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Columna Decididos a cambiar

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 29 may 2019
  • 4 Min. de lectura

Aníbal Terán Castromán

Todos los integrantes del grupo “Rayo de luz” tienen un pasado común: consumo abusivo de drogas. Desde hace unos tres meses están intentando darle otro rumbo a su vida y se dan fuerzas unos a otros en un proyecto de convivencia que comenzó con muchísimas carencias. Ocupan un campo en las afueras de la ciudad de Treinta y Tres, el que fue arrendado por una persona que confía en ellos y cree que este lugar se puede transformar en un espacio de recuperación. Estuve con ellos y percibí cuánto valoran que alguien se les acerque. Apenas me vieron llegar salieron a recibirme y se presentaron con un cálido apretón de manos. Me invitaron a recorrer el predio donde sueñan producir hortalizas, frutales, criar animales y varias cosas más, todas con la misma intención: recuperar su dignidad y autoestima personal transformándose en personas aceptadas por la comunidad. “Algunos no aguantan y se van. Lo que pasa es que no es fácil romper con las drogas, pero se puede”, me dice uno de ellos. “Acá todos sabemos a lo que te llevan, lo hemos vivido en carne propia”, agrega otro. A poco de conversar alguien menciona a la “Tía Bety”, persona de la que noto se habla con mucho cariño y respeto. Cuando pregunto quién es, me la señalan. Es una mujer que está en el fondo de una casa al lado del predio que ocupa esta pequeña comunidad que actualmente tiene 16 integrantes. Le gritan “Tía, te quieren conocer” y allá voy. Me recibe con una amplia sonrisa, me presenta a su compañero Gerardo y nos sentamos a conversar. Me cuentan que hay una relación como de familia con sus nuevos vecinos, a los que ellos llaman “sobrinos”. Al ver sus carencias, no vacilaron en ayudarlos. “Plata no les damos, tabaco ni cigarros. Tenemos un trato: ellos del alambrado para acá no pasan, pero si precisan algo nos gritan y nosotros vamos. Son muy respetuosos y correctos. Necesitan mucho apoyo. Cuando me di cuenta de quienes eran, enseguida puse en facebock un llamado a la colaboración -dice Bety- y me decepcionó totalmente la gente, nadie respondió a ese llamado”. Aclara que sí “hay gente que se enteró por otros medios y los ayudó con ropa, materiales y herramientas, pero son pocos”. Bety me cuenta algunas cosas conmovedoras. Por ejemplo que un día ve “que se integró al grupo un hombre bastante mayor, lo que me llamó la atención, porque ellos son todos jóvenes. Pero resulta que después de unos días, aquel hombre que me había parecido un viejo, empezó a rejuvenecer. Resultó ser un joven envejecido prematuramente por la mala vida que tenía. Hoy parece otra persona, desaparecieron las arrugas de su cara, anda limpio y afeitado, cambió totalmente su actitud, es impresionante”. Gerardo es albañil y les da una mano “porque están haciendo un baño con bloques que ellos mismos fabrican y la sanitaria que les donó un comerciante”. Bety les cocinó el primer mes hasta que ellos consiguieron sus propios medios, “no tenían una olla, ni platos, ni cubiertos, nada”. Hoy día tienen un cocinero que me recibió arremangado lavando la vajilla del almuerzo que compartieron con algunas visitas, entre ellos algunos niños que vinieron con su mamá a ver a su padre. Días pasados José, un comerciante de Treinta y Tres me contó que intentó reunir algunos de sus colegas y otras personas con sensibilidad social en el predio para que conocieran la situación y formar algún tipo de comisión de apoyo. “No fue nadie” me confesó con desilusión, solo lo acompañó un animador cultural que los incluyó en un proyecto social llamado “Fútbol callejero”, y un representante de la Jefatura de Policía. A día siguiente, con el apoyo de varios invitados que no pudieron ir pero confirmaron su intención de ayudar, fueron a hablar a la Intendencia y al MIDES donde hubo otra desilusión al ver cuánta burocracia enlentece los mecanismos de asistencia social del Estado. “Necesitan un tractorcito, algún depósito de agua, alambrado, herramientas de mano, en fin, no tienen casi nada pero les sobra voluntad, es una lástima que se desaminen”, me dice preocupado. La impresión con que me quedé después de visitarlos es que se trata de un grupo de personas que están decididas a cambiar. Asumen que estaban equivocados, no quieren volver a delinquir, quieren cortar con las drogas. Salí en busca de Carlos, el hombre que arrendó este campo para organizar esta comunidad. Con los datos que me dieron llegué a la cuadra de su casa y cuando pregunté por él, un vecino me respondió: “Ah, usted busca al Cura. Debe estar allá con ese pichaje que tiene”, apuntando con la mano rumbo a las afueras de la ciudad donde está la comunidad Rayo de sol. Esa respuesta creo que resume el sentimiento de muchos uruguayos que no creen en la rehabilitación y opinan que este país es demasiado generoso con los delincuentes. Piden “mano dura”, “más respaldo a la policía”, “no sacarle al que trabaja para darle al que no quiere trabajar”. Usan términos como “malandros”, “chorros” y “pastabaseros”. No los culpo, comprendo que están matrizados por una eficaz campaña publicitaria centrada en el tema de la “inseguridad” como si se tratara de un fenómeno atribuible a gente torcida que nunca se va a enderezar y por tanto no merece contemplaciones. La realidad se encarga de demostrar que el ser humano que cae en el delito y la drogadicción se puede recuperar. Hoy conocí personalmente a varios que lo están haciendo, con muchas carencias, muy solos, pero lo están logrando. También conocí a un par de vecinos que los ayudan desinteresadamente. Me basta para fortalecer mi convicción de que no está todo perdido. (Adjunto fotos del predio que muestran el invernáculo que están construyendo, la tierra que están cultivando, la pista donde fabrican bloques y una vista del lugar desde la ruta. También a Gerardo y Bety despidiéndome en la puerta de su casa).


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