Columna Los TLC son la antítesis del comercio libre
- La Juventud Diario
- 7 jul 2019
- 8 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Candidato a la presidencia de la República
Se ha instalado con bombos y platillos la importancia del Tratado de Libre Comercio que va a firmar el Mercosur con la Unión Europea y uno observó la alegría y el éxtasis místico de nuestro Canciller (Rodolfo Nin Novoa). Y sabemos, cómo dijo Eduardo Rubio, que posiblemente en el Poder Legislativo nuevamente el voto solitario de la Unidad Popular se alce contra esta entrega de la soberanía del país. Muy bien, tomaremos nota de eso. Del TLC con la Unión Europea leí el jueves una entrevista de La Juventud a Gustavo López muy concreto, oí a Eduardo (Rubio) que va tener que atrincherarse ahí con las banderas de la patria, y oí un trabajo de Rocca en Radio Centenario en una exposición brillante. Yo quería hacer un reflexión muy sencilla, porque nosotros necesitamos -a pesar de que entendamos bien todo esto- algunos argumentos muy simples para discutir, para debatir, para explicar a la gente que realmente puede caer en la trampa de creer que esto es algo positivo. Lo primero que debería hacer desconfiar a la gente es que todo esto “positivo” como el tren de UPM o el acuerdo con la Unión Europea, explotan en el año electoral como diciendo ahora sí, ahora sí vamos bien, ahora se abren las puertas del paraíso para el pueblo uruguayo. Lo dice el gobierno, de alguna manera lo dice también con una alucinación mística Talvi, que lo ve desde el neoliberalismo. ¿Pero cuál es la política de comercio exterior de la UP? Eso es lo primero. La política de comercio exterior de nuestro Programa tiene que ver ante todo con la independencia, con no atarse a ningún convenio lesivo de la soberanía. Comerciar con todo el mundo, con todas las potencias, con todos los países hermanos, con todos los pueblos del mundo, comerciar con todos, todo lo que le sirva a Uruguay. Aprovechar el conflicto entre las superpotencias -en el que ahora entra a jugar la Unión Europea- para lograr mejores cosas de todos y no casarse con nadie. Eso es lo primero, en una coyuntura internacional que puede favorecer la gestión independiente y soberana de un Estado que quiera ser soberano, que tenga su voluntad política. En segundo lugar el proteccionismo a la producción nacional. En eso no inventamos nada, ya el Reglamento de Aduanas de Artigas de 1815, que es bien interesante, planteaba grandes impuestos a las telas inglesas, a los productos que competían con las telas que se producían en los pueblos artesanos del alto Paraná, fuertes impuestos; y cero impuestos para lo que viniera para educación, para salud, para medicamentos, todo eso cero impuestos. Es decir, un cambio diferenciado. Ya eso del proteccionismo lo plateaba Artigas y no podemos desarrollar un proyecto nacional sin proteccionismo, porque el proteccionismo en última instancia es soberanía. En tercer lugar, el comercio exterior nos tiene que ayudar a fomentar las industrias locales, las empresas locales. Y además de impulsar el plano privado local, la injerencia del Estado, la inserción del Estado en la producción, en los servicios y en algunos casos en el monopolio estatal que debemos recuperar, como las comunicaciones. Para eso el comercio exterior, las políticas de exportación e importación favoreciendo con un dólar bajo las importaciones necesarias, frenando con un dólar alto las importaciones suntuarias, apoyando un proyecto de exportaciones, subvencionando incluso… todo eso, un cambio radical es parte de la política de comercio exterior del Uruguay que nosotros queremos. Más la integración con países hermanos, la complementación de economías y la reciprocidad con los países que también buscan un camino de soberanía. Esta es la política exterior si nosotros nos planteamos en serio un proceso de liberación nacional, es decir de ruptura de la amarras con los imperialismos. ¿Y qué es un TLC? Si nos vamos estrictamente a la letra -esto es bien importante explicarlo, nosotros lo sabemos, pero es importante