Identidad nacional (I)
- Gonzalo Abella*
- 4 ene 2018
- 3 Min. de lectura

El capitalismo intenta comprar, sobornar, a todo movimiento social que cobra fuerzas. Por eso, se puede distinguir a todo movimiento auténtico del que no lo es, por su definición anti capitalista. El feminismo auténtico es anticapitalista, el movimiento anti racista auténtico es anticapitalista. La lucha de la comunidad LGBT o es anticapitalista o es manipulada para acomodar a algunos de sus voceros y sus seguidores en espacios de privilegio.
Porque toda lucha contra la exclusión exige excluir a los excluidores. Y los excluidores pueden ser solidarios de palabra, y hasta votar las mejores leyes que luego no se cumplirán, con tal de que los discriminados no adviertan que el Capitalismo es la fuente actual de toda explotación y de toda injusticia.
Lo que divide a la Humanidad en dos polos irreconciliables no es una discriminación concreta, ni la etnia, ni la nacionalidad, ni la religión, sino la explotación de unos seres humanos por otros, que es la causa del despojo y la miseria de las mayorías. Hay en la Humanidad un polo reducido y poderoso, poseedor de los recursos principales, y un polo inmensamente mayoritario, cuya única arma es su propia organización.
Por eso los pensadores más avanzados del siglo XIX sostenían que el obrero no tiene Patria, tiene que sentirse hermano de los obreros del mundo, para que el mundo del trabajo asalariado deje de ser una simple “clase en sí” y se transforme en “clase par sí”. Esto lógicamente no suponía renunciar a las identidades locales, a las tradiciones locales, tan importantes en momentos de lucha por el poder; significaba solamente que la hermandad internacionalista, proletaria, debía estar por encima de los discursos patrioteros de los gobernantes burgueses. Éstos hablaban de una “unidad nacional” que en realidad encubría la opresión interna, la división entre explotadores y explotados
Por entonces, cada burguesía nacional explotaba a sus obreros compatriotas. Pero en el siglo XX algo cambió. El capital financiero empezó a explotar directamente a grandes destacamentos obreros de países lejanos, avasallando la soberanía de los estados pequeños, y con ese nuevo flujo de riquezas que le llegaba de afuera fue sobornando a sectores de “su” clase obrera para que renunciaran a la lucha revolucionaria.
La opresión brutal contra sociedades lejanas “subdesarrolladas” hizo que en éstas naciera una nueva resistencia anticapitalista, una resistencia masiva que revistió nuevamente formas patrióticas, nacionales. Los “movimientos de liberación nacional” en Asia, África y América latina y el Caribe ampliaron la alianza obrero-campesina a veces hasta a sectores de la pequeña industria nacional y usualmente a intelectuales nacionalistas, que aspiraban a la liberación de su patria aunque no fueran partidarios del Comunismo. Hoy aprendimos que los movimientos de liberación nacional deben proponerse incluir a todos los excluidos y discriminados.
Ante el saqueo de las trasnacionales, hoy vuelve a ponerse al orden del día, como categoría política revolucionaria, el concepto de Patria. Ya Lenin, ojo de águila sobre el naciente siglo XX, advertía que debía distinguirse entre “nacionalismo de la nación opresora y nacionalismo de la nación oprimida”. Patria pasa a ser un concepto del que se forcejea en dos sentidos contrarios, porque está en el seno de la disputa ideológica contemporánea. Y aún dentro de la nación opresora hay un patriotismo que busca en su historia nacional las herencias gloriosas a las que no se debe renunciar.
Por eso la UP-AP, al retomar las mejores tradiciones de nuestro pueblo, proclama que es izquierda y que es Patria.
Vaya esto como introducción a una reflexión sobre nuestra identidad nacional.
* Escritor e historiador. Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Comments