Columna Reglas de juego
- La Juventud Diario
- 18 feb 2020
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella
En el Aeropuerto de Carrasco el funcionario de aduanas cumplía su función rutinaria. El nombre que leyó en el pasaporte no le dijo nada: simplemente, pertenecía a un desconocido compatriota que volvía a su país de origen. El funcionario no tenía cómo saber que en las tarjetas de plástico del viajero llegaba con él la posibilidad de invertir millones de euros y rublos. Y si lo hubiera sabido, nada ilegal hubiera habido en ello: un inversor más volvía a la Patria. Bienvenido. Pero el desconocido compatriota había decidido invertir en política. Dos años después, era Senador de la República por el Partido de Gobierno. A diferencia del viajero senador, su partido, el Partido de Gobierno, no es un recién llegado. Oribe, su fundador, fue lugarteniente de Artigas y lo abandonó en 1817, cuando la lucha de clases se agudizaba. Es cierto que en 1864, en 1867, en 1904, se cobijaron bajo sus banderas, hombres y mujeres valiosos. Creyeron ver, en su discurso demagógico, un alegato por las causas populares. Pero el verdadero rostro del partido se vio en 1959, cuando fue Gobierno por primera vez. Nunca fue tan clara la defensa de la oligarquía ganadera, nunca fue tan incondicional el apoyo a los objetivos políticos y militares del imperialismo, nunca antes hubo tanto servilismo financiero y tantos golpes seguidos contra los anhelos populares. Estos nuevos gobernantes levantaban banderas con rostros honorables del pasado, pero sólo para recordarse a ellos mismos que estaban en la vereda de enfrente. A lo largo del siglo XX, el actual partido de Gobierno se dividió dos veces. La primera en 1933, cuando la dictadura de Terra. La segunda en 1973, cuando la última dictadura abierta. Pero en 1985, cuando el imperialismo autorizó el retorno institucional a una “democracia tutelada”, las dos alas del actual partido de Gobierno votaron la inconstitucional “ley de caducidad”, que autorizaba al Poder Legislativo a decirle al Poder Judicial quién podía juzgarse y quién no podía juzgarse por los crímenes de la dictadura. Acaba de fallecer el único “blanco” que se opuso a esa nefasta ley, todavía vigente. Todos los gobernantes fueron a su entierro; si hubiera muerto un Leandro Gómez todos habrían concurrido también, buscando salir en la foto. En la otra punta del espectro político, desde una ética insobornable, desde un programa popular sin concesiones, desde una gestión honesta y admirable, con las banderas del artiguismo y de la causa de la Humanidad enarboladas en solitario, esta vez no obtuvimos ni un diputado. Necesitamos ahondar en nuestros errores y transformarlos en aprendizajes, y lo estamos haciendo, pero debemos entender que el Sistema entendió que éramos la única amenaza y no lo sorprendimos descuidado como cinco años atrás. Era necesario que la ciudadanía creyera que el FA seguía siendo “la izquierda” y para eso debía hacernos invisibles. Las reglas de juego parecen invencibles, parece que han construido un muro infranqueable contra nosotros, e inventan sus alternativas “ecologistas” y hasta “proletarias” en los partidos obsecuentes con las Trasnacionales. Calcularon que por cinco años al menos íbamos a quedar postrados, y que para entonces el FA, de cara lavada, sería la alternativa “de izquierda”. Pero las reglas de juego tienen sus grietas. En 16 departamentos ya estamos dando batalla de nuevo en las departamentales y municipales. Estas elecciones son tribuna programática y organizativa. Profundizamos los programas trabajando en comisiones temáticas, y para ello construimos vínculos de ida y vuelta con todos los sectores de nuestro pueblo trabajador. Y ya salimos a los medios, a los muros y a los barrios. Contra la decisión de los revolucionarios artiguistas y su inserción creciente en el seno del pueblo, no hay reglas de juego que aguanten.
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