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Revolución y religión

  • Gonzalo Abella
  • 16 may 2020
  • 3 Min. de lectura

La religiosidad popular, como sistema de creencias aceptadas por una comunidad, formó parte del Imaginario Colectivo de los pueblos desde mucho antes de que surgiera la lucha de clases. Los seres humanos, organizados en las comunidades originarias, percibían vínculos que los ataban al ecosistema y atribuían esos vínculos a la presencia de seres sobrenaturales, protectores o malévolos.

Los Estados esclavistas manipularon las creencias populares en su provecho, y atribuyeron a la voluntad de los dioses la injusticia y la opresión que ellos mismos impusieron. Pero las clases oprimidas, en su ascenso revolucionario, siempre pudieron hacer una lectura diferente, liberadora, de sus antiguas creencias y hasta de las doctrinas difundidas por el opresor.

Por eso la religiosidad popular es un campo más de la lucha de clases. Si deseamos conocer profundamente a nuestro pueblo, lo primero es compartir el pan y la lucha, pero lo segundo es conocer y respetar sus sistemas de creencias predominantes. Este conocimiento complementario nos abastece hasta del lenguaje adecuado para la comunicación. Nadie nos va a exigir que compartamos un sistema de creencias, ni mucho menos que nos disfracemos de lo que no somos; pero el desconocimiento de las creencias populares que nos rodean nos coloca en desventaja frente a los operadores de la opresión, que sí los conocen perfectamente y los siguen manipulando.

El tiempo de la Pandemia nos da una pausa para evaluar muchos aspectos de nuestra práctica política. ¿Qué conocemos de nuestros seres queridos, de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo o estudio, sobre sus sueños y sus creencias? Invadir la privacidad es tan nefasto como desinteresarse. Hay que estar con el oído atento cuando desean confiarnos algo, y nunca transformar un legítimo ateísmo militante en una desubicada actitud irrespetuosa. A veces una persona llega al compromiso político con más facilidad desde un análisis profundo de su propia Fe, que si le hacemos una crítica filosófica a sus fundamentos teológicos.

¿Cuántos mártires inspirados por una profunda religiosidad tiene la revolución de nuestro Continente? Y a nivel mundial ¿no hay acaso Estados teológicos que son consecuentemente solidarios con los pueblos en lucha?

El debate filosófico es necesario, pero a veces no es lo más urgente. En esta coyuntura social gravísima, un gran Frente Social no puede excluir a las iglesias solidarias, aunque ese Frente Social necesario entrará en ruta de choque inevitable con los mercaderes de milagros de la TV nocturna. Del mismo modo, la lucha ambiental contra UPM y contra la Ley de Riego debe abarcar a los hombres y mujeres consecuentes de los cultos afroamericanos, que se sienten protectores de las Naturaleza. ¿Los estamos visitando? ¿Los conocemos?

La Campaña Electoral departamental se aproxima. Es la última batalla de un ciclo que se repite cada cinco años. Y este último evento del ciclo, esta campaña de septiembre, cobra un significado especial. Habrá un panorama social y laboral desolador, que el Gobierno aprovechará para acelerar la venta del Patrimonio, golpear la Seguridad Social y empobrecer al pueblo. Nada podemos esperar tampoco de los representantes del Gobierno anterior, que iniciaron el camino de la entrega, pero sí de muchos de sus militantes de todos los tiempos.

Tenemos que analizar la realidad desde la humildad de nuestras propias carencias, pero desde la convicción de nuestra responsabilidad histórica y desde la fortaleza moral de nuestra gente. La mano tendida a cada hermano de dolores y sueños permite un apretón más estrecho si se respeta la diversidad en el compromiso con la causa común.

Cada cual tiene su historia personal de búsquedas, desengaños y reencuentros. Los creyentes que se sientan más cerca de los primeros apóstoles que del lujo del Vaticano, que repudien las falsas loterías de milagros, y sientan una auténtica vocación de servicio, también tienen mucho que enseñarnos en el camino práctico hacia la revolución social.


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