Jugando a la gallina ciega en un mundo interpolar
- Profesor Andrés Freire
- 30 may 2020
- 12 Min. de lectura
“La propiedad privada basada en el trabajo del pequeño propietario, la libre competencia, la democracia, todos esos eslóganes con que los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los campesinos, pertenecen a un pasado distante. El capitalismo se ha transformado en un sistema mundial de opresión colonial y de estrangulamiento financiero de la aplastante mayoría de la población del planeta por un puñado de países “avanzados”. Y ese “botín” es compartido entre dos o tres potencias mundiales saqueadoras armadas hasta los dientes (EEUU, Gran Bretaña, Japón), que arrastran al mundo entero a su guerra por el reparto de su botín”. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”

Lo que no se nombra no existe, aunque efectivamente es; por eso quizás sea cierto aquel bello aforismo pintado en los muros de París por febriles manos juveniles, gritando en el ladrillo que la revolución es dejar de ser para comenzar a existir.
El convidado de piedra, lo nunca dicho en torno a las páginas leídas es el imperialismo. Como no se nombra parece que no existe, aunque estemos condenados a tropezar con él, tal la basura que se esconde bajo la alfombra, porque nuestra época es la época del imperialismo, el de verdad, no tampoco el de la caricatura ridícula que se exhibe más de una vez para justificar todos nuestros errores y todos nuestros terrores, incluso los resabios feudales que persisten en nuestro entorno, nuestra región y nuestra misma vida cotidiana.
Nuestro mundo ha cambiado y mucho desde que el padrecito Lenin escribiera fulgurantemente la máxima con la que por provocación pura y dura comenzamos este breve ensayo. Pero también ha cambiado muy poco, demasiado poco. Así cuando la Pandemia del COVID 19 nos amenaza y hay quienes con inocencia y candidez en unos casos, o de quienes se animan a pedir realistamente lo imposible, solicitan se use parte de las reservas internacionales para paliar la crisis sanitaria y la emergencia social, todos, desde el gobierno neoconservador, la progresía desplazada ayer del trono pero triunfante en la academia, gritan a coro con voces destempladas “NO”.
Y su no es lógico, porque uno pensaría que son nuestras reservas, pero no lo son; son las de ellos, las de quienes fijan las reglas, las de quienes no necesitan mandar flotas a bombardear puertos, sino que les basta que una calificadora de riesgo baje el pulgar para que todo el edificio que parece tan fuerte se derrumbe. Así como sesenta días de Pandemia pudieron hacer emerger con toda su crudeza, su violencia y su potencialidad transformadora el Uruguay real, donde las estadísticas se demostraron totalmente falsas, no por los números ni por el trabajo científico, sino por parámetros caprichosos que establecían muy orondamente que 25.000 pesos de ingresos bastaban para que una ingresara en la clase media, y ahí quedaron muchos de esa clase media imaginaria condenados a ser medio sí, pero medio reventado y a la cola en la olla popular, o a depender peor aún de la relegitimada filantropía caritativa de Canastas Uy, donde los chicos de La Tahona reparten migajas propias y ajenas.
Pero volvamos al centro de la cuestión. ¿Por qué afirmamos que el mundo es Interpolar?, expresión tomada del ensayo de Lincoln Bizzozero: porque hoy en día no existe un solo polo, aunque evidentemente hay uno que prima sobre los demás, pero que ya no tiene las manos libres y desatadas como hace treinta años, sino diversos polos que interactúan entre sí en un juego permanente de cooperación y conflicto en el que los países de América Latina, de acuerdo a dinámicas externas e internas, bailotean sin cesar.
