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A 200 años del natalicio de Carlos Marx El Fuego que no se extingue (segunda parte)

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 11 may 2018
  • 9 Min. de lectura

“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas” K. MARX

Escribe GUSTAVO LOPEZ::

1 Aunque los apologistas del orden burgués hagan sonar sus clarines de victoria y decreten extasiados la muerte del marxismo. Aunque vociferen acerca del “fin de la Historia” al tiempo que condenan a millones de seres humanos a condiciones de existencia propias de la pre historia. Aunque promuevan el refugio en lo individual y el egoísmo exacerbado, pretendiendo convertir la vida en una aventura estúpida de posesión y consumo. Aunque promuevan todas las formas de manipulación alienante de las conciencias y domestiquen a los intelectuales. Aunque proliferen las pseudo-teorías que niegan el papel de la lucha en las transformaciones, y sostengan que no hay alternativa posible para el género humano más que presenciar la barbarie capitalista. La porfiada realidad los desmiente categóricamente. Cualquier mirada atenta al mundo de nuestros días confirma con claridad irrefutable que el capitalismo no es otra cosa que la reproducción ampliada de la injusticia, la miseria, la guerra y la muerte. En definitiva, el capitalismo es un modo de producción fundado en la apropiación privada del trabajo social, en la explotación cotidiana de la inmensa mayoría de los seres humanos. Es por su naturaleza un estadio del desarrollo humano destinado a desaparecer, no por obra de ningún determinismo mecánico sino de la acción organizada y consciente de los trabajadores y demás sectores populares interesados objetivamente en ofrecer definitiva sepultura al injusto orden vigente. Para el cumplimiento de esta impostergable tarea histórica, el cuerpo teórico del Marxismo sigue siendo la herramienta más útil con la que disponemos. Por tanto, Marx es un hombre de este tiempo, lo ubicamos conscientemente lejos de la tumba y pletórico de vida. Nace todos los días en la acción de los oprimidos del mundo que se resisten a ser mercantilizados, vive en las huelgas obreras y las rebeliones campesinas, levanta la voz en las movilizaciones estudiantiles y apunta con precisión en el fusil de los que resisten la intervención imperialista, nace y rejuvenece en las piedras que arroja contra el invasor las manos de un niño palestino. El legado de Marx, nos brinda un estudio acabado y profundo de la formación y estructura económico-social del capitalismo. Nos permite entender sus leyes de desarrollo, el secreto de la acumulación a partir de la plusvalía. En obras como Critica de la Economía Política, El Capital, los Grundisse y otras se sustenta científicamente el funcionamiento del capitalismo. La obra de Marx no solo es la más brillante y demoledora critica al capitalismo, es también un preciso programa para su superación. Los avances más significativos en favor de las masas populares a lo largo de la historia se desarrollaron inspirados por las ideas de Marx y sus continuadores, particularmente Lenin el jefe indiscutible del proletariado mundial y artífice de primer orden de la Revolución de Octubre el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad dese el punto de vista de los trabajadores. La decisiva influencia del marxismo abarca los mas bastos terrenos de la actividad humana, las ciencias, la cultura, las artes y la literatura. Si exageraciones de ninguna naturaleza podemos decir que lo más destacado de la cultura hasta el presente se vinculo estrechamente con el marxismo, alcanzaría con citar a vuelo de pájaro algunos nombres como Picasso, Siqueiros, Neruda, Vallejo, Lorca, Jorge Amado, o nuestros Arregui y Zitarrosa entre tantos otros. Decía Federico Garcia Lorca “el día que el hambre desaparezca va a producirse la explosión espiritual más grande que conozca la historia humana” y en efecto el verdadero encuentro de la humanidad consigo mismo se dará en la construcción del socialismo. El marxismo-leninismo se enriquece en dialogo dialéctico con todas las manifestaciones de la ciencia y la cultura, como señala Lenin en el Que Hacer “La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden, basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y además actuales, a observar a cada una de las otras clases en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política, si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y la vida cultural de todas las clases, sectores y grupos de la población”. En tiempos de promoción masiva de la cultura chatarra, de la mitología fantasmagórica, de los supérfluo sobre lo sustantivo, es imperioso volver a las fuentes y entender la cultura como terreno de lucha por elevar la conciencia y el espíritu de las masas populares. En el epicentro de las bastas preocupaciones de Marx a las que consagro su vida y su lucha se encuentra la liberación de los trabajadores la que según su propia sentencia “será obra de los trabajadores mismos”. Cuando se propagan a los cuatro vientos sandeces diversionistas que sostienen la supuesta pérdida de centralidad de la clase obrera o incluso su reducción numérica cuando cada día hay más seres humanos que viven de la venta de su fuerza de trabajo es indispensable recordar el bicentenario del nacimiento del barbado de Tréveris defendiendo la identidad obrera y su papel revolucionario. Lo que sigue en este modesto aporte persigue ese propósito.

