El mundo después del 2020
- Gonzalo Abella
- 20 jun 2020
- 3 Min. de lectura

Más allá de la Pandemia, la pregunta principal que debemos hacernos en el siglo XXI es si los pueblos lograremos enterrar al Capitalismo o si, por el contrario, el Capitalismo nos enterrará a todos.
La Pandemia simplemente desnudó y acentuó ciertos rasgos del Capitalismo contemporáneo. Necesitamos prestar atención a lo nuevo, aunque lo esencial siga siendo la opresión junto al saqueo ambiental.
Hace 110 años Lenin definió los nuevos rasgos que aparecían en el Capitalismo, cambios que eran fruto de su propio desarrollo. Ya con anterioridad el Capitalismo industrial saqueaba los recursos y materias primas de los países lejanos, y había impuesto sus condiciones mercantiles; pero en el siglo XX el nuevo Capital Financiero instaló el régimen capitalista también en aquellos países sometidos, acumulando colosales ganancias por la nueva explotación de mano de obra empobrecida. La enorme acumulación permitió sobornar a una capa de obreros acomodados que buscaron controlar sindicatos y partidos “de izquierda”.
Los estudios de Lenin sobre los nuevos rasgos del Capitalismo (lo que él llamó la “fase imperialista”) permitieron ajustar la estrategia de las revoluciones que conmovieron el siglo XX. Y esto fue aún más claro cuando la Primera Guerra Mundial mostró el verdadero rostro de esa nueva fase del capitalismo.
Para el combate final de los pueblos, necesitamos ahora identificar las nuevas señales de este sistema opresor, tanto en su base económica como en la esfera de la propaganda.
En el siglo XX el liberalismo “puro” o “salvaje” (dejar todo en manos del mercado) osciló y se combinó con otras doctrinas también burguesas que sostenían que el Estado debía intervenir en algunos renglones básicos. Se argumentaba que debía financiarse con deuda pública aquellos procesos industriales menos lucrativos necesarios para la cadena productiva principal que seguía en manos privadas.
Cuando en los años 90 los grandes “laboratorios del socialismo” se desplomaron, el Capital financiero eufórico desfinanció las pocas empresas estatales, desmanteló las políticas asistenciales y volvió a imponer un “liberalismo salvaje”. Pero un liberalismo salvaje en tiempo de trasnacionales (el llamado neoliberalismo) genera sufrimientos atroces a los pueblos del mundo y amenazan al planeta con la destrucción total.
Al llegar el siglo XXI, las Comunicaciones dieron un salto extraordinario en calidad y cantidad. La gran mayoría de la Humanidad tiene acceso ahora a tecnologías de comunicación de las que se vuelven dependientes. Las potencias imperialistas, que monopolizan las fases más sofisticadas de esa producción y de la transferencia de datos, creen que puede lograrse un control total sobre la ciudadanía, un espionaje perfecto. Una de las tareas pendientes en el campo popular es desarrollar estrategias comunicacionales para mantener la organización aún en las condiciones más adversas. Muchas veces las formas artesanales de comunicación son el camino para burlar las vigilancias más sofisticadas.
En el campo de la propaganda, los servicios de inteligencia se han vuelto maestros de la desinformación, pero principalmente intentan fragmentar, compartimentar, aislar entre sí, a los movimientos sociales, ambientales, feministas, y por los derechos de las minorías, incorporando elementos de incomprensión y desconfianza mutua. Por eso el problema cardinal de nuestro siglo es forjar las herramientas políticas para la causa popular, herramientas que unifiquen las luchas, que las hagan converger en la disputa por el poder político, y que desenmascaren las herramientas hoy caducas de una “izquierda” institucional que se ha vendido en cuerpo y alma al imperialismo.
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