Es un lugar común afirmar que el mundo experimentó un giro decisivo en 1989 con el final del siglo XX corto pautado por la caída del socialismo real, la implosión de la Unión Soviética, un cascarón vacío por momentos desde antes, tuvo para los latinoamericanos un significado muy especial. No fue únicamente la llegada rápida de miles de nuevos conversos a rasgarse las vestiduras ante los altares de la socialdemocracia a la europea o a todo sitio donde hubiera algún dinerillo de fundaciones como las de George Soros en nuestro tiempo (porque donde antes bien entraba un rublo ahora podía entrar un euro o un dólar), esto para los intelectuales que pasaron rápidamente de escribir ensayos por la reforma agraria, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, a abogar por los derechos de las personas transexuales, las políticas identitarias y el ultraliberalismo queer como sus propias señales de identificación, proceso que está en estos momentos en plena fase de expansiva, sino que fundamentalmente los países de la región quedaron solos frente a su vecino del norte.
Y convengamos un escenario podía ser quedar solos frente a un Carter, que por más maniatado que estuviera por el complejo militar industrial era una persona comprometida con los derechos humanos, al grado máximo que un presidente de Estados Unidos fuera, y otra cosa fue quedarse con Bush al frente.
Estos fueron los años del mundo unipolar, donde por suerte para nosotros y por desgracia para los árabes, la mirada del portador del gran garrote fue dirigida hacia Irak primero y Afganistán después.
Ese nuevo orden, que como todos los sueños imperiales de Roma hasta se pretendió eterno en una elucubración imposible por ajena a las leyes de la dialéctica, duró poco más de 10 años, en los cuales las sucesivas guerras, las crisis económicas y cambios en diversos países claves motivaron un re posicionamiento de la cuestión. De esta forma por ejemplo nuestro gran vecino del norte tuvo que resignarse a convivir con una Corea del Norte provista de armas nucleares, tampoco pudo intervenir en Siria de la forma en que lo hizo en Afganistán, y vio como desde Rusia y China se iban articulando otros centros de poder, mientras que Europa la acompañaba pero hasta cierto punto, como se demostró en la crisis sobre los acuerdos con Irán.
La factura resultó demasiado cara, y los contribuyentes norteamericanos de por sí no están muy proclives a guerras donde los intereses directos de su nación estén involucrados, pero si además a medida que llegan los cadáveres de soldados, los apoyos a las aventuras bélicas comienzan a desvanecerse, sí Estados Unidos puede ganar todas las guerras, pero por más asimétrica que sea habrá bajas.
Paralelamente el mundo se fue volviendo aldea, la llamada aldea global, a medida que la tercera ola de la evolución del capitalismo avanzaba con todo, los países buscaban sus estrategias. Ejemplifiquemos: en 1992 acompañé a una amiga a reunirse por mediación de un legislador colorado con el secretario de un director de ANTEL para ir a pedir por favor que le pusieran un teléfono (pagándolo obviamente) para su mamá que lo requería por problemas de salud que padecía; la respuesta y hablamos del centro de la segunda ciudad del país, fue no hay borne, lo lamento mucho, hoy aún las personas más humildes tienen por lo menos un celular en su casa. La ola llegó y nos salpicó por lo menos a casi todos.

A medida que la globalización avanzaba con ella la regionalización también, era el vehículo con que los Estados intentaban lograr mayor poder e influencia. Pensemos un momento en un tema tan delicado como el de las patentes de los medicamentos, incluso lo que se conocerán como potencias emergentes son débiles frente a las grandes multinacionales, las que en muy pocas manos controlan el comercio mundial; así por ejemplo 5 empresas controlan el 90% del comercio mundial de cereales. Una alternativa es entonces agruparse regionalmente y negociar desde una mejor posición, esto por un lado conduce al MERCOSUR a realizar compras conjuntas y lograr precios más razonables.
Pero a su vez no es solo un tema comercial, es político, por eso por ejemplo en los sucesivos fondos internacionales la presión de los países del llamado BRIC, más la OMS y grupos de presión de médicos y de los afectados por el VIH, lograron que se permitiera sin mayores consecuencias a India producir medicamentos genéricos contra dicha enfermedad, desconociendo las regalías que se deberían haber pagado a los laboratorios del primer mundo.
