Columna Álbum de fotos antiguas
- La Juventud Diario
- 31 ago 2018
- 4 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella *
En las fotos envejecidas nuestros abuelos recuperan su juventud. Allí están, en ropas de época, rodeados de objetos que eran su entorno cotidiano. De pronto, una foto antigua de familia cobra vida y activa nuestros recuerdos: “Pensar que este niño que aquí aparece fue tío de mi padre, y yo lo conocí anciano…”. Si abrimos un álbum imaginario donde están fotografiadas las constituciones sucesivas que tuvo el Estado Oriental, vemos congelada en cada página la huella de una época diferente, con sus tendencias dominantes y sus equilibrios de fuerzas. Como en el caso de la foto familiar, el texto constitucional nos dice muchas cosas de su contexto. Nuestra primera constitución, la de 1830, fue ante todo, anti artiguista. De un lado las propuestas liberales masónicas de Jaime Zudáñez y del vacilante Larrañaga, del otro las ideas conservadoras de Ellauri y de Barreiro. El producto reafirmó la destrucción del Proyecto de Patria Grande, y ahora “los más infelices”, lejos de ser “los más privilegiados” como proponía Artigas, seguirían siendo sólo eso: infelices. Con la tutela de las “naciones garantes” que metieron su cuchara, la Ley fundacional estableció que sólo podían votar los hombres mayores de 18 que no fueran asalariados y que además supieran leer y escribir. Bajo esta constitución se inició la contra revolución agraria, cuyo episodio más cruento fue el genocidio charrúa. En medio de guerras sangrientas, el Partido de Gobierno se deshizo de Rivera, que había hecho el trabajo sucio, y lo reemplazó por Joaquín Suárez. De esta forma el liberalismo triunfante se desembarazó de su ala rural y caudillesca, aunque apelaría a ella muchas veces en el futuro. Europa apoyó diplomática y militarmente a este partido vencedor, que alguna vez se planteó hacernos colonia italiana con Garibaldi y otras veces se atrevió a soñar con un desarrollo capitalista independiente. El partido liberal “Colorado” habló de democracia formal, se deshizo de ella apelando nuevamente a su sector caudillesco para aplastar a Leandro Gómez, volvió a violarla para modernizar el país con Latorre y Varela, y, finalizando el siglo XIX, se volvió nuevamente civilista con una sucesión de presidentes digitados, que va desde Herrera y Obes a José Batlle y Ordóñez. Bajo la influencia avasallante de Batlle y Ordóñez, hace exactamente cien años, recién aparece la segunda foto de nuestro álbum imaginario: la Constitución de 1918. Batlle había derrotado a Saravia 12 años atrás. El partido opositor, por entonces expresión de la oligarquía rural, había conservado en su seno la memoria rebelde de los excluidos del campo. Éstos, incomprendidos al principio por un proletariado urbano de origen inmigrante, fueron convocados y armados por un hacendado “blanco” que se tomó en serio el discurso demagógico de su partido, o fingió creerlo. Al igual que la masonería de 1810 (independentista pero anti artiguista) el “batllismo” debía enfrentar al mundo retardatario de los terratenientes pero también al desorden popular rural que, en sus demandas podría volverse incontrolable. Ante el proletariado urbano, Batlle, el reformador, presentó el alzamiento de Saravia como un movimiento de latifundistas y lo aisló y lo derrotó en 1904. Diez años después empieza a trabajar su reforma constitucional. Ésta, formalmente, presenta un avance extraordinario: desde 1918 pueden votar todos los hombres mayores de 18, el voto es secreto, el Estado (ahora “República”) pasa a ser laico y se crean las premisas para que más adelante se incluya el sufragio femenino. Batlle quería además un Poder Ejecutivo colegiado, lo que logró por entonces sólo parcialmente. Batlle expresó los intereses de una burguesía nacional en expansión. El Capitalismo mundial había entrado en su fase imperialista: las potencias saqueaban países lejanos, y se disputaban colonias, semi colonias y zonas de influencia, llegando a desatar la Primera Guerra Mundial (1914-18). El capitalismo mundial aprendió a manejar la inmensa riqueza que les llegaba del saqueo en el extranjero para sobornar las direcciones sindicales en sus países de origen y lograr cierta paz social interna. Pero la revolución aplastada en Occidente había triunfado en Rusia en 1917, donde se anunciaba la instalación de un gobierno obrero y campesino. Batlle no enfrentó a las potencias imperialistas: no fue ni como Villa, ni como Zapata, ni como Sandino; pero logró impedir que el saqueo imperial nos convirtiera en un país mísero y dependiente. Lo impulsaba el viento favorable de la prosperidad exportadora y la convicción de la burguesía industrial de ser la representante del sueño de las mayorías. Para barrer la resistencia conservadora, se apoyó en la clase obrera de origen inmigrante; para impedir que esta accediera al Poder, buscó en Feliciano Viera el freno a las conquistas que él mismo decía impulsar. La estatización de empresas claves para el desarrollo capitalista soberano, fue tipificada en la Constitución de 1918 como la creación de “entes autónomos”. Aquel Batlle aprovechó la bonanza económica (fruto de nuestra extraordinaria renta diferencial de la tierra fértil) para avanzar hacia un desarrollo capitalista de escala mediana del tipo suizo. Por la Constitución de 1918 tuvimos los primeros diputados socialistas y comunistas. Pero eso ya es otra foto.
* Maestro y escritor, dirigente político y candidato por la UP a la Presidencia de la República para las elecciones de 2019.
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