Columna: Superar el capitalismo debe estar en el orden del día de las luchas cotidianas
- La Juventud Diario
- 4 oct 2018
- 5 Min. de lectura

“Cada vez que la hoz entra en el trigo, cada vez que la mano izquierda sostiene los tallos y la mano derecha da el golpe brusco con la hoz que corta casi a ras del suelo, sólo las altas matemáticas podían decir cuánto vale este gesto, cuántos ceros se han de escribir a la derecha de la coma, qué milésimas miden el sudor, la tensión de la muñeca, el músculo del brazo, los riñones derrengados, la mirada turbia de fatiga, el sol que cae a plomo. Tanto pesar para ganancia tan pequeña” José Saramago.
Por Gustavo López *
En cierta oportunidad le preguntaron a John Keynes qué pensaba del futuro, el economista británico respondió: “en el futuro todos vamos a estar muertos”. Esta respuesta en apariencia vulgar y evasiva, encierra una de las premisas fundantes de la racionalidad burguesa de nuestro tiempo. Si en el futuro “todos vamos a estar muertos”, el futuro no debería ser considerado; y de este modo para el pensamiento dominante la existencia se limita a la inmediatez del presente. La desconexión histórica nos propone una forma de vida en donde todo muere en el altar del minuto presente, sin origen ni perspectivas. El “homo sapiens” está desocupado y su lugar lo ocupó el “homo consumus”. El pensamiento pos moderno en tiempos de “producción destructiva” y crisis estructural del capitalismo degrada el sentido mismo de la vida. En un extremo de la realidad, la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta sobreviven en medio de una existencia desdichada, pautada por la miseria y las privaciones; mientras que en el otro extremo, una ínfima minoría hace de la vida una estúpida aventura de posesión y consumo. En el mundo de la mercantilización de la vida todo se cosifica; al capital no le alcanza con comprar la fuerza de trabajo, ahora necesita comprarlo todo para después vendérnoslo en cómodas cuotas. En las rúas de San Pablo un ejército de niños se arma para la guerra buscando en las redes del narcotráfico y la delincuencia la identidad que el mundo moderno les niega. En los clubes nocturnos de Barcelona se amontonan las “camareras” provenientes de Bulgaria, Polonia y Rumania. Cuentan que en sus ratos libres lloran añorando el “socialismo real” en donde con burocracia y todo, no hacía falta prostituirse. En las calles de Montevideo, un viejo se muere de frío al tiempo que un adolescente le pega cuatro tiros a un taxista en procura del dinero suficiente para comprar un par de “medios” de pasta base. Nosotros, los “incluidos”, miramos el mundo de ellos, los “excluidos”, como ajeno desde las ventanas del ciber en una pausa del chat. Difícilmente reparemos a pensar en el carácter insoportable de nuestra realidad. Menos aun, pensemos que detrás de esa “exclusión” aparente subyace una “inclusión” barbarizante. Es decir, que para que algunos pocos gocen y vivan, otros muchos tienen que sufrir y morir; de este modo se instala una suerte de Darwinismo social que opera como regulador del perverso metabolismo del capital. Recuperar la perspectiva emancipadora constituye una verdadera urgencia contemporánea, si pretendemos que otro mundo sea posible. En el actual estado de cosas y bajo el injusto “orden” del capital, para colocar nuestra mirada en la emancipación es imprescindible empezar por la negación. Una negación militante, activa y articulada de las actuales relaciones de producción y de la visión del mundo que de ellas emerge. Un verdadero NO con mayúscula y a los gritos, que procesualmente se convierta de negación en afirmación. Un grito gutural de rabia y de bronca, pero no apenas un grito de dolor ni grito defensivo, antes bien, estamos pensando en un grito lleno de esperanzas. Un grito que es piedra y poema, bala y rosa, golpe y abrazo, un grito que busca su fuerza en el pasado, que se objetiva en el presente y que encontrará su eco en un futuro mundo nuevo que merezca ser vivido por hombres nuevos. Esta negación (que es también afirmación) debe partir por erradicar cualquier ilusión acerca de la posibilidad de construir un mundo justo sin la superación radical del capitalismo. Seguimos porfiadamente convencidos que es la lucha de clases el motor histórico que hará posible la sepultura del actual sistema de dominación. Un célebre revolucionario ruso, comentando los procesos insurreccionales de las primeras décadas del siglo pasado en su país, afirmó: “las masas no se largan a las calles con una visión acabada de la sociedad que quieren construir sino con una visión acabada de la sociedad que quieren destruir”. Para formularlo en términos clásicos, una situación revolucionaria se presenta cuando los de arriba no pueden seguir viviendo como hasta ahora y los de abajo no quieren seguir viviendo como hasta ahora. Aunque duela reconocerlo, los de arriba todavía pueden y los de abajo seguimos sin encontrar una forma definitiva del no querer. Nadie puede afirmar con certeza hasta cuándo. La naturaleza de la crisis estructural del capitalismo y sus terribles consecuencias para la humanidad que vive de su trabajo, nos presenta un campo de posibilidades abiertas en donde podemos avanzar en dirección socialista o podemos presenciar una reestructuración reaccionaria del capital al costo de mayores y peores sufrimientos para los oprimidos del mundo. Será en última instancia el movimiento real de la lucha de clases el que alumbre el camino sin atajos ni falsas ilusiones. Contra la cobardía intelectual de los adaptacionistas y posibilistas, contra los viejos y nuevos conversos a la ideología del “orden”, contra los feligreses del dios mercado y sus acólitos, contra todas las formas de la resignación debemos construir las fuerzas del “trabajo asociado” capaz de personificar el proyecto socialista. Es decir, el sujeto social de las transformaciones -la clase obrera- al frente de la ofensiva socialista. El trabajo pensado como el antagonista estructural e irreconciliable del capital. Como el otro antagónico del capital, y nunca como su colaborador pasivo. Para construir las fuerzas del “trabajo asociado” capaz de emprender el combate contra todas las formas de la alineación capitalista, no alcanza con desesperados e inocuos llamados a la unidad que en la inmensa mayoría de las veces resultan explícitamente inútiles y carentes de cualquier consecuencia político-práctico. Es preciso comprender cabalmente que es al calor de la lucha donde se fragua la herramienta.
Con mucho más claridad que este columnista lo dijo hace más de un siglo un joven prusiano de apellido Marx, quien en polémica con Proudhon sostenía: “solo en un orden de cosas en que no existan clases y contradicciones de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: luchar o morir, la lucha sangrienta o la nada. Así está planteado inexorablemente el dilema”.
* Dirigente sindical y político. Integrante del Coordinador Nacional de la UP, Candidato a la Vicepresidencia de la República por este partido en las elecciones nacionales de 2019.
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