En el juego de las naciones y las regiones existieron muchos cambios, y por supuesto en el patio trasero, la inesperada revolución bolivariana alteraba radicalmente las reglas del juego, el regionalismo estratégico se imponía abiertamente en los diferentes países respecto al regionalismo abierto predominante del período anterior de los noventa (un caso particular es el del MERCOSUR), el ALCA sucumbía sin pena ni gloria y nacía el ALBA. Eran otros tiempos, hoy la vara siempre curva ha saltado en otra dirección, aunque quedan muchas incógnitas y debilidades, y en todo ese proceso China se volvía un actor fundamental.
Mundo interpolar decimos con un actor central, pero ya no con un poder ilimitado. Así EE.UU. puede ahogar económicamente a Venezuela, imponerle un gobierno virtual en el extranjero y operando adentro, pero no puede intervenir directamente, ya que ahí están China y Rusia, no por ninguna solidaridad internacional, la URSS ya no existe, y esto es algo que no debe olvidarse, sino en resguardo de sus intereses. También está Brasil, con un gobernante totalmente alineado con EE.UU., pero con un vicepresidente militar que encarna un ejército que mantiene por lo parecer aún ciertas veleidades nacionalistas que siguen apuntando a un regionalismo estratégico destinado a chocar con el aperturismo extremo del primer magistrado, veremos ahí quién se quiebra primero.
Y volvemos a lo que planteamos al comienzo: si negamos el concepto imperialismo, si lo escamoteamos, si lo escondemos, quedamos totalmente inhibidos de analizar la realidad tal cual es, y corremos el grave riesgo de creernos todos los cuentos, de la misma forma que en la tragicomedia griega que en su momento dirigió Yanis Varoufakis, se creyó el cuento de una Unión Europea democrática, donde primaba la gente antes que los mercados, aupado en el resultado irreprochable de un plebiscito intento negociar, y solo obtuvo condiciones más duras que antes de lanzar su reto, no en balde los griegos son los inventores de la dramaturgia, y quizás por eso protagonizaron esa opera de los tres centavos.

Además, después de todo ¿por qué tanto recato en negarse a nombrar lo que los propios neoconservadores nombran con desenfado? Si hay quien ha celebrado con orgullo y determinación el advenimiento de una “pax americana”, basada en una democracia liberal, y que actúe como freno frente a la amenaza terrorista y las armas nucleares en malas manos.
En los ‘90, la apuesta de los gobiernos neoliberales fue la apertura total y estrechar los vínculos con la potencia hegemónica; una estrategia consistente en subirse al tren, frase que resonó en nuestro debate político cuando se planteó un eventual TLC con EE.UU. El primero fue México, siempre tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, y le siguió luego Chile en lo que fue y es una verdadera política de Estado, paradoja sin embargo en el momento en que comenzó a regir el TLC con Estados Unidos y Canadá, estalla un levantamiento campesino en el primer caso.
En el segundo el modelo es puesto en cuestión en primer lugar por un vigoroso movimiento estudiantil en la llamada “revolución de los pingüinos” en el 2011, y en segundo lugar durante el 2019 con una masiva situación cuasi insurreccional que fuerza al gobierno a movilizar al ejercito y suspender las garantías constitucionales en primer lugar y a ofrecer concesiones en segundo. Obsérvese que este movimiento no va contra el gobierno de Piñeira, sino contra el consenso macro económico neoliberal que está en la base de la connivencia y alternancia entre los herederos de Pinochet por un lado y los de la Concertación más un Partido Comunista prolijamente desmanirizado y purgado de los elementos vinculados al antiguo rodriguismo.
