Columna Violencia y Capitalismo son un todo indivisible
- La Juventud Diario
- 19 may 2019
- 4 Min. de lectura

“En el comienzo fue la acción” J. W. Goethe
Por Gustavo López
Precandidato a la vicepresidencia de la República
Invirtiendo la unilateralidad del pensamiento dominante, el comprometido intelectual Wilhem Reich afirmaba: “no debemos preguntarnos por qué los pobres roban, sino por qué los pobres no roban”. Ante la aborrecible hipocresía sensacionalista que se propaga a diario desde los medios de comunicación, es preciso tomar partido desde una visión totalizadora que no repare en las consecuencias del fenómeno sino en sus causas estructurales. Convencidos de la pertinencia de navegar contra corriente en las turbulentas aguas de la descomposición social, sostenemos que capitalismo y violencia son un todo indivisible. Los preocupantes episodios de delincuencia social son sencillamente irresolubles en el marco de una sociedad fundada en la apropiación privada del trabajo socialmente producido. Como ya lo advertía Carlos Marx con prístina e inigualable claridad, “el capitalismo vino al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”. Ubicados en esa perspectiva de análisis corresponde preguntarse: ¿Por qué el famélico tiene que observar pasivamente con “la ñata contra el vidrio” el festín pantagruélico de las clases poseedoras? ¿Por qué el asalariado rural debe aceptar la miseria de su descendencia al tiempo que pasea los obesos novillos? ¿Por qué el que duerme a la intemperie tiene que respetar la casa tapiada del especulador inmobiliario? ¿Por qué el pie descalzo tiene que admitir el reflejo insultante del cuero lustroso del zapato del poder? ¿Por qué el joven harapiento tiene que mirar los escaparates del Shooping como quien mira el firmamento inabarcable? ¿Por qué una muchacha cajera de un supermercado que ve pasar por sus manos miles de dólares al día tiene que aceptar con resignación recibir un salario de infraconsumo? ¿Por qué un individuo sometido al bombardeo mediático que le insiste en que ser es igual a tener y que la felicidad es proporcional a la cantidad de mercancías que pueda comprar, tiene que respetar el auto ajeno? En última instancia, la no existencia de mayores y peores niveles de violencia se explica (entre otras cosas) por el formidable peso domesticador y disciplinador de la ideología dominante. Una sociedad que niega a cientos de miles su propia identidad, que condena cotidianamente a niños a morirse de hambre y a viejos a morirse de frío, no puede luego horrorizarse por las derivadas de su propio comportamiento. Quien sufre una existencia desdichada que se parece más a la muerte que a la vida no tiene ninguna razón para honrar la vida de otros. Es cierto que la violencia es un fenómeno multicausal de honda raíz social, es igualmente cierto que el asesinato de un obrero del trasporte o de un almacenero de barrio nos colman de indignación y bronca y no admiten justificación, pero la bronca o se convierte en organización que motorice cambios o alimenta el pensamiento reaccionario. La inadmisible política represiva del gobierno y las inmundas cárceles donde se tortura a jóvenes hijos de trabajadores sólo pueden ofrecer la reproducción ampliada de la violencia. O procedemos a objetivar una alternativa societaria superadora del capitalismo o todo será peor. No hay atajos. ¡Quien siembra vientos, cosecha tempestades! Las cárceles son un engranaje clave del sistema de dominación y un lucrativo negocio en manos del capital que todo lo mercantiliza. Si -como venimos afirmando- las múltiples formas de la violencia social son intrínsecas al capitalismo, es preciso reparar brevemente en cuál es el estado actual del mundo en que nos tocó nacer, vivir y luchar. Novecientos cincuenta millones de hambrientos pueblan el planeta, cinco mil millones de pobres sobreviven en la miseria, doce millones de niños mueren al año de enfermedades curables. El hambre, como la guerra, son decisiones políticas en cuyo seno anida la peor de las violencias. El rasgo distintivo de nuestra época está determinado por la crisis estructural del capitalismo. Importantes pensadores contemporáneos (Meszaros, Harvey, Amin) sostienen que estamos en presencia de una crisis de civilización que es producto del desarrollo maduro o senil del sistema. Es decir, no se trata de una crisis cíclica pasajera, antes bien, se trata de una crisis crónica que le imposibilita a segmentos importantes de la sociedad la propia reproducción social. El capitalismo solo logra reproducirse al costo de generar niveles crecientes de destructividad, irracionalidad, de des-humanización y barbarie. El intelectual argentino Ramiro Dulcich enfatiza: “...al mismo tiempo que el grado de desarrollo de las fuerzas productivas abre posibilidades emancipadoras -desarrollo alcanzado en los marcos de la dinámica capitalista, donde la productividad creciente del trabajo llega a niveles que podrían permitir la satisfacción y la creciente diversificación de las necesidades (del estómago y de las fantasías) del conjunto de la sociedad, y así contribuir con el proceso de humanización de género-, éste se concretiza como un proceso predominantemente destructivo para la humanidad, con la afirmación de un patrón de producción crecientemente depredador, que degrada las formas de sociabilidad y barbariza la vida social”. Aunque resulte duro y sobre todo doloroso, hay que decir con todas las letras que los sucesos de violencia social y delincuencia con que se abren los informativos centrales de la televisión son el resultado lógico e inevitable de un sistema ontológicamente cruel. Para concluir, estimo pertinente afirmar que el mundo de hoy no deja ningún lugar a la contemplación pasiva ni a las ilusiones terceristas. A la perversa maquinaria de destrucción y muerte del sistema debemos oponerle resistencia, organización y lucha. Recordando las justas palabras de Walter Benjanin: “La empatía con el vencedor beneficia siempre al dominador del momento”. Hay que tomar partido a favor del oprimido, del que sufre, del perseguido, del explotado. Hay que tomar partido. ¡¡¡Partido hasta mancharse!!!
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