explicarlo con claridad- significa que dos Estados deciden por mutuo acuerdo en un tratado que las empresas y los productos de cada uno de ellos van a ser tratados como productos nacionales, locales, en el otro Estado, en la contraparte. Es como decir que ratón y el gato tienen plena libertad en el mismo territorio de cazarse mutuamente. En ese sentido, ¿qué juega acá, cuál es la trampa del TLC? La trampa del TLC es la desproporción entre las partes que aparentemente plantean lo mismo, los mismos derechos. En primer lugar los volúmenes productivos que generan un abaratamiento lógicamente a una escala mucho más factible; en segundo lugar los distintos niveles de la industrialización y de la tecnología de la industrialización generan que el más débil pasa a ver destruidas sus posibilidades industriales y tiene que terminar siendo vendedor de materias primas, de alimentos, siempre susceptible a los caprichos del mercado y a los caprichos de la naturaleza y de las adversidades climáticas; mientras que el otro exporta, nos vende alta tecnología, productos elaborados, incluso hasta alimentos envasados y medicinas. Eso es un TLC. Entonces la vocación de un comercio soberano es contraria a los TLC, a los Tratados de Libre Comercio, que más que de libre comercio son de libre fagocitación, de libre comida de uno por el otro. Además en un TLC usualmente temas como la salud, la educación, la seguridad se vuelven mercancía… qué es lo que puedo comprar de medicina… todo es un negocio, todo es lucro para una de las partes y dependencia de la otra. El más débil en general se queda atado a la economía del más fuerte, y a los capricho del más fuerte y de su manipulación. Así fue el TLC con Chile. Hay que recordar que Chile es un país que le hace los mandados militares a EEUU siempre, a Inglaterra en el caso de Las Malvinas, que tiene una opresión terrible contra los Mapuches, brutal, genocida, que humilla a Bolivia complicándole la salida de sus productos por puertos del (Océano) Pacífico que en realidad son bolivianos pero que los ocupa Chile. Es decir, ese Estado opresor que tiene un desarrollo capitalista superior al nuestro, que tiene una población de 25 millones frente a 3 millones y medio que tenemos nosotros, un potencial que es un punto de desembarco de monopolios transnacionales, nos inundó de productos que podemos ver en las farmacias, que podemos en las góndolas de los supermercados envasados. Y nosotros les vendemos cosas muy primarias, primariza nuestra economía. Ni que hablar en este marco es que tenemos que entender el TLC con la Unión Europea. El TLC con la Unión Europea significa entre el compromiso que las empresas de cada uno entre en las otras, que si nosotros producimos aviones, ah… la Unión Europea nos tiene que comprar sin ningún tipo de impuesto como si fueran producidos ahí. ¡Qué tranquilidad! Si producimos tractores lo mismo. Ahora, tenemos que abrir nuestros mercados sin ningún tipo de proteccionismo a la alta tecnología y a los productos altamente industrializados que produzcan ellos. Es la luz verde a las transnacionales, es una puerta nueva de entrada para las transnacionales. Es atarnos de manos para que no podamos ejercer una política soberana, artiguista, de proteccionismo, de un proyecto nacional. Es la limitación de la soberanía. Y es una ilusión de libertad; porque nosotros le podemos vender soja y ellos nos venden el glifosato. Pero si el glifosato que ellos nos venden altera la miel, no nos compran la miel. Entonces: usen nuestros venenos, muchachos; pero la producción que salga para nosotros, esa no la contaminen. Contaminen el agua, la tierra, pero ahora tienen libertad de exportación a Europa. Pero eso sí, no la contaminen o no pasen determinados niveles de contaminación. Y lo demás embrómense ustedes, es para consumo interno. En ese marco, de que nos exigen abrirnos totalmente para cambiar oro por cuentas de vidrio, hay que recordar que además ellos se han vuelto proteccionistas. O sea, lo que no nos dejan hacer a nosotros ellos lo hacen. ¡El propio Trump! Hay una diferencia