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Columna: Música “uruguaya”

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 16 oct 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella *

Una convalecencia forzosa me permitió revisar archivos y anotaciones que había ido guardando a lo largo de los años. Mirar hacia atrás es una buena forma de impulsarse para mirar hacia adelante, y llegué a la conclusión que todavía nos debemos una historia de la música “uruguaya”. No de la sucesión de estilos y modas, que eso ya está descripto, sino encontrando el nexo entre las expresiones musicales y las clases sociales que las crearon o que pagaron a sus creadores. A Atahualpa Yupanqui le preguntaron cierta vez en qué se diferenciaba la milonga argentina de la oriental.”Mi amigo” fue la respuesta, “la milonga cambia cada diez leguas”. Recordemos que la música “uruguaya” (mejor: oriental) es la intersección de muchas músicas de la región, reconfiguradas en un nicho provinciano. Somos un nicho provinciano, con fuerte identidad localista que sin embargo, culturalmente, nunca llegó a ser una “nación” diferenciada de las otras provincias rioplatenses. Hay más similitudes culturales entre un habitante de Montevideo y uno de Buenos Aires, que entre los porteños y los habitantes de Jujuy o Salta. Los pueblos originarios dejaron una huella en nuestra música criolla. La memoria no se perdió del todo. Ritmos similares a los andinos, y al chamamé, pero ante todo al malambo, quedaron repicando en la pradera. Rodríguez Castillo habla de “ritmos galopantes” muy antiguos; él los recoge en una canción que llamó “El cisne negro”. Algunos colectivos de descendientes, aquí y en Entre Ríos, han recuperado la lengua charrúa, su musicalidad y los ritmos y melodías que quedaron en memoria de los ancianos. Desde luego, la fuente principal de nuestra música rural fue la música campesina que trajeron los inmigrantes de sus aldeas: valses (y sus derivados como cielito y pericón), mazurcas, polkas, chotes, la contradanza (esta última basada, según algunos, en la antigua “country dance” inglesa). Lo afro fue más discriminado. El ritual animista que lo inspira se puede advertir aún en sus formas musicales, tanto en nuestro candombe como en el resto del Continente. La comunidad empieza a repetir una letanía rítmica, monótona, que crece en intensidad y sintonía. Las mentes en ese trance no deben tener pensamiento propio, deben ser parte de una escalera colectiva, energética, de “llamada” al espíritu convocado. Cuando éste acepta incorporarse, sólo el “médium” actúa diferente, interrumpiendo la letanía. Cada vez que el “médium” (pai, gramillero) se paraliza, la letanía vuelve a predominar, a mantener el ambiente para el contacto. De la “cuerda” de tambores del actual candombe, el llamado “repique” recibe el mensaje e improvisa; en cambio, el “chico” y el “piano” son la base rítmica del colectivo, de la tribu. Allá por 1890, cuando algunas familias inmigrantes empezaron a abandonar los “conventillos” colectivos para hacerse su casita propia en el suburbio, muchas familias negras salieron de sus chozas para cohabitar los “conventillos”. De esa fusión nació el tango, más afro en los conventillos montevideanos, más en su forma definitiva de tango canción (mezcla de canzonetta con síncopa africano) en los conventillos de Buenos Aires. Paralelamente los “eurocultos” seguían importando óperas, zarzuelas y ballets, mientras la Iglesia seguía desarrollando la música sacra. La música “euroculta” también tuvo su expresión local con Cluzeau Mortet y Fabini. Las orquestas sinfónicas y filarmónicas tanto como los conjuntos locales corales y de danza se desarrollaron a buen nivel. Las minorías inmigrantes hacen su aporte. El argentino Aníbal Ponce, viendo a las burguesas entrar al teatro Colón, había comentado cierta vez: “Cuando la cultura se disfruta como un privilegio, la cultura envilece igual que el oro”. Para que no fuese así, los primeros sindicatos organizaron sus bibliotecas, y sus grupos corales. La milonga, sin duda, fue el ritmo que más se diversificó: a veces en tonalidad mayor, acentuando su síncopa africana, a veces en tonalidad menor con melismas sutiles en su melodía. Milonga surera, milongón en bajada del Paraná, milonga bailable “de salón” en el mundo urbano, siguió siendo la forma favorita del “cantar opinando”. Un derivado con influencia caribeña es la “milonga - serranera”. Ritmo indígena trae el chamamé (en nuestro suelo el chamamé lento se llamó “litoraleña”) y los derivados de la zamacueca andina (que se acercó por acá como zamba): síncopa africana trae el “rasguido doble” (por acá: “sobrepaso”) Cuando los estudiantes del 900 hicieron la parodia de la “amurga” de Cádiz y crearon nuestra “murga” solicitaron a los cuarteles la percusión de la banda militar: bombo, platillo y redoblante. Ejecutando estos instrumentos, humildes soldados negros infiltraron en la “murga” la síncopa africana. Y deberíamos incorporar a este análisis el rock nacional, el rap, el pop, la formidable música de fusión uruguaya. Creo que necesito otra convalecencia para ordenar todo esto.

* Maestro y escritor, dirigente político y candidato por la UP a la Presidencia de la República para las elecciones de 2019.


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