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Opinión: Casi Extintos los Artistas Callejeros

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 8 jun 2018
  • 5 Min. de lectura

por Yanko Silva

Entre 1990 y 1992 llegó a este país Carlos el “Number One”, un chileno intrépido, con lentes al estilo John Lennon con guitarra y zampoña. Él andaba viajando por América y me enseñó años mas tarde a hacer eslabones de madera cual si fuera una cadena, donde el eslabón final y el del comienzo estaban rotos. Quizás para muchos eso no tenga ningún significado, pero para mí en aquel entonces y hasta hoy es una simbología donde señala la libertad donde uno hace su propia cadena por cómo la vida pueda llevarlo en el aspecto que sea, pero jamás es tarde como para romper con la misma y afrontar todos sus monstruos y poder vencerlos, desapegarse o liberarse de la pesada mochila. Siempre es mejor, pues de esa manera podremos centrarnos y de seguro el universo se manifestará de forma que podamos encontrar lo que realmente es para nosotros. Poco tiempo después, entre 1994 y 1996 llegamos la camada de lobos original, pues éramos muy jóvenes y como una gran familia. Nos faltaba la carpa gitana, pero nos íbamos amoldando según la estructura que se nos presentaba. Quizás seguíamos las huellas de aquel lobo solitario que apareció años atrás, pero de lo que estábamos seguros siempre fue una cosa: La vida no es siempre color de rosas, pero juntos podemos darle el matiz necesario para que las voces suenen a través del tiempo y la historia pueda ser contada casi con exactitud para que las generaciones que vengan después sepan entender el significado y el por qué hoy pueden hacer lo que hacen; y puedan quizás respetar y salvaguardar las luchas o acciones que dejaron nuestros antecesores; y partiendo de esa base sepan comprender que si no es por causa de la memoria, por las herramientas que ella deja, no se podrá seguir un camino donde puedan dejarse nuevas huellas, como las de aquel “Number One”. El tiempo siempre es tirano y muchos ya no están entre nosotros, pero los segundos que llegamos fuimos, Juan Cid, Lissette Tapia, Rodrigo Ahumada, Carlos Domínguez, Héctor Rojas, Ricardo Torres, Manuel Rojas, Jaime Cid, Miryam Rojas, Nibaldo Morales, Daniel Miranda, Juan Plaza, Jano, Jorge Padilla y yo junto con ellos, todos chilenos menos quien suscribe. Años más tarde llegaron los peruanos de los no tengo mucho registro, pues ellos eran una población más flotante; algunos les gustó este país y se quedaron. Al principio fuimos la atracción de los montevideanos, fomentábamos y traíamos diferentes culturas convencidos que eso era lo correcto y se ponía el alma para dar lo mejor de nosotros. Algunos uruguayos a partir de 1996 y 1997 comprendieron nuestro mensaje y se animaron a formar sus propias manadas, y continuaron a partir de esa época un camino alterno con sus propias necesidades tomando en cuenta que en este país no se les da muchas oportunidades a sus propios artistas en los ambientes o los círculos donde debieran estar. Llegó el 2000 y posteriormente la crisis, y fue una explosión de arte callejero que salió a mostrar lo que sabía, parte contagio, parte necesidad. Sin prejuicio alguno y sin señalamiento de apuntalar con el dedo fuimos intercambiando conocimientos y la manada ya era mucho más grande. No había egoísmos ni demandas de quien llegó primero. Pero en cada historia siempre existen aquellos que ciegos por su envidia marcan el lado oscuro de sus anhelos y hacen todo lo posible para sembrar la semilla de la discordia. Algunos medios de prensa comenzaron a atacar y cuestionar nuestra presencia poniéndonos en un lugar de oportunismo y malversando nuestras realidades, cuestionando con qué fin convertíamos nuestro arte en modo de vida. No fue suficiente y quizás sí una oportunidad para que algunos artistas de este país comenzaran un plan macabro que duró unos 15 años, con la necesidad de expulsar a aquellos que habíamos traído una idea con el rótulo de “estos extranjeros oportunistas”. Comenzaron a gestionar bajo el engaño que los artistas necesitábamos tener nuevas oportunidades y que teníamos derecho a poder gestionar nuestros propios aportes como cualquier trabajador, quizás esa fue una idea necesaria pero el árbol que crecía con hojas perennes ya estaba siendo marchitado por la envidia y el odio. Se cambiaron los papeles y esos artistas uruguayos por medio de una asociación creada para poder luchar contra el arte libre golpeó durante muchos años para que las autoridades volcaran su mirada y que por medio de la legalidad se pudiera encontrar una herramienta que limitase el acceso libre a continuar intercambiando culturas. Esta asociación casi como una secta logró su objetivo en 2018 como final de aquel plan. Gestionó un Decreto y una Reglamentación que limita el acceso libre. Creó una opción monotributista excesivamente cara y obligatoria para que muchos no pudieran seguir mostrando su arte, sabiendo que esos parámetros legales van en contra de todas las leyes de la naturaleza. Esta asociación se adueña de las decisiones libres de otros y obliga en su proyecto por medio de una tarjeta permisora de la actividad a quien no pueda pagarla mensualmente con costos estipulados por la ley a que quede sin poder ganar su dinero, el cual siempre ha sido voluntario por parte del público teniendo en cuenta que cuando un artista viaja con su arte por la ciudad y rompe el hielo de la rutina de sus habitantes, lo hace totalmente gratis. Además esta reglamentación obliga a que toda la flota del transporte y me refiero a su personal a que dejen subir a los artistas sin poner ninguna traba y sin poder prácticamente tener algún derecho de decisión. Como en muchas cosas en las cuales alardeamos de que somos pioneros en el mundo y llevamos la bandera como símbolo de nuevas ideas, esto pasa por primera vez en la historia y pasa acá, en Uruguay. Fomentar un sistema y llevándolo a cabo como un filtro que decide quién puede hacer arte y quién no, es gestionar tras bambalinas una dictadura de la libertad de expresión. El egoísmo, la envidia y la falta de humildad de saber que en cada instancia se puede manipular la idea original y quedar bien parados frente a la sociedad, no es más que los deseos de unos pocos que no cuentan la historia como debe ser. Muchos artistas no tendrán más esa posibilidad de mostrar lo que saben hacer y muchos ya no podrán mantener a sus familias con el aplauso y el aporte que la gente brinda. Pero bueno, como dije antes el tiempo es tirano y de aquella manada de lobos por diferentes razones ya no están. En memoria de ellos y comprendiendo que el arte es conciencia y rebeldía, la fuerza de esa manada nunca pudo ser aplastada por la avaricia, y los pocos que quedamos seremos por siempre la resistencia.


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