Opinión Los ocultos
- La Juventud Diario
- 13 abr 2018
- 5 Min. de lectura
Por Yanko Silva
Venimos a este mundo sin enterarnos en principio para qué. Muchos pueden decir que cada uno de esos muchos tienen un destino, un propósito, pero lo cierto es que llegamos aquí, quien sabe de dónde, quien sabe hacia dónde. Algunos gritan como si fuera lo peor que le pudiera haber pasado, otros lloran por miedo quizás a lo que se viene, otros nacen muertos y en algunos casos los atrapa el aliento y les abre los pulmones como un último suspiro pero también como el primero. La vacuna se acerca y se nos pincha sin pedir permiso, sólo porque tenemos un derecho que alguien nos dio y porque es una obligación, desde ese momento tenemos un montón de virus y patógenos descubriendo nuestro cuerpo a los cuales debemos responder como se debe, con pelea, desde ese instante sin saber contra quien y tal vez con la mayor de las suertes quizás sobrevivamos a nuestra solitaria batalla uno contra miles. Crecemos y vamos descubriendo que esto, que aquello y sobre todo lo que no podemos hacer, esa es la parte dónde mas estamos expuestos, que aquí no, que allí tampoco, que por ese lