Columna: De símbolos y palabras
- La Juventud Diario
- 24 abr 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Los locales de la UP brotan como flores humildes del suburbio. A veces duran sólo hasta que el vecino donante lo necesite para otro uso; pero aún con vida breve, son importantes como aglutinantes barriales, como núcleos de redes que los sobreviven. Los carteles y las carteleras desaparecen de la puerta, pero las memorias quedan y muchas veces la organización también. Pues bien: no hace mucho, en un local de barrio recién inaugurado, los compañeros pintaron un hermoso cartel, y en él, junto al logo rojo y verde de la UP pusieron la más conocida bandera artiguista… pero con la diagonal ascendiendo hacia la derecha. Defendí con firmeza ese diseño diferente de la bandera. Cuando el pueblo se apropia de los símbolos, cuando los hace suyos, tiene derecho a modificarlos, consciente o involuntariamente. Siempre fue así. En tiempos de la Liga Federal de Artigas, cada provincia modificó el diseño tricolor como le pareció, porque era suficiente la adición del color rojo a la blanquiazul de Belgrano para identificarse como provincia federal. Más aún: los indios de Corrientes cambiaron el azul por el verde casi sin advertir que hacían un cambio. Esto se debía a que en la cosmovisión guaraní, el azul y el verde son un todo único (hovy), son el mundo selvático originario, tal como era antes de la introducción de los colores. Fue un tiempo después que el picaflor (mainumby) trajo los colores volando de flor en flor y difundiéndolos después también entre animales y piedras. Los indios artiguistas de Corrientes entendieron que en la bandera tricolor federal, junto al rojo y al blanco, era mejor una franja con el “hovy de abajo” (tierra selvática) que una franja con el “hovy de arriba” (cielo despejado). Y esta bandera de los pueblos originarios federados quedó muy bien. Es un rojo amanecer sobre una tierra recuperada. Esta versión de la bandera artiguista inspira nuestra bandera de la UP, que nos identifica y a la vez nos distingue de los usurpadores de símbolos. Porque cuando el Poder opresor, cuando un gobierno demagógico se adueña de un símbolo que fue popular, lo vuelve un objeto en sí mismo, inmodificable, desprovisto de su sentido original. Se sustituye la causa, el anhelo popular que el símbolo representaba, por el culto al símbolo vaciado, por la obediencia a los que ahora lo exhiben como propiedad o como trofeo. Así puede pasar con una bandera revolucionaria o con un símbolo de la religiosidad popular. Las palabras también son símbolos. El poder opresor y el gobernante mentiroso pueden prostituir hasta las palabras más hermosas. Se las usa, ya desprovistas de su contenido, cuando hasta el amor y la conciencia pasan a ser mercancías, objetos de compra y venta. Corresponde a los revolucionarios recuperar el sentido originario de los símbolos en general y de las palabras en particular. En la UP hemos recuperado la bandera, hemos rescatado su mensaje popular. Además, el rojo es la memoria de la lucha social, y el verde evoca la defensa del patrimonio ambiental. Hemos recuperado también muchas palabras: compañero, militancia, transparencia, lealtad, coraje, pueblo, lucha por el medio ambiente, diversidad, respeto a la autodeterminación de los pueblos, internacionalismo. Bajo nuestra bandera rojiverde común, ondean las banderas de las organizaciones políticas que integran la UP. Junto a ellas, las pancartas enarbolan las palabras ya liberadas de las cadenas de la opresión: hemos aprendido nuevamente a corearlas y a cantarlas. Y hemos descubierto que la palabra esperanza, si se quiere recuperar en su sentido original, debe deletrearse en colectivo.
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