Todos estos vaivenes también se dan en nuestra región; el Mercosur, a la sombra del “Consenso de Washington”, originariamente un acuerdo comercial entre Brasil y Argentina da entrada a Paraguay y Uruguay. Parecería ser una herramienta para profundizar las políticas neoliberales, triunfantes en su totalidad en Argentina por el momento, avanzando parcialmente en el resto de la región, y más lentamente en Uruguay, donde el referéndum del 13 de diciembre de 1992 impidió la privatización de la principales empresas públicas, pero fue mucho más que eso, y puede volver a serlo.
¿Por qué?: Porque Brasil lo impulsó desde la perspectiva de lo que sus elites entienden como desarrollo nacional, y esto tendrá consecuencias sobre todos los otros países vecinos. Luego la situación tendría un nuevo vínculo con el ciclo que se abre luego del argentinazo que en el transcurso del 2002 tirará abajo todo el experimento neoliberal y dará fuerza al resurgimiento de un peronismo mucho más cercano al Perón nacional y popular. Hay imágenes que sintetizan una época a la perfección; una fue ver a Cristina Fernández anunciando la renacionalización de YPF y como telón de fondo la imagen del edificio central de la CGT luciendo el perfil de Evita, la historia había dado un giro copernicano.

Fueron los años de un nuevo nacionalismo estatal que no modificó sustancialmente las bases del capitalismo, pero sí potenció al Estado y con este a la región; nuevas siglas como BRIC demostraban a toda la urbe que el tablero no era el mismo.
Después de todo, al vacilar permanentemente entre el aislacionismo y el intervencionismo, no parece Estados Unidos la carta estratégica a jugar aún para gobiernos de derecha o de centro derecha, pero además porque ya no es el único posible gran socio comercial; ahí está por ejemplo China, sin disparar un solo tiro transformándose en un socio comercial preferente en la región.
Hemos afirmado a comienzos de este ensayo, que el mundo actual es interpolar, en una secuencia histórica que tuvo diferentes etapas: A. 1946-1989 (aproximadamente) mundo bipolar enfrentamiento capitalismo-socialismo real. 1990-2000 mundo unipolar hegemonía norteamericana. 2001-actualidad, mundo interpolar, coexisten varios polos que interactúan entre sí, siendo en la región el predominante el norteamericano.
En este escenario extremadamente complejo y donde priman las dudas antes que las certezas, los países buscan agruparse en regiones, esto se da debido a las consecuencias del proceso de globalización, esta es la forma en cómo los Estados buscan acrecentar su poder y su capacidad de maniobra frente a los mercados, y poder lograr, mantener o consolidar, mayor seguridad y cierto bienestar social.
Han existido dos estrategias principales de regionalismo; el regionalismo estratégico, que busca subirse al tren de la potencia hegemónica, y el regionalismo latinoamericano que puede llegar a ser expresamente contrahegemónico como el ALBA, o mucho más tenue y oscilante como el MERCOSUR.
Pero nos faltan unas palabras adicionales sobre una de las cuestiones centrales de este tema: lo único que no es ilusión en cualquier cuestión política es el poder, el poder como concepto relacional. La regionalización multiplica el poder estatal de quienes se asocian frente a otros actores; ahora ¿los países asociados podrán poner los temas que a ellos le interesan en el orden del día, quién fija la agenda, qué contiene esta? es una demostración de poder en gran escala en este nuestro mundo.
He aquí entonces una demostración clara y tangible en torno a quién tiene el poder en una sociedad determinada, y en ese universo societario que es nuestro planeta. ¿Qué discutimos, cuándo y de qué forma? ¿Qué mecanismos escritos y no escritos demuestran quién tiene el poder y quién no?
En la película Battle in Seattle, un docudrama, el director logra recrear con cierta elegancia estos manejos al mostrarnos cómo cuando el representante africano va a plantear sus inquietudes en una sala ya semi vacía, los traductores se levantan y van para ir a atender otro evento, su conferencia queda trunca, por motivos de “organización y agenda”, y solo será oído, de la misma forma que solo será escuchado el médico que viene a pedir excepciones al pago de las patentes, cuando generada una dinámica entre los manifestantes de afuera y las voces críticas de adentro, se pueda alterar la agenda y plantear otros temas distintos al libre comercio.
