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Columna El fascismo

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 14 nov 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella

La Primera Guerra Mundial (1914 - 1918) había dejado una gran frustración en los pueblos de los Estados perdedores, especialmente en los de Alemania e Italia. La guerra había tenido como móvil la redistribución de colonias y zonas de influencia, y los Estados perdedores necesitaban ahora una revancha militar lo antes posible. Era necesario utilizar la frustración popular y transformarla en un falso patriotismo, manipulado por el Capital, para ir por esa revancha. Para el gran capital alemán e italiano, era necesario actuar con urgencia, porque el pueblo, frustrado y empobrecido, tenía una referencia externa que lo atraía cada vez más: el surgimiento de la Rusia Soviética, como una propuesta diferente de organizar la propiedad y la vida de los trabajadores. La simpatía por la novedosa Rusia de los soviets ya había generado un fuerte movimiento popular pro “soviético” en Hungría y en Alemania en 1918. Ambos movimientos revolucionarios fueron reprimidos, pero podían volver a organizarse. Era necesario ofrecer algo diferente para desviar la atención del pueblo y enrolarlo en una nueva guerra. Para ello se necesitaban líderes carismáticos de origen popular que se pusieran al servicio del gran capital y de sus políticas agresivas. Estos líderes debían crear una mística, unificar a los pobres detrás de sí, y alejarlos de toda organización clasista que defendiera los intereses populares contra sus opresores nacionales. El capital italiano dio el primer paso. Eligió para ello a Benito Mussolini, un ex –socialista fanatizado a favor de una guerra de agresión, quien organizó los “grupos de combate” de ultraderecha para enfrentar a los sindicatos “rojos” o de izquierda. Cada grupo de Mussolini era descripto como un haz de palitos frágiles que al estar unidos eran inquebrantables; cada grupo era un “fascio de combattimento”. Mussolini sube al poder en 1922. Hitler subió al poder en 1933, por procedimientos similares, y con el apoyo del capital industrial y bancario alemán. El nombre “fascismo” se adjudicó a ambos, porque incluyó a los “fasci” italianos y a la variante “nazi” alemana. El búlgaro Dimitrov definió el fascismo como la dictadura terrorista del capital financiero con fachada demagógica. En su ascenso, el fascismo puede utilizar incluso a la democracia formal combinada con actos terroristas contra las organizaciones sociales, y hasta puede levantar consignas muy sentidas por el pueblo. Su objetivo sin embargo es la dictadura terrorista contra los movimientos sociales, para imponer un orden robotizado y total, una paz perfecta de una ciudadanía mancomunada en torno a una supuesta superioridad nacional, al servicio del Estado y la patria financiera o sus amos trasnacionales. El fascismo en un país de pequeña escala muchas veces tiene contradicciones con el neoliberalismo más clásico, que en nuestras tierras es aún más entreguista. Sirviendo a un mismo amo, el fascismo no quiere que las comunicaciones y el transporte queden en manos totalmente privadas, porque eso le dificulta su función represora contra el pueblo pensante y organizado. Por otro lado, su demagogia lo lleva a enfrentar algunos aspectos de la historia oficial y a exaltar ciertas figuras populares del pasado, auto atribuyéndose el rol de continuadores. He definido a Cabildo Abierto como una organización fascista, cerrada, de fachada cívico - militar. No es un insulto; es una definición científica. Si pudiéramos debatir públicamente sobre su pretendido “artiguismo” esto quedaría mucho más claro. Por hora, no quieren debatir sobre ese aspecto.


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