Deporte inclusivo en Argentina: Reclusos juegan al fútbol contra los guardias
- La Juventud Diario
- 10 nov 2019
- 4 Min. de lectura

En el penal de Florencio Varela, se lleva a cabo un torneo de fútbol 8 con seis equipos integrados por internos, uno por personal del Servicio Penitenciario de Buenos Aires y otro de emprendedores de Pequeñas y Medianas Empresas. Diego tiene 39 años y dice que le falta poco para que le firmen las salidas transitorias. Desenrolla la venda que se había puesto en la rodilla derecha, se deja caer en la tierra y se saca la casaca número 13 tan agitado como conforme. “¿Viste cómo la agarré? Yo sabía que me iba a quedar, lo sabía”, le dice a Héctor, que le alcanza un bidón con agua. Diego sabe que va a hablar de la jugada durante toda la semana. Lo sabe porque se la estuvo imaginando la semana previa. Contaba las horas hasta llegar al sábado. “El fútbol es mi pasión. De chico jugué en Claypole y me iba bien en las Inferiores. Pero, bueno, el alcohol y las drogas te van alejando, te llevan para otro lado”, se lamenta. Suena el Himno en Florencio Varela. Rezan una oración entre todos. Cuando el árbitro pita, quedan bajo las mismas normas. Ya no hay prontuarios, no interesan las clases sociales, la guita, nada. Empieza el partido y por un rato todos tienen las mismas condiciones. Es difícil ver a un empresario derrotado, pero la escena ocurre. Es la Unidad 24 de Florencio Varela. Mucho más lejos de lo que muchos porteños podrían definir como el Conurbano profundo. Ahí, por un rato, los empresarios se ven vulnerables. Y pierden, claro. Como cualquiera. Presos, guardiacárceles y empresarios corren atrás de una pelota. El evento, tan inédito como saludable, fue imaginado por Federico González Lamas y Walter Porta, y su idea fue tomada y organizada de manera conjunta entre el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), integrantes de la Red Inclusiva para la Expansión Laboral (RIEL), integrado por empresarios de PyMES, y el Ministerio Carcelario por el Cambio Interno. Ocho equipos integran este torneo. Seis están formados por internos de la Unidad, uno por integrantes del Servicio Penitenciario Bonaerense y otro por empresarios. Durante dos sábados, los partidos fueron a eliminación directa, con jueces certificados por la Asociación Argentina de Árbitros. Y a la final del próximo 16 se clasificaron Chile, el conjunto de internos del Pabellón B3, y Portugal, nada menos que el de los guardias. Diego cuenta que afuera lo esperan sus dos hijos. “La más chica tiene 18 y terminó el colegio. El más grande tiene 20 y va a la Facultad”, subraya con orgullo. Hace rato que no los ve, pero prefiere esperar: no quiere que ellos conozcan su realidad tras las rejas. Al igual que Diego, Héctor, quien jugó para su equipo, pero el estado físico le dio sólo para 10 minutos, también se encarga de aclarar sin que fueran necesarios cuestionamientos previos. El discurso contra los prejuicios es lógico. Entonces advierte que “acá no es que están todos zarpados, como piensa la gente” y señala la carpa improvisada en la que se comparten empanadas y jugo entre policías, internos y penitenciarios. Todo es burocracia una vez que la puerta se abre. O que se cierra, mejor dicho. Hay que esperar señales para avanzar, hay que respetar códigos para permanecer y hay que aprender a moldear las reglas para subsistir. Como cuando a falta de media hora para arrancar el torneo, no están los dos arcos de una de las canchas. Fue en ese momento cuando se dieron cuenta de que era difícil hacerlos encajar por el acceso que tenían previsto. “Acá todo es así. Siempre hay una traba. Aunque planees todo perfecto y tengas la mejor predisposición, siempre surge algo, es inevitable”, murmulla uno de los organizadores. En la Unidad 24 de Florencio Varela hay 1.600 internos, de los cuales 900 “están en actividad”. Estar en actividad significa participar de alguno de los talleres que se dictan en el lugar (mecánica de motos, albañilería, electricidad, guitarra, inglés y ahora se abre el de cooperativismo) o continuar con sus estudios. De hecho, todos los presos que participan de este torneo tienen que cumplir requisitos de conducta y estudiar o trabajar. “Sirve para pasar el tiempo acá adentro. Y también para cuando salgamos: yo quiero conseguir trabajo”, dice Héctor y asegura que es muy bueno “construyendo casas”. Mientras tanto, Diego salta nuevamente a la cancha. Agarra una camiseta azul que está tirada en la tierra, vuelve a enrollar una venda en su rodilla y espera la indicación del árbitro. En la otra cancha, la que es toda de tierra y mucho más grande, los empleados del Servicio Penitenciario Bonaerense se aprovechan de su mejor estado físico y golean a otro equipo de internos. “Cuando vimos la cancha, tratamos de jugar ahí. Y, bueno, justo tocó”, admite Maxi, goleador del equipo de penitenciarios. Ganaron 8 a 1. “Estas acciones les hacen bien a todos: a nosotros, a ellos, a todos. Esperamos que a partir de este evento surjan nuevas oportunidades para que aquellos que cometieron un error cumplan su condena y tengan una nueva oportunidad. Hay alguna pierna fuerte, pero no pasa de eso. Los pibes tienen muchas ganas de jugar, de interactuar, de descargarse”, apunta Federico Cuomo, empresario de Avellaneda. “Es interesante participar en este tipo de partidos, porque favorece a la convivencia dentro de la institución”, se suma Cristian, jefe de turno del Servicio Penitenciario.
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