Columna: Balance
- La Juventud Diario
- 27 dic 2019
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella
El mundo recordará más la caída de Evo Morales que el retroceso electoral de la UP; pero ambos sucesos tienen algo en común: son derrotas temporales en la batalla planetaria, decisiva, final, entre los pueblos y el imperialismo. Podemos y debemos analizar las razones por las que el proyecto revolucionario boliviano no pudo defenderse en lo inmediato; pero la primera palabra la tienen los pueblos de este Estado plurinacional, los mineros, los campesinos. Son ellos los que asumirán el gran desafío de derrotar este operativo criminal de las trasnacionales y defender las extraordinarias conquistas sociales de años recientes. En cambio, el análisis del retroceso electoral de la UP nos exige un estudio sumamente responsable. Veamos primero lo positivo: 20.000 votos inconmovibles, 500 militantes incansables en todo el país. Jamás hicimos una concesión programática, jamás silenciamos una opinión para así obtener más votos. Desde el 27 de octubre hasta hoy, los militantes han restañado las heridas y han recuperado la alegría militante. Ya estamos en batalla. Claro que hubo bajas, hubo gente que quedó por el camino; pero las defecciones fueron principalmente con anterioridad a las elecciones. Es decir: hubo compañeros de ruta que no se apartaron por un resultado adverso, sino por vislumbrar, con anterioridad, que la UP abría ante nuestro pueblo un camino más duro, un compromiso mayor, que el que le demandaban otras opciones más lights. La propia gestión parlamentaria de la UP les demostró que no jugamos ni hacemos concesiones programáticas. En la UP había lugar para cada diversidad filosófica, pero no había lugar para los conciliadores. La alegría por nuevas incorporaciones, algunas de ellas altamente calificadas, nos hizo subestimar el peso cuantitativo de las defecciones. Detrás de cada “desertor”, honesto o calculador, hay una red periférica, vacilante, de familiares y vecinos, que nos miraba a través de ellos. Esas redes informales ya existían, y no pueden ser reemplazadas de inmediato por el entusiasmo y la lucidez de los recién llegados. Tampoco valoramos correctamente las falsas opciones que el Sistema levantó para excluirnos del Parlamento, falsas opciones fuera y dentro del Partido de Gobierno. Y falló el mensaje. Fue sincero y transparente, pero evidentemente débil en su impacto. O quizás fue nuestra incapacidad de acceder a las redes adecuadas y a los ritmos que demanda una difusión masiva. Pero en este sentido, la medicina la conocemos: hay un componente técnico a mejorar, pero el “ingrediente activo” principal es claro: mayor organización para mayor inserción, mayor inserción para mayor y mejor organización. El Continente es, una vez más, un huracán de luchas de clase. Hoy nuestro pueblo no parece estar en el epicentro, pero mañana mismo ¿quién sabe? Este huracán de siglos, que sólo amaina por tiempos breves, que no cesará hasta la muerte del imperialismo, ha recorrido casi caprichosamente todo el territorio continental. Hay demasiadas variables para prever con exactitud cuál será nuestro papel, pero en el peor de los casos, si le corresponde a otros pueblos retomar el protagonismo, la disyuntiva es clara: seremos campo de lucha o base de agresión contra ellos. La UP es una necesidad histórica, y su programa común se proyecta en los programas, aún más profundos, de los sectores que lo integran. Vienen por aquí tiempos de más represión. Nos corresponde transformarlos en tiempos de mayor organización y lucha. La victoria puede estar más cerca de lo que creemos.
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