Recuerdos
- Gonzalo Abella
- 24 sept 2020
- 3 Min. de lectura

Yo era muy joven.
Empezaba el año 1971 y en él país se agudizaba la lucha social. Nadie tenía dudas de que se preparaba un golpe de Estado y que el Presidente Pacheco ya violaba descaradamente la Constitución. Había torturas en cuarteles y comisarías. La guerrilla urbana en ese tiempo no luchaba contra la democracia, como decía la derecha, sino contra los desbordes brutales del aparato represivo y del Escuadrón de la Muerte. Un poderoso movimiento social empujaba a la unidad de la izquierda y en marzo de ese año, sectores revolucionarios y reformistas formaron juntos el Frente Amplio.
El Continente nos convocaba. En 1970 había triunfado un gobierno de izquierda en Chile, una izquierda de verdad que hacía reforma agraria y nacionalizaba y estatizaba los principales rubros productivos del país. Una señal de la radicalidad del proceso chileno era la furia de la embajada de USA, centro abierto de la conspiración golpista en Chile. A propósito: si un gobierno se dice “de izquierda” podemos examinar, por ejemplo, los cambios en la propiedad de la tierra para juzgarlo, pero mejor preguntémonos cuál es la actitud de la Embajada USA en ese país, si es de hostilidad o apoyo. Eso nos permite reconocer su verdadera naturaleza.
Pues bien, nació el FA. La izquierda de esos años tenía una gran ventaja: no había nadie que se disfrazara de izquierda para frenar los procesos. Había, sí, reformistas que se disfrazaban de revolucionarios, pero todos coincidían en el programa agrario y anti imperialista del FA y estaban dispuestos a cumplirlo. El oportunismo (discurso de izquierda y traición solapada) sabía que aún no era su oportunidad y acompañaba el proceso, negociando en las sombras con los adversarios.
Yo tenía un vecino que se llamaba Fernando. Era papá de una niña pequeña que enviaba al mismo jardín al que concurría mi hijita. Militante de uno de aquellos sindicatos que habían jugado un papel importante en el Congreso del Pueblo, compartíamos la misma indignación y la misma angustia ante la tendencia al fascismo que se avizoraba.
Pues bien: en junio, molesto, desviando la vista, me dijo que no votaría al FA.
“Cierto que el Partido Colorado se ha apartado del batllismo, pero ahí está Flores Mora que lo va a volver a encauzar como partido de los de abajo”.
No hubo forma de convencerlo de que era una trampa, de que los partidos que decepcionan a sus electores inventan en su seno una falsa oposición para no perder votantes, que el partido Colorado en su conjunto, hasta por sus silencios, era cómplice del golpismo que ya actuaba abiertamente. Que era una ley de los demagogos que actúan en la sucia política de componendas y servilismo, fabricar a su lado un “rastrillo de izquierda” que prometa la rectificación de rumbos y sume votos con ellos.
Para justificarse, ante mí y ante sí mismo, Fernando concluyó: “Es la última oportunidad que le doy a mi partido; si Flores Mora no hace nada, la próxima vez voto al FA”.
No hubo próxima vez, porque en 1973 hubo Golpe de Estado. Los que pensaron que la lealtad en política era seguir tras las mismas banderas, aunque se hubiera vaciado su contenido, se equivocaron, pero ya no hubo oportunidad de rectificar electoralmente. Debió hacerse con resistencia, dolor, exilio, cárcel y sangre.
Los partidos pueden cambiar, pueden abandonar su programa, y pueden engañar porque se disfrazan de lo que ya no son. Es bueno tenerlo en cuenta.
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