esencial con Obama, que tenía Tratados de Libre Comercio de primera generación podríamos decir, donde realmente los capitales norteamericanos podían ir a la contraparte y operar allí generando fuentes de trabajo, porque había menor salarios, menos nivel salarial, menos leyes de seguridad social, entonces operaba en otros países. Y era la mundialización del capital. Pero Trump volvió a pensar que es mejor tener el trabajo en casa, metió a las empresas para adentro y generó un fuerte proteccionismo. Incluso metió para adentro lo más contaminante, no le importa; el problema es que haya trabajo, y si el medio ambiente se contamina completamente en los EEUU no es su problema. Su problema es que haya trabajo porque esa es la base de su campaña, el proteccionismo, la industria en casa. Y entonces surgen TLC de nueva generación, mucho más sometedores como el que acaba de firmar con Canadá y México. Los TLC del Siglo XXI, en el mundo de la libertad de mercados que es la libertad de las transnacionales, son cada uno que se firma peor que el anterior. Con más listas negativas, en vez de establecerse en lo que va en el libre comercio se establece exclusivamente lo que no va, que cada vez son menos cosas, con más condiciones, con más pre requisitos, y fundamentalmente la promesa de que lo único que vamos a poder exportar -que es cuero crudo, alimentos y materias primas- lo haremos en tanto ellos nos fijen una barrera sanitaria -no crean que estamos abusando- o no nos acusen de estar exportando como productos nacionales con elementos que vienen de un país competidor como China o Vietnam. Por eso primarizan nuestra economía, porque no podemos ponerle valor agregado nuestro, pero tampoco valor agregado extraño, porque entonces deja de ser regido por el libre comercio. Y ellos nos van a meter de todo. Es decir, es el fin de las posibilidades de la industria nacional. ¡Ojo!, genera conflictos internos. No solo las cámaras de industrias de los países del Mercosur ponen el grito en el cielo con total justicia -estamos hablando de capitalistas-, mientras los productores agrarios grandes están locos de la vida, pero las cámaras de industrias están preocupadas. Pero si acá se preocupa la ciudad, en Francia y en España se preocupa el campo: Nos van a inundar productos agrícolas de países del tercer mundo donde no hay los controles ambientales que tenemos nosotros. Entonces también este TLC genera contradicciones en los dos lados. Pero ni las cámaras de industria de los países del Mercosur, ni los campesinos franceses que tienen subvenciones, y los campesinos españoles que tienen subvenciones, van a resolver el problema. El problema lo van a resolver los pueblos cuando digan basta, el problema lo van a resolver los pueblos cuando entiendan que una cosa es el comercio libre y otra cosa son los mentirosos Tratados de Libre Comercio, que son la antítesis; porque nos impiden proteger lo nuestro en aras de una libertad que ya sabemos en manos de los imperialistas lo que significa. Por eso no podemos separar el estudio de los TLC con las propuestas del Programa de la Unidad Popular. Tenemos que releer por qué la nacionalización del comercio exterior, por qué nosotros planteamos una creciente injerencia del Estado en la producción nacional y en sus políticas en apostar al mercado interno y al mercado internacional, por qué los partidos del bloque de derecha y la socialdemocracia que nos dirige también pone el grito en el cielo con el grado inversor, con el mercado externo y nadie se preocupa del mercado interno que nosotros sí queremos hacer crecer. Tenemos que ver todo esto. Explicar lo que significa un TLC, es decir la libertad de nosotros de vender nuestros productos elaborados a Europa y de los productos elaborados de Europa a nosotros con un trato totalmente desigual, no tiene nada que ver con la libertad del comercio que nosotros luchamos, y tenemos que entender en profundidad las propuestas tan bien planteadas en el programa de la Unidad Popular y de su plataforma electoral.
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