2 RECUPERAR LA IDENTIDAD OBRERA PARA PELEAR EL PRESENTE Y CONSTRUIR EL FUTURO.

No estoy del todo seguro que haya existido alguna vez un tiempo en el que la ética y el comercio fueran compatibles.

No obstante, conservo un nítido recuerdo del almacenero de mi barrio, el tano Ítalo, que separaba del cajón las frutas y las verduras cuando estas no se encontraban en excelente estado. En reiteradas oportunidades cuando yo tenía apenas 9 ó 10 años y no poseía ninguna idoneidad para distinguir la calidad de las verduras el tano decía, - “comunícale a tu vieja que hoy no le vendo zanahorias porque están medias pasadas”. La preocupación por la calidad del producto que ofrecía daba cuenta de una responsabilidad que excedía largamente la relación entre el vendedor y el consumidor. No lo viví, pero me contaron fuentes confiables (para utilizar una expresión acorde con la labor “periodística”) que en el boliche de la curva del Cerro propiedad de un gallego no se le servía a los carneros. Seguramente esta digna actitud no se correspondía con el alto grado de conciencia social del bolichero sino simplemente por una razón bastante más pragmática, si servía a los carneros perdía como clientes a los trabajadores sindicalizados que eran por entonces la inmensa mayoría. No estamos rememorando la prehistoria, nos estamos refiriendo apenas a algunas décadas atrás cuando la leche venia en botella de vidrio y en los barrios no existía supermercados de esos en donde uno va a buscar un kilo de azúcar y se vuelve con una bolsa llena de cosas que no precisa pero convencido de que ahorro plata porque compro todo lo que estaba de “oferta”. Eran épocas en las que todavía se podía ver por las calles a cientos de obreros de mamelucos que entraban y salían de las fábricas, eran tiempos en donde los paisanos llevaban en el cinturón cuchillos y no celulares. El mundo del trabajo moldeaba la forma de ser, de pensar y de luchar del movimiento popular. Aunque pueda resultar una exageración podemos afirmar que los oficios determinan la fisonomía tanto como el mapa genético. Es así, que podemos distinguir a la distancia y casi sin margen de error a un oficinista, un pescador o un peón rural. Es por eso que un pianista tiene dedos finos y un albañil manos robustas. Señalando la importancia del trabajo en la conformación del hombre como ser social, Marx llego a decir: “el hombre piensa porque tiene manos”. Nada más lejos del espíritu de este texto, (si es que existe algo así como el espíritu de un texto) que realizar la apología del trabajo asalariado, por el contrario es el trabajo el terreno por excelencia en donde se desarrolla la alienación y en donde los hombres y mujeres que viven de la venta de sus brazos padecen las mayores penurias. Pero es también el trabajo el lugar de privilegio para el desarrollo de la conciencia de clase y es precisamente la conciencia de clase una condición de posibilidad para la revolución social. Todo lo hasta aquí escrito en era poco convencional columna podría condensarse en la siguiente oración: Sin clase obrera organizada y con proyecto político propio no hay superación del capitalismo.

3 Claro que la clase obrera de hoy no es igual a la de antes, tampoco son iguales ni el país ni el mundo. Nada puede ser igual después del huracán neoliberal que azoto el planeta. La clase trabajadora de hoy se muestra fragmentada, heterogeneizada y precarizada. De conjunto los trabajadores se encuentran pauperizados materialmente, diezmados culturalmente y debilitados organizativamente. La política neoliberal se constituyo en una brutal ofensiva del capital contra el trabajo, en una verdadera venganza de clase en donde las clases poseedoras arremetieron contra los derechos que la clase obrera había conquistado en más de un siglo de luchas. Con el neoliberalismo el capital privado y transnacional se enseñorea en la producción y las finanzas y el estado se desembaraza de su responsabilidad social. Como consecuencia, el desempleo estructural crece exponencialmente en todo el mundo, incluso en los países de economía desarrollada y millones de hombres y mujeres son víctimas de la flexibilización laboral y la desregulación del contrato de trabajo. La reestructuración productiva del capital propicia las condiciones para la súper-explotación de la mano de obra al tiempo que su irracional productivismo degrada la naturaleza al límite de comprometer la vida sobre este planeta. Lejos de resolver los acuciantes problemas de la humanidad el neoliberalismo ha multiplicado las desigualdades sociales y generó más muerte y destrucción que durante las dos guerras mundiales. Sobre este preocupante marco general que resumidamente señalamos, se torna cada vez más urgente recomponer las fuerzas de la clase obrera y sus herramientas de lucha para relanzar la batalla por el socialismo como única alternativa a la barbarie promovida por el capital.

