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Columna Elogio del fútbol

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 29 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella*

Desde la primera infancia de la Humanidad, en todos los continentes hubo juegos colectivos de pelota. En el mundo Guaraní, una pelota maciza de caucho, emplumada, era disputada por dos bandos; en el mundo Maya se competía buscando introducir la pelota en aros de piedra opuestos y cuya disposición era vertical y no horizontal como en el básquetbol moderno. En el mundo campesino británico, se inflaba una vejiga de cerdo y pobladores de dos aldeas vecinas disputaban a puntapiés para impulsar la esfera a campo contrario. Ya en el siglo XIX se incorporaron dos postes verticales en cada extremo del “field”, postes que identificaban cada “goal line” por la que cada equipo debía hacer pasar la vejiga inflada para anotarse un tanto. Los directores de los colegios de la nobleza británica se preocuparon porque los jóvenes de sangre real preferían este juego campesino en lugar de ocuparse de arquería o esgrima. Por eso decidieron reglamentarlo para hacerlo más honorable. Cuando se expandió el ferrocarril y las universidades se desafiaron entre sí, comprobaron que los reglamentos eran diferentes, y se decidió jugar dos tiempos, uno con el reglamento locatario, el otro con el del visitante. Por 1860 se incorporó el travesaño horizontal y, 5 años después, la red. Era considerado “foul” todo golpe por encima de la rodilla. Con la expansión del ferrocarril británico por el Planeta, llegó el fútbol “British way” a la clase obrera del tercer mundo. De técnicos ingleses a proletarios pobres, el fútbol volvió a su origen popular y recuperó la picardía y la creatividad originaria. Chico Buarque dijo cierta vez que había tanta creatividad artística en un partido de fútbol como en una improvisación de jazz. Y la comparación es buena, porque en el jazz, la improvisación de un saxo, o de una trompeta, siempre está enmarcada en un ritmo y una armonía preestablecidos; y en el fútbol, la creatividad de un jugador sólo sirve si aporta a un colectivo y a un plan táctico preestablecido Benedetti y Galeano hablaron del fútbol con pasión. Nuestro canto popular recogió y recoge su vibración popular. Nuestro arte plástico también. El Sistema Capitalista intentó corromper el fútbol profesional, lo logró muchas veces, y pudo hacer gracias a él suculentos negocios. Diversas dictaduras fascistas intentaron hacer del fútbol un opio adormecedor de conciencias y un instrumento de exaltación patriotera. Pero el fútbol es un deporte excepcional; a pesar del dinero mercenario, a pesar de la corrupción de la FIFA, la lucha de clases se instaló en las hinchadas y a cada brote fascista o patotero le respondió la dignidad de otros hinchas y la valentía insobornable de grandes jugadores que lo fueron y lo son dentro y fuera de la cancha. Hasta ahora, las más grandes potencias jamás salieron campeones mundiales: ni USA, ni China, ni Japón, ni Canadá, ni Rusia. Y Brasil salió campeón cinco veces. Muammar al-Gaddafi, el dirigente libio asesinado por el imperialismo, decía que él no construiría nuevos estadios de fútbol hasta que cada barrio y cada pueblo humilde de la “Jamahiria Árabe” no tuviera una cancha bien acondicionada con vestuarios y gimnasio, porque el fútbol debía ser forja de valores colectivos más que espectáculo. Nuestro fútbol infantil es campo de confrontación adulta entre dos concepciones antagónicas del deporte: por un lado seres enfermos, padres frustrados o contratistas delincuentes de talentos precoces, y por otro lado gente que ama el deporte e irradia altos valores con su ejemplo y su actitud respetuosa hacia el otro. Las divisiones inferiores del fútbol profesional y las ligas barriales son testigos cada fin de semana del abrazo fraterno de jóvenes hoy rivales circunstanciales, pero que fueron compañeros y amigos en el fútbol infantil, en el barrio o en el mismo centro educativo. Quien ama el fútbol no puede ser hincha sectario ni violento. Ni machista, cuando ve el talento de las gurisas El fútbol educa. Cierta vez le propuse a un grupo de adolescentes que investigara por qué había 8 afro descendientes en la selección de Brasil, 3 en la celeste y ninguno en la de Paraguay, y por qué en la selección argentina había mayor porcentaje de apellidos italianos que en la nuestra. Pero por encima de todo, el fútbol es algo mágico. No me acerca a Dios, pero sí me hace entrar con humildad en la dimensión de lo inexplicable.

*Maestro, escritor, dirigente políticos candidato por la UP a la Presidencia de la República para las elecciones de 2019


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