Columna En Nueva Palmira
- La Juventud Diario
- 2 jul 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella *
El viernes pasado fui invitado a dar una charla en el liceo de Nueva Palmira. Siempre es una alegría compartir con docentes y jóvenes, y muy especialmente en el ámbito cálido y familiar de las ciudades pequeñas de nuestro interior. En un intervalo, los docentes me acompañaron a la costanera para mostrarme los cambios en la infraestructura de los cuatro puertos que tiene ahora la ciudad. Sí, cuatro puertos: uno privado, de granos (especialmente soja); otro el de UPM, manejado por la empresa Ontur; otro es la vieja dársena de ANP donde amarran los yates y se descargan los productos más variados; y el cuarto es de pasajeros, del que parte la lancha que viaja diariamente ida y vuelta a Buenos Aires por las islas del Paraná. El atardecer devolvía extraños reflejos tornasolados sobre el agua apacible del Río Uruguay. Un docente que advirtió mi sorpresa comentó: -Sí, eso es lo malo. El agua está totalmente contaminada. Es un caldo de agrotóxicos, pero ¿quién va a quejarse? Si no sos docente, policía o funcionario, el puerto es nuestra única fuente de trabajo, lo que nos da vida. Los muchachos se anotan en el curso nocturno para aprobar el bachillerato como sea, y así trabajar en las empresas privadas del puerto. De inmediato recordé un episodio que habíamos vivido en abril, con el ómnibus de la UP en viaje al arroyo Salsipuedes. Nos habíamos detenido para disfrutar del amanecer sobre el Río Negro y desde el viejo muelle vimos que el agua estaba de un verde fluorescente. Ni mojarras ni ninguna otra forma de vida se observaba en sus riberas. Ahora en Nueva Palmira los colores del agua denunciaban una capa oleaginosa extendida hasta donde alcanzaba la vista. Barcazas inmensas salían con el veneno de UPM hacia las islas y el mar abierto. Los granos que vienen del Brasil por el Paraná son cargados aquí en otros barcos que salen al Río de la Plata y vuelven al Brasil por el litoral atlántico, hacia las grandes ciudades de la costa. El interior del Liceo estaba decorado con temas alusivos al Mundial. Volví al tema de la contaminación. Con cierta resignación, me informaron que muchas otras cosas estaban mal. -Las ratas del molino son grandes como gatos, y deambulan por el liceo como si fueran sus propietarias. La humedad de las empresas linderas amenaza una gran parte de la estructura edilicia, pero ¿quién va a denunciarlo? No sólo nos dan trabajo: todas las actividades culturales son apoyadas generosamente por estas grandes empresas. Y mi memoria va más atrás, a la campaña electoral anterior, cuando tuve un encuentro con los pescadores artesanales de Nueva Palmira, y visité sus precarias viviendas. Un pescador, militante del oficialismo, me había dicho: -Ahora estamos mucho mejor. Antes había que remar, ahora nos dan crédito para comprar motores fuera de borda. -Ah, qué suerte- comenté yo, y me alegró que en medio de su precariedad hubiera algo positivo; - entonces ustedes no están como los pescadores artesanales de Cebollatí y La Charqueada, que dicen que la pesca se está acabando. -Bueno, eso sí, acá también se está acabando. Y a veces sacamos pescados y cuando los abrimos están podridos por dentro. -Nuestros hijos tendrán que dedicarse a otra cosa- intervino entonces una mujer que limpiaba pescado-. Pero no sabemos a qué podrán dedicarse. Vuelvo al viernes pasado. Los profesores me acompañaron a la Agencia a tomar el ómnibus y nos deseamos mutuamente suerte, porque al día siguiente jugaban Uruguay-Portugal. El ómnibus partió rumbo a Tarariras. La noche me envolvió y me evitó el espectáculo de la tierra agredida por los monocultivos. Antes de cerrar los ojos, pienso en los infatigables compañeros de la UP, en nuestras conversaciones cotidianas. ¿Cómo hacer para cambiar el rumbo antes de que estas entrañables comunidades pequeñas queden convertidas en pueblos fantasmas y malolientes? ¿Cómo explicar a más gente y más rápido que el cambio es posible, es necesario y es urgente? En el asiento contiguo, una muchacha enciende su celular y desliza su dedo para pasar distraídamente una cantidad incalculable de fotos virtuales. Ahora se detiene en una imagen y desde ella le sonríen dos niños pequeños. La muchacha es muy jovencita. ¿Sobrinos, quizás? Si querés proteger esas sonrisas, muchacha, hay mucho que hacer por el mundo, por el mundo en el que les tocará vivir. Si tu cariño por ellos es lo suficientemente grande, seguro nos volveremos a encontrar en el camino. * Maestro y escritor, dirigente político y candidato por la UP a la Presidencia de la República para las elecciones de 2019.
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