Opinión: La Rueca
- La Juventud Diario
- 2 jul 2018
- 4 Min. de lectura

por Yanko Silva
La rueca es un instrumento milenario para hilar fibras naturales y flexibles. Su origen se remonta a mediados del siglo XIII, dejándose de usar al rededor de hace unos 200 años por causa de la industrialización. El Primer paso es lavar y secar el vellón que contiene un porcentaje importante de la grasa animal. Se lava solo con agua de río y sin ningún tipo de jabón, quitándole su tierra y cualquier tipo de impureza que pueda tener. Luego de este paso se procede a extender para que se seque al sol. Una vez bien seca se separa poco a poco con las manos evitando que la misma se enrede. El hilado es un trabajo complejo por el cual se utilizan los dedos torneando a la misma para que pase lentamente por la rueca y formando así el hilado para su posterior creación de ovillos. En el folclor irlandés se menciona reiteradas veces a un personaje muy peculiar que ayudaba a quien usara una rueca y es el enano Rumpelstiltskin, quien tenía la habilidad por medio de su charlatanería de convertir en su proceso por medio de esta máquina la paja en oro, a cambio de llevarse a los niños. Y quizás no sea tanto de fantasía su existencia por los hechos acontecidos en nuestra historia más reciente, desde que la industria aparece como forma nueva de procesado de estos materiales. En 1764 James Hargreaves, de complexión mediana, nacido en Inglaterra inventó la famosa Jenny, maquina que podía hilar hasta 8 copos de lana al mismo tiempo. Junto con Richard Arkwright, él se convierte en uno de los pilares más fundamentales en la Revolución Industrial en Gran Bretaña. La demanda de hilo de algodón desbordó pronto a la oferta, pues la rueda de hilar de un sólo hilo (la rueca) no podía abastecerla. En 1978 el Clérigo inglés Edmund Cartwright, hombre de mediana estatura nacido en Nottinghamshire y estudió en la Universidad de Oxford, consistía de una máquina para hilar algodón provista de una lanzadera automática, movida por energía animal, ruedas hidráulicas o máquinas a vapor. De esa idea perfeccionada nace la creación del estadounidense Eli Whitney, quien logró inventar la primera máquina desmotadora de algodón. Le quitaba las semillas y las pelusas que naturalmente se encuentran en dicha materia prima. En esa época es donde se encuentran las mayores evidencias de explotación infantil en Inglaterra, con el empleo masivo y muy mal pago de mano de obra infantil, tanto masculina como femenina, en el proceso de producción. Para los empresarios era muy provechoso, porque el salario era 2 ó 3 veces inferior al de los adultos. Para ello era de preferencia menores entre 10 a 12 años, e incluso de menos edad, eran empleados en la industria textil o para trabajar en las minas. Trabajaban de 12 a 14 horas diarias, incluidos los sábados. En el siglo XIX, se aceptaba como algo normal la mentalidad y las necesidades de las familias obreras obligaban de esta manera al trabajo infantil. Paradójicamente las posibles historias y leyendas de aquel personaje Rumpelstiltskin al paso de los años se tornan posibles mediante la rueca, su industrialización y llevando con eso al robo de la inocencia de los niños. A lo largo de la historia ese invento fue cada vez más perfeccionado y se llegando a los más altos índices de producción. Años anteriores al invento de Edmund Cartwright se presenta la inminente presencia de la mujer en dicha industria, a quienes se consideraba (como en muchas otras épocas) seres de condición inferior y por las que se pretendía darles una utilidad que preservase la calidad de vida de las altas esferas de la sociedad. No obstante como es de conocimiento el 8 de marzo de 1917 Las obreras de las fábricas textiles de Petrogrado, en Vyborg, salen a la huelga bajo la consigna “¡Abajo la guerra!”...“¡Pan para los obreros!”. Entre 1897-1914 había 20 millones de mujeres trabajando en calidad de asalariadas y en condiciones extremas de horarios en Rusia llegando en la década anterior a 1917 a 7,5 millones de mujeres en la industria. La bolchevique Goncharskaia, junto con otras militantes, recorren las lavanderías y las fábricas textiles. Eugenia Bosh, Inessa Armand y Aleksandra Kollontai fueron algunas de las que dieron discursos a trabajadores, trabajadoras y soldados, fueron quienes escribieron varios artículos reclamando aumento de salarios, 8 horas de trabajo y mejores condiciones laborales, organizaron reuniones y colaboraron con el proceso de la revolución. La presencia en las revoluciones ha sido invisibilizado por gran parte de la historia, es innegable su presencia aunque no ocupen los atrios ni en las fotos de cientos de libros que han puesto al hombre como impulsor desde estas ideologías a todo invento posible, sin dejar de pensar en que muchos de dichos inventos fueron exclusivamente medio de subyugamiento para el género. Las mujeres tienen también una fuerte presencia en la Revolución Francesa, en 1789, con una marcha por el pan sobre Versalles. La “libertad” y la “fraternidad” no se aplicaban para las mujeres, ni para los trabajadores; los derechos eran para aquel entonces para miembros de la sociedad burguesa, apuntando directamente al hombre egoísta, como señalara Marx sobre la cuestión judía. A pesar de todo esto en la actualidad el trabajo textil sigue apuntando en un 85% a la mujer como pilar de esta industria, que quizás hoy luego de cientos de muertes y posiblemente mejor pagadas que antes, no deja de ser un estigma de superioridad por parte de los empresarios para mantener las necesidades del consumo masivo de las sociedades del mundo. Una labor noble se convirtió en un arma de esclavitud. La rueca iba lento, con amor, dedicación, sacando lo mejor de la materia prima con mucho cuidado para utilizar con respeto el producto por ella generado. Si bien quizás no convirtiera la lana en oro, esta brillaba tal vez tras la luz de una ventana a las afueras de un pueblo, aquel pequeño y molesto ser que apresuraba el proceso fue robando las ideas y en su afán de tener un importante personalismo fue ideando y tergiversando los principales valores de esta actividad. A su propio beneficio, cubriendo sus propios intereses mezquinos. Así nace aprovecharse de lo puro y único para convertirlo en algo que no es más que una serie de millones de hilos que hacen de una sola persona o un conjunto de corporaciones mas y mas afortunados a expensas del trabajo de miles. Que la rueca siga girando, pero en las manos de las tejedoras del tiempo.
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