Columna Cincuenta años atrás
- La Juventud Diario
- 23 ago 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella *
Ahora hay, por todos lados, seminarios académicos sobre el año 1968. El Mayo francés, los tanques soviéticos, la Guerra de Vietnam, los 400 jóvenes asesinados en Tlatelolco, y por aquí el MLN, el asesinato de Líber Arce, la unidad creciente del movimiento obrero. Sí, fue un año intenso, y para los que éramos muy jóvenes por entonces, fue un año imborrable. Ahora parece todo tan lejano… Y la intelectualidad pequeño burguesa intenta interpretarlo de tal modo que lleve agua para su molino, molino antiguo de fachada joven, que impulsa ideas anarquizantes, o bien de estéril exquisitez teórica “revolucionaria” o simplemente ideas escépticas que giran en las redes virtuales, satisfechas de su ombligo crítico. Desde posiciones “izquierdizantes” se omite lo esencial. Por ejemplo: la insurrección parisina de mayo no podía tomar el poder, porque no tenía una herramienta política para hacerlo. El Partido Comunista había renunciado a su heroica historia revolucionaria, y era una pieza más del Sistema. Vociferando (sólo vociferando) a su izquierda, los otros grupos “de izquierda” eran incapaces de reemplazarlo. La URSS todavía mantenía la solidaridad con los pueblos en lucha, pero desde 1956 se habían instalado en su seno procesos que amenazaban una restauración capitalista. El sistema socialista de Europa Oriental se resquebrajaba aún más rápidamente, y en 1968 los tanques del Pacto de Varsovia debieron “salvar” a Checoslovaquia (contra la opinión de su propio gobierno, en contra de la mayoría de su pueblo) de una invasión de la OTAN que efectivamente estaba planificada aprovechando sus debilidades. China se alzaba con una revolución cultural contra la burocracia del propio Partido, y reivindicaba (junto a Albania) la memoria de Stalin, ahora defenestrado en la URSS, a la que quedaba enfrentada. En el otro extremo del espectro “comunista”, Yugoslavia proponía un “socialismo autogestionario” con menor intervención del Estado y mayor “neutralidad” internacional, una no alineación que en su momento compartieron Egipto y la India. La Iglesia había vivido el Concilio Vaticano II, impulsado por el papa Juan XXIII, donde se habló del compromiso de la Institución con todos los pobres del mundo, independientemente de su credo. Los religiosos tercermundistas y la Teología de la Liberación se abrían cauce en América Latina. La lucha de clases se encendía hasta en el seno de la Iglesia, donde el sector conservador esperó la muerte del papa Juan XXIII para lanzar su contraofensiva. La liberación de Cuba y Argelia en 1959 fueron hitos impactantes para aquella generación de jóvenes. Con la reciente muerte del Che en el corazón, se multiplicaron las guerrillas en Sudamérica, dos décadas antes que en América Central. En el Uruguay fueron los años de las marchas cañeras, de las grandes luchas obreras, del crecimiento de la izquierda, de las acciones de guerrilla urbana. Gobernaba el país el siniestro Pacheco Areco, colorado “riverista”, que en un marco institucional cada vez más violentado, se transformó en un verdugo represor. Torturas, abusos y violencia represiva eran lo cotidiano. Pacheco respondía a la orientación continental represiva fijada y financiada por el imperialismo norteamericano. Para los que éramos muy jóvenes entonces, aparecían en el horizonte inmediato dos alternativas contradictorias y complementarias: el riesgo de morir y la seducción de la proximidad del triunfo revolucionario. Aún para los que no habíamos hecho la opción guerrillera en el MLN o en grupos menores, estaba claro que la violencia de arriba llevaba inevitablemente al Golpe de Estado, y que debíamos estar preparados para contestarla con todo lo que pudiéramos. Las bandas paramilitares actuando en coordinación con los órganos represivos eran una realidad clarificadora de lo que nos esperaba. Sí, para nosotros, los jóvenes de entonces, fue un año inolvidable. Tres años después nació el FA, y después llegó la dictadura, y después la democracia tutelada. Y después la sorpresa de reconocer a los que se pasaron al otro bando sin decirlo, los que se apoderaron del FA y lo sometieron al neoliberalismo de forma irreversible. Las nuevas generaciones van aprendiendo que no tienen futuro sin luchar, y poco a poco van descubriendo que la UP-AP, por ahora, es su única herramienta política. Aún con sus insuficiencias y sus carencias, la UP-AP es el baluarte programático y ético de la esperanza. Nosotros, los viejos, seguiremos a su lado mientras nos den las fuerzas, con la inercia y la energía que nos dieron los héroes y mártires cincuenta años atrás. * Maestro y escritor, dirigente político y candidato por la UP a la Presidencia de la República para las elecciones de 2019.
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