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Las aventuras de Max Planck en tiempos de Pandemia

  • Gonzalo Abella
  • 27 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Psicólogos y antropólogos culturales coinciden en que las crisis económicas y sociales generan depresión y angustia en la mayoría de los seres humanos. Las epidemias suman a lo anterior el miedo a lo impredecible.

Por eso es natural que en tiempos de Pandemia aumente la necesidad de muchos de buscar refugio espiritual. Eso puede ser bueno, y hay organizaciones solidarias, algunas de ellas religiosas, que aportan sinceramente a las movilizaciones del pueblo. Pero en algunos casos la necesidad de refugio espiritual lleva a la gente a nuevas formas de alienación. Pongamos por ejemplo las “loterías de milagros” que teatralizan esas sectas mercenarias e irresponsables. Ellas lucran entre los más pobres, que en su desesperación están dispuestos a apostar hasta lo que no tienen por esos milagros inmediatos, que ingenuamente creyeron presenciar.

La gente con mayor formación académica no cae en esa trampa, pero hay otras formas de darle la espalda a la realidad. En la Antigüedad surgieron en Oriente, entre los ricos que podían hacerlo, filosofías contemplativas, que buscan “el conocimiento de uno mismo”, desatendiendo el mundo exterior y las angustias de la gente menos pudiente. También de las clases dominantes surgió la idea de la “reencarnación” que justifica nuestras desgracias actuales por pecados cometidos en vidas anteriores, y que nos dice que mediante la resignación y la paz interior cada uno podrá vivir mejor en vidas futuras. (A propósito; entre las culturas originarias, el fenómeno de lo “ya visto” no se explica por vidas anteriores, sino porque espíritus guardianes te prestan su memoria).

En el diverso mundo del Cristianismo también surgen exorcistas y pastores de Misas Carismáticas, todos ellos usualmente opuestos a la Teología de la Liberación.

Pero una forma sofisticada del misticismo contemporáneo aislacionista es la errónea interpretación de los nuevos descubrimientos de la Ciencia en el siglo XX y muy especialmente en la Física.

A principios del siglo XX, en efecto, se demostró que las leyes de la Física que conocíamos eran sólo un caso particular, que operaban sólo a determinada escala, de leyes mucho más complejas. Einstein demostró que era inexacto algo que parecía evidente: no existe simultaneidad absoluta de dos fenómenos lejanos entre sí en el cosmos. El tiempo y el espacio interactúan. Los astrónomos confirmaron sus teorías, y los agujeros negros, que él predijo con sus cálculos, fueron identificados como trampas de luz por su súper gravedad. Su célebre ecuación demostró que la masa podía transformarse en energía.

En la inmensa Rusia, la derrota revolucionaria de 1906 operó como una verdadera tragedia y muchos ex revolucionarios se refugiaron en falsas conclusiones de la teoría de Einstein para justificar su renuncia, su nueva pasividad. “Creíamos” argumentaban, “que el Universo no se crea, ni se destruye; que sólo se transforma según leyes que conocíamos. Pero ahora resulta que hasta la materia, el mundo material, es algo relativo”. “No” les contestaba Lenin por entonces; “la materia no es sólo la masa; la materia es una categoría filosófica que refleja todo el mundo exterior, en los estados que conocemos y en los que aún no conocemos. Ya sistematizaremos las nuevas leyes”

Ahora, la historia se repite a escala mundial. Las derrotas revolucionarias, la desesperanza de los sectores populares menos consecuentes, llevan a algunos intelectuales a sacar conclusiones místicas de la Mecánica Cuántica fundada por Planck.

Planck demostró que los flujos de energía no son continuos sino que viajan en partículas subatómicas, y que el comportamiento de cada una de estas micropartículas es actualmente impredecible y aparentemente paradójico. Advirtió que los instrumentos de investigación que disponemos para explorar ese micromundo alteran, adulteran siempre lo que investigamos, y por ello distorsionan por ahora nuestras conclusiones.

Si Planck resucitara y se enterase las conclusiones místicas que algunos intentan sacar de sus trabajos, quedaría estupefacto. Pero las crisis tienen eso: siembran a la vez inseguridad y necesidad de creer en algo. Sólo la alegría de seguir investigando, de desafiarnos, nos vacuna contra ese mal; pero sólo se encontrará esa vacuna cuando la Ciencia esté al servicio de una Sociedad Socialista. Por entonces, la opción espiritual de cada uno no tendrá contradicción con el esfuerzo conjunto por el bien de todos. Sólo entonces Planck será totalmente comprendido y se volverá brújula para nuevos desafío.


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