Columna ¿Quién puede juzgar?
- La Juventud Diario
- 8 dic 2018
- 4 Min. de lectura

por Yanko Silva
Antes de comenzar con mi relato quiero saludar a todos en especial a quienes en alguna ocasión pude intercambiar alguna palabra y de alguna manera se hicieron eco de los sentimientos de todos. Para ustedes que están detrás de estas líneas, ¡muchas gracias! ‘’Quien esté libre de culpa que me tire el cascote’’. A mí me encantaría tener un contacto más directo con los lectores para realizar algunas preguntas, no obstante creo que también está bien que éstas sean respondidas por los mismos en los ámbitos donde compartan a diario. La opinión de ustedes no puedo saberla, si les gusta o no lo que escribo, pero es posible que tengamos muchas cosas en común sobre algo específico o tal vez sea al revés. He escrito quizás en alguna publicación anterior sobre la hipocresía y espero sepan disculparme si a lo largo de esta temporada de nuevas publicaciones el tema se haga recurrente. Si bien nos indignan muchas veces las cosas que pasan a gran escala es cierto que en ese hecho concreto es posible que no pudiéramos hacer nada en ese instante; pero yo pregunto: ¿y en casa?, ¿en el barrio?, ¿hacemos algo?+ Que no sean un problema estas preguntas, de hecho muchas veces yo veo situaciones y me gana la impotencia y termino contaminando del enojo por no poder hacer algo. Pero si me pongo del otro lado, de quien se supone pueda tener grandes ideas y mientras te dice una cosa uno ve otra, si estuviera en ese pellejo creo que en algún momento me moriría de vergüenza por no ser coherente entre lo que hago y lo que muestro. Hace poco fui a un encuentro cultural, por supuesto que cuando se comienza un emprendimiento todo es siempre medio a pulmón, más en este país que cada vez todo se hace más difícil. La situación mientras se prepara la comida y se templaban los instrumentos venía bien hasta que aparece el responsable del lugar, alguien común que comenzó a traer tumbadoras, cajas de sonido, consola, potencia y microfonía de bastante costos altos. Cualquier persona diría que está bueno porque existe una preocupación para que las demostraciones artísticas tengan un muy buen nivel. Hasta ahí venimos bien. Un increíble frío azotaba el lugar con violentos vientos constantes. A eso de media tarde, sin saber quiénes eran estaban allí un niño y una niña, precariamente vestidos, de hecho el pequeño de unos 6 años quizás vestía una remera semi gruesa, un pantalón corto y descalzo sin siquiera unas medias puestas. El nivel de comportamiento reflejaba claramente un desinterés por las mínimas pautas de racionamiento que cualquiera de su edad pueda tener, claro esas cosas las trasmiten los adultos. Cabe destacar que en todo ese tiempo que para mí fueron unas 3 horas la esposa del organizador estuvo sentada en un rincón del local sin siquiera emitir palabra alguna. A mí me indignan algunas cosas y más cuando las conversaciones apuntan a ciertos criterios idealistas, banderistas o sindicalistas. Es algo similar a otra situación que experimenté hace tiempo atrás cuando un hombre con una conciencia social bien formada en una fiesta le decía a su hijo que no tomase bebidas cola porque atrás de eso hay una multinacional que esclaviza a la humanidad y las corporaciones y que los imperialistas, etc., etc., mientras le implantaba su ideal él se estaba sirviendo uno de los mayores whiskies más caros y vendidos en el mundo y era etiqueta negra. La hipocresía está en micro cosas todo el tiempo, es natural ser hipócrita lo cual lleva a cientos de desenlaces o a pensar de esta manera por ver cosas de las que estoy escribiendo. De igual manera me inquieta un poco saber que en la generalidad y en la mayoría de las relaciones que tenemos a diario existan estas cosas. No se da que en cualquier trabajo nadie hable de otro, por lo contrario por lo general hay una bacteria que empieza a crecer y de tan grande que se vuelve hasta se convierte en virus y termina muchas veces excluyendo a alguien y llevándolo a resultados que ese alguien no puede soportar y renuncia a su función o termina con un tratamiento psiquiátrico o acaba en el suicidio. Pero cuando se cruzan en el mismo lugar demuestran ser excelentes con la persona. Eso es un ejemplo más que claro de lo hipócrita que muchas veces suele ser la sociedad. En lo personal, por pensar diferente y pelear por mis ideales se me ha señalado como si fuera culpable de revoltoso, comunista, izquierdo extremista o anarquista; ¿y cuál es el problema si soy todas esas cosas o no soy ninguna de ellas? Nos embretamos tanto que hasta nos convencemos de que así debe ser y que lo único que es válido es lo que nosotros creemos. La autocrítica es buena y antes de utilizarla en los demás debemos saber usar la empatía y como resultado de entender lo que pase podríamos hacer el esfuerzo de dar una mano, una idea y no criticar porque sí. Es como cuando una madre deja a su hijo a la vera del mundo y el 85% de la población la condena con los peores sentimientos pero para el otro lado nadie se manifiesta cuando cientos de padres abandonan a sus hijos. Resumiendo. La hipocresía es una de las peores armas que bien usada desmantela desde una organización hasta cualquier tipo de relaciones. Si nos vamos un poco más arriba el Gobierno es el hipócrita más grande pues de lo que tanto se luchó y dijo que haría hoy nos encontramos con que ha sido todo al revés y nos siguen mintiendo en la cara para poder seguir haciendo más y más a la sociedad seres que digan a todo que sí. Autómatas del futuro, pues en este mismo instante se está manejando qué hacer con nosotros desde las más altas esferas y después salen por los medios de comunicación con la sonrisita ganadora a decirnos que vamos más que mejor por el camino del progreso. Hipocresía se llama eso y como dice el refrán. “Yo tengo más respeto para alguien que me permite conocer cuál es su posición, su ideal, incluso si está equivocado. Que el otro que viene como un ángel pero que resulta ser un demonio”.
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