Columna pagana Si hablamos de desfiles

Desde el Marqués de las Cabriolas a las vallas por 18, mucha agua pasó bajo del puente. Ciertamente, por el 1800 y tantos, el carnaval eran dos días de agua y desenfreno sin razas, sexos, credo o posición social que se manifestaba por la Ciudad Vieja. Pero la “civilización” fue llegando y a finales de 1800 se creó Una Comisión de fiestas, reflejo de la elite señorial que gobernaba e imponía principios de comportamiento. El ejemplo que tomaron fue el carnaval de Niza; un desfile, carros alegóricos hermosos, decoración de casas y calles, música en vivo. Una fiesta para ver y participar algunos menos. Sin desenfreno pero con mascaritas y antifaces (y pomos de vidrio que tiraban agua en gotas). Siempre acompasando los cambios sociales, el carnaval se renovó a principios de siglo XX, democratizando la fiesta (Batlle en política). Tablados, gestionados por particulares, en los barrios de Montevideo, un desfile participativo y repleto de turistas. “En 1912 el diario LA RAZÓN da cuenta de un desfile de más de dos mil metros de largo, que comenzaba con la carroza del Marqués de las Cabriolas, diseñada por el artista plástico Félix Morelli”. Eran épocas del Marqués de las Cabriolas, un personaje ficticio, calco de un personaje popular sevillano. En realidad tanto el título como sus raíces siguen siendo discutidas, pero lo cierto es que durante muchos desfiles (capitalinos y fuera de la capital) un personaje lleno de gracia, cordialidad, y con todos los sinónimos de sus gestos: pirueta, brinco, salto, voltereta, fue el que encabezaba con su “corte” el desenfreno organizado que inauguraba la fiesta popular. Colombina sigue informando en el que viene… ¡No te lo pierdas!