la lucha de los pueblos parecían garantizar en su conjunto un rápido avance de la Humanidad hacia el Socialismo. Pero hacia 1980 estaba claro que el Capitalismo recuperaba terreno en todo el Planeta. Este retroceso parecía contradecir dos principios de la teoría dialéctica de la Historia: la primera establece que la acumulación de choques internos en cada Sociedad opresora siempre terminan en un salto cualitativo; y la segunda, que hay una relación interactiva, dialéctica, entre forma y contenido (por ejemplo: no puede haber opresión capitalista en una sociedad que carezca de la debida productividad, y no debería sobrevivir el Capitalismo en un nivel superior de Ciencia y tecnología como el actual).

Pero ya en el siglo XIX, en Europa, se había advertido que las leyes dialécticas de la Historia se cumplían como tendencia, con idas y vueltas, y no como fórmulas matemáticas rígidas. El auge revolucionario obrero de 1848 terminó con una brutal represión; la Asociación Internacional de Trabajadores se disolvió, y los socialistas fueron brutalmente reprimidos por décadas en Alemania. Recién en 1871 en París apareció una luz obrera, que se extinguió en pocos meses. Marx, que después de 1848 había experimentado una prolongada y asfixiante paz de clases en Inglaterra, comentó sobre la Comuna de París de 1871: “Es sorprendente la cantidad de señales que lo anunciaron y que no supimos leer”.

En relación al Contenido tecno científico de nuestra época, que además permite una velocidad extraordinaria en la transferencia de datos, la Forma capitalista ha demostrado su capacidad de supervivencia y adaptación. Lo hace como siempre: “chorreando sangre por todos sus poros”. Pero para quien sepa ver, hay nuevas señales de su agonía. La Forma maligna que nos envuelve se resquebraja. Movimientos sociales poderosos, todavía aislados entre sí, la desafían. La Pandemia desnuda su impotencia, la hace evidente ante los pueblos del mundo. El Capitalismo sólo logra sobrevivir políticamente por dos fenómenos íntimamente unidos: el Oportunismo, esa capa corrupta que controla direcciones sindicales y políticas que antes eran de izquierda, y por otro lado, por la actual debilidad de nuestras herramientas políticas, que representan los auténticos intereses populares.

No hay trinchera pequeña para participar en esta lucha mundial contra el Capitalismo, por los pueblos. Nuestra trinchera local más firme es la Unidad Popular.


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