4 Tampoco las organizaciones de referencia de los trabajadores (los sindicatos) se parecen a las del pasado. Aquellas primeras asociaciones obreras colocaban la confrontación de clases en el centro de su accionar. Es decir, los trabajadores se pensaban a sí mismos como el otro antagónico del capital y nunca como su pasivo colaborador. La superación de la explotación y la opresión en todas sus formas era el objetivo explícito del movimiento obrero. La negociación, era el resultado de la movilización y de múltiples acciones de presión y no al revés como parece ser la tónica del actual movimiento sindical. Los sectores que hoy detentan la hegemonía del movimiento obrero organizado sufren una verdadera colonización ideológica y han hecho de la cooperación de clases el centro de su práctica militante. El grado de subordinación del actual movimiento sindical a la lógica sistémica lo convierte en un actor de carácter propositivo para el capital, aumentando de este modo su funcionalidad con el sistema de dominación. A diario se cita como ejemplo de sindicatos “maduros” aquellos que acuerdan con sus patrones sin necesidad de medidas de lucha, aquellos que comprenden las “dificultades” de los empresarios y hasta están dispuestos a bajarse los salarios para conservar el empleo. Este modelo de acción sindical educa a los trabajadores en la domesticación y en el mejor de los casos solo desarrolla acciones de carácter defensivas y adscriptas a los limites que el sistema tolera. Con estupor y vergüenza ajena hemos escuchados a connotados dirigentes sindicales afirmar que los trabajadores necesitan de los empleadores e inversores porque son estos los que generan trabajo y sin ello no podríamos vivir. Esto es, ni más ni menos que pensar con la cabeza del patrón. Desde el punto de vista de la clase obrera, la cosa es exactamente al revés: nosotros podríamos prescindir del patrón para el resto de nuestras vidas y seguir produciendo más y mejor, mientras que el patrón no podría prescindir de nosotros ni cinco minutos, nosotros no vivimos del trabajo que él nos da, el vive de nuestro trabajo. Comprender esto es básico y clave para quienes aspiramos a construir el mundo de los trabajadores. Es tiempo de instalar este debate y discutir a fondo cual es el modelo de acción sindical que pude dar respuesta a los desafíos que la lucha de clase nos plantea en la actual y compleja coyuntura.

La naturaleza de la crisis estructural del capitalismo y sus terribles consecuencias para la humanidad que vive de su trabajo nos presenta un campo de posibilidades abiertas en donde podemos avanzar en dirección socialista o podemos presenciar una reestructuración reaccionaria del capital al costo de mayores y peores sufrimientos para los oprimidos del mundo. Será en última instancia el movimiento real de la lucha de clases el que alumbre el camino sin atajos ni falsas ilusiones. Contra la cobardía intelectual de los adaptacionistas y posibilistas, contra los viejos y nuevos conversos a la ideología del “orden”, contra los feligreses del dios mercado y sus acólitos, contra todas las formas de la resignación debemos construir las fuerzas del “trabajo asociado” capaz de personificar el proyecto socialista. Es decir, el sujeto social de las transformaciones- la clase obrera- al frente de la ofensiva socialista. El trabajo pensado como el antagonista estructural e irreconciliable del capital. Para construir las fuerzas del “trabajo asociado” capaz de emprender el combate contra todas las formas de la alineación capitalista, no alcanza con desesperados e inocuos llamados a la unidad que en la inmensa mayoría de las veces resultan explícitamente inútiles y carentes de cualquier consecuencia político-practico. Es preciso despojarnos de todo sectarismo y comprender cabalmente que es al calor de la lucha donde se fragua la herramienta. Con mucho más claridad que este columnista lo dijo hace más de un siglo un joven prusiano de apellido Marx quien en polémica con Proudhon sostenía: “solo en un orden de cosas en que no existan clases y contradicciones de clases, las evoluciones sociales dejaran de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: luchar o morir, la lucha sangrienta o la nada. Así está planteado inexorablemente el dilema”.

:: Gustavo López es dirigentes social y político, candidato a la Vicepresidencia de la República para las elecciones de 2019 por UP


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