Opinión La Ruca
- La Juventud Diario
- 22 jun 2018
- 5 Min. de lectura

por Yanko Silva
Barro y paja, de forma circular es como construyen los Mapuches sus viviendas con techo cónico. Un lugar comunitario donde duermen en pieles y tienen troncos como asientos. Sencillamente ahí además de ello, ocurren los mejores momentos de la comunidad, donde se resuelven cosas referentes tanto a la tribu como a todo lo que los rodea. Es bien sabido que han tenido una de las luchas más largas por así decirlo de la historia en América, desde los comienzos de las conquistas ellos han resistido todas las adversidades y hoy continúan fieles a sus principios. Indomables fieras del pacífico, guerreros y hermanos de la naturaleza, continúan por su camino sin doblegarse a los caprichos de los políticos que pretenden siempre plantar el progreso. Progresismo: ideología que defiende el desarrollo a como de lugar de las poblaciones, especialmente en el ámbito político social. Socialismo: Doctrina política y económica que propugna la propiedad y la administración de los medios de producción por parte de las clases trabajadoras, con el fin de lograr una organización de la sociedad en la cual exista una igualdad política, social y económica de todas las personas. Ahí hay algunos ítems que podríamos discutir por años, pero lo cierto es que la igualdad de la sociedad por lo general no es así, en tiempos de elegir siempre sale alguien con un bolso de ideas para implementar por las cuales soñamos y caminamos hasta el fin del mundo igual si fuera necesario para que se pudiera cumplir. El fanatismo: una adhesión incondicional a una causa. Sí, claro pero de seguro ha de ser el peor de los ismos, sobre todo cuando se ve gente del barrio, de otros barrios y en cualquier espacio donde uno se vincula, y ese fanatismo es tal que ciega de una manera abismal la realidad de los hechos de una sociedad. Eso pasa y sigue pasando, muchísima gente a diario te dice lo mal que está el país, los errores de la actual administración pero no sé, por arte de magia llegan la elecciones y continúan los mismos. Nada es casual, aquí se podría hablar de una hipocresía generalizada o una vagancia extrema cuando se dice, “es lo que hay”. Sinceramente no logro entender este fenómeno de continuismo cuando no se cumple con los parámetros de las definiciones como explicaba más arriba y usted se preguntará, ¿Qué tendrá que ver esto con la ruca? Tiene mucho en común, sobre todo el valor de la palabra comprometida, el cumplimiento de la misma y por qué no la continuidad de ésta. Por lo general en el mundo en que vivimos es muy difícil conseguir todo esto, aunque muchos se jacten de ello. El individualismo en otras partes del globo ya es un hecho donde muchas sociedades ya piensan en sí mismos en el mejor de los casos. El invierno es largo y más cuando no existe real respaldo. Hoy se trata de lo mediático en nuestro país, paliar la situación pero no solucionarla de raíz, porque es más fácil dar una manta y tapar el oportunismo que erradicar el problema con puntos a favor de los que han quedado en situaciones extremas de soledad. Con esto no me refiero a la gente que particularmente hace esa labor, gente común que ve a sus hermanos debajo de la lona y sale aunque sea de su bolsillo para ayudar a alguien para que siga viviendo. Cuál será el motivo o la causa por la cual el más de abajo deba seguir con vida, nadie lo sabe; pero lo cierto es que de los más viejos se aprende algo. Yo conocí a Ernesto, un viejo que solía frecuentar la Terminal de Río Branco, y de vez en cuando charlábamos y yo le daba algún tabaco, algunas veces le lleve algo de comer pero él siempre me decía que para aguantar el frío lo único que servía era el vino tinto. Alguna que otra vez me quede con él hasta la madrugada y era cierto, el vino tinto servía para aguantar el ventarrón. Él fue uno de los tantos veteranos que quedaron tirados gracias a los hermanos que metieron la mano en la lata y todo el corralito con esa historia nefasta que todos conocemos. Abogado por casi 25 años, seguidor a muerte del Frente, militante alternativo, cargador de la bandera en las marchas, decidor de las verdades en algún comité de base, organizador de eventos del barrio para juntar fondos y quién sabe cuántas cosas más que son las que menos se ven. Un buen día años más tarde luego de mi regreso de Chile, no supe más de Ernesto. Pregunté por él a sus vecinos de cuadra y me dijeron que no se sabía nada de él hacía tiempo. Quizás murió en el anonimato, quizás se ganó un premio o una herencia, o tal vez siguió siendo uno de esos tantos fantasmas de las ciudades. Lo cierto es que de esas largas charlas una vez me dijo que no hay nada mejor que el calor de un hogar, donde se cuecen todas las ideas y sueños. Antes, por esos tiempos en la cuadra creo que había una construcción a medio terminar que estaba por allí, casualmente entre un alerón y el saliente de otro edificio; allí se formaba un techo con las mismas características que la ruca. Quizás esa tribu que rondaba con viajantes de todas las edades (pues también habían 3 niños que andaban siempre juntos), quizás allí hacían su fuego, donde compartían lo encontrado y llenaban las barrigas armándose los cartón cama. No creo estar muy errado, ni falto de cordura, pero estas manadas pequeñas siguen por toda la ciudad al igual que en casi todas las ciudades del mundo, mientras en la grandes esferas del poder comen de la mejor comida, beben de lo mejor en sus grandes conferencias y tienen a alguien que les tienda la cama y les esculpa los pies. Sí, son esos los que se dicen compañeros, los que agitaban la bandera con nosotros y lideraban la marcha hacia un futuro de prosperidad. Nada ha cambiado, los de abajo siguen siendo los de abajo y los de arriba siguen siendo los de arriba, especulando con salvar a los de abajo. Pero veo en el tiempo una grieta en la piedra, veo que por el horizonte no solo sale el sol. No estoy ciego y no me arrepiento de quebrar esa grieta del todo para salir del pozo en el cual nos metieron con la mano del engaño. Creo firmemente en el espíritu de la tribu, donde los líderes son todos, donde cazar no es un deporte sino una necesidad y con el mayor de los respetos, donde a la tarde se juntan a la sombra de la ruca a contarse sus historias y sus vivencias del día, donde comparten el alimento en todas sus formas sin ser ingenuos ni menospreciables, con guerreros en todos los bosques y montañas que sirven más que para gritar y flamear la bandera, sino para defender lo que el planeta les brinda. Nada mejor que entender que estamos quebrados cuando vemos tanta vida allá a la vuelta del mapa, y más si llegamos a comprender que “la tierra no pertenece al hombre, sino el hombre pertenece a la tierra”. En recuerdo de Ernesto, El Jefe de la Tribu.
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