La fuerza de decenas de miles de manifestantes en Estados Unidos y de otros tantos más en el mundo, logra entonces alterar el status quo que volvía insignificante a las pocas voces discordantes del exterior.
De la misma forma, las naciones de América Latina por más grandes y emergentes que puedan ser tienen una potencialidad mucho mayor actuando regionalmente; Brasil es Brasil, pero es mucho más poderoso Brasil más Argentina más Uruguay más Paraguay, mucho más que la mera suma de los cuatro.
Retomemos brevemente el tema del poder. Si ingenuamente pensáramos que eso que se denomina poder equivale únicamente a la fuerza militar, estamos en un mundo unipolar, y no hay vuelta. Sin embargo, no alcanza; Estados Unidos pudo invadir Irak y Afganistán liderando en el primer caso una vasta coalición internacional, sin embargo no pudo hacer lo mismo en Siria. ¿Por qué? Porque la Rusia de Putin no es la URSS pero tampoco la de Yeltsin.
Estados Unidos puede tomar medidas muy duras con Venezuela, intervenir en forma indirecta, mover todos sus peones en el tablero, pero poco más porque están Rusia de vuelta, China e Irán velando sus propios intereses. Incluso no ha podido concretar una coalición internacional contra Irán. ¿Por qué? Porque la guerra no es más que la expresión de la política por otros medios, y la política no es más que la expresión más concentrada de la economía.
Entonces veamos qué sucede en el terreno económico. Bueno, a la potencia norteamericana se le suma la Unión Europea, en una época que ya no es la del trío de las Azores, China, Rusia, y en menor medida India, Sudáfrica y Brasil entre otros. La realidad es mucho más compleja que a simple vista, la propia exhibición constante de poder militar es una demostración más que de fuerza de debilidad; en plena crisis provocada por la pandemia del coronavirus es China que se reposiciona y aprovecha para rescatar deuda y activos de sus empresas. El mundo está sufriendo y mientras grandes líderes de Occidente intentan minimizar la crisis, los ciudadanos de varios países reciben la ayuda que viene de la gran potencia económica de Oriente y las brigadas médicas cubanas.
Nuestro mundo se ha vuelto interpolar, no en vano desde Montevideo se exportan muchas más mercaderías rumbo a Pekín que a Nueva York, y uno puede escuchar en el Parlamento y leer en la prensa duros discursos contra los denominados comunismos cubano y dictadura venezolana, pero con respecto a China silencios son la constante. Negocios son negocios.
A su vez se juega y mucho a la gallina ciega; unos se niegan a ver la persistencia del fenómeno imperialista, otros no reconocen que la URSS ya no existe y que Rusia persigue antes que nada sus propios intereses. Por aquí o por allá la diplomacia con guantes de seda hace sus efectos y China se inmiscuye cada vez más en el patio trasero de nuestro gran hermano siempre vigilante del Norte.
Europa intenta un acuerdo con el MERCOSUR pero choca a la vez con las veleidades nacionalistas que resurgen en Argentina y con los intereses profundos de Brasil que desde 1970 con sus vaivenes fijan la línea, y su propia problemática interna el lobby de ganaderos y productores agrícolas.
Y un Mercado Común del Sur que es apenas una unión aduanera imperfecta, y que ha pasado diversas etapas; desde su origen con los cuatro gobiernos neoliberales, luego 15 años después con cuatro gobiernos progresistas, y finalmente ahora, donde a pesar de la hostilidad entre Buenos Aires y Brasilia persiste sobrevive, y tiene en sí mismo la posibilidad de ser mañana quién sabe una pieza clave en un proceso emancipatorio en la región…
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