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Opinión La redota

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 11 may 2018
  • 4 Min. de lectura

por Yanko Silva

A Daniel muchos lo escucharon pero pocos supieron oír bien, incluso hasta sus compañeros de base cuando él dijo: a desalambrar, a desalambrar... de seguro estaban hablando de cómo arreglar el mundo como pasa en muchos lados y creyeron que él decía: hay que alambrar, hay que alambrar... y eso es lo que les quedó en la retina y hoy no dejan que nada les impida que eso pase, la tierra ya no es más de nosotros y las vaquitas siguen siendo ajenas. El “Gordo” a quien nunca se me ocurrió preguntarle el nombre pues así es como se presenta o todos le dicen, es un hombre entre el campo y la ciudad; él desde hace muchísimos años le ha traído equipos de refrigeración y motores que vienen de maquinaria principalmente del sector tambero para que mi suegro los reparase, quien se dedica al oficio casi extinto como lo es el de hacer embutidos. En los últimos años casi que ni se le ve al Gordo, y no es porque se hubiera enfermado, simplemente porque no hay mucho que reparar, los que tenían equipamiento no digitalizado fueron prácticamente obligados a comprar nueva tecnología y mucho de aquellos que lo hicieron ya han dejado abandonadas sus tierras porque se endeudaron sin que alguien pudiera haberlos ayudado, por lo tanto no quedan muchos equipos viejos y de ahí hacia abajo ya sabemos cuánto ruido hace la cadena... los pájaros que se fueron ya no pueden regresar y los que aquí nacieron y están creciendo y pensando en emigrar... En la última década se han ido cientos de este país, sólo que sin carretas, sin arado ni caballos. Cualquier destino les parece mejor que el propio y no necesariamente por un gusto reprimido, sino porque aquí verdad es que se hace cada día más difícil sobrevivir. ¿Por qué reconocemos que en cualquier parte del mundo esa es una actividad legítima ante una respuesta negativa del gobierno de turno y aquí lo vemos como algo naturalizado? La verdad reside en que somos un pueblo tranquilo y las protestas que hacemos ante aquellos que tienen el poder no repercuten como debería pasar. Inconscientemente preparamos a nuestros hijos para que admiren a este país pero sin dejar de pensar que en alguna otra parte del mundo puedan estar mejor a nivel laboral. No les enseñamos a encontrar la patria y eso pasa por nuestra pasividad, porque nunca se nos hizo propia la frase “Libertad o Muerte” y buscamos que los niños lleguen en primavera para que se vayan acostumbrando al eterno invierno, Rocha está cada vez más solo con su palmar, mientras seguimos viendo a los jubilados peleando por su dignidad. Ya no hay tantos peludos embriagados de milongas mientras el viento frío extiende sus fronteras más allá de Durazno y Convención y en el lago del amedrentarismo y la costumbre aceptada esperamos ese gol que nos saque de un suspiro y gritamos la celeste y sacamos al Charrúa que llevamos dentro como un grito de rebeldía que siempre es silenciado por la historia de mentira que nos enseñaron. No hay que olvidarse de aquellos que viven para despertar dormidos y que aunque sean menos no venden la trinchera que merecidamente lograron. Hoy la cara del murguista baja triste del camión, quizás sepa que su canto del pueblo ya no es la voz mientras siguen dando palo cuando pretendes volar. Los intereses actuales han cambiado, cada día camino por las calles y veo un contraste con mensaje directo y supongo que si anduviera por el interior del país la balanza se inclinaría más para el lado de los marginados, pero centrándome en lo que puedo ver, por un lado hay mucha gente que cae en los rincones acartonados, la delincuencia quizás creció y sus mecanismos de acción también; pero por otro lado cada día se ven más autos de última generación, los estadios están casi siempre colmados, las empresas de comida rápida cocinan más y más cada día, las casas de instrumentos musicales desbordan sus vidrieras, el que tiene una ropa del año pasado la dona y se compra otras dos, los cines se colman con el último estreno mundial, los celulares duran entre un año o dos y se vuelven obsoletos para que sean reemplazables por otro más moderno, la tiendas de ropa y calzado están repletas casi siempre, las empresas de entretenimiento no paran de vender juguetes coleccionables, las tarjetas de crédito y débito te las regalan en cualquier kiosko prácticamente y sin darnos cuenta y quizás me quede corto estamos en una sociedad de extremo consumo. La supuesta izquierda ha logrado en menos tiempo lo que al capitalismo le costó años. Somos sometidos del sistema y en lo general casi todos siguen sin alcanzar el sueño que pretendían, trabajan doble horario, se llenan de deudas y las arcas del estado acumulan una riqueza como nunca antes pudo apreciarse en nuestro país. Y tenemos dos historias transitando al mismo tiempo, la realidad de los menos protegidos y el desinterés de aquellos que pasan y no ven lo que pasa. Solo se trata de vivir esa es la historia, mientras el fango continúa entre pelotas de trapo. No alcanzamos a ver lo que pasa realmente porque la vista está hacia abajo y no hacia el entorno, se maneja la educación, se controla la salud, y se convierte en esencial cualquier cosa que afecte la continuidad de la maquinaria que está impuesta. ¿Dónde están los que lucharon por un país liberado? Se marearon poco a poco con las luces del estadio y queda en la garganta el canto con sabor amargo, no fueron los asesinos fuimos nosotros que los dejamos caer por ser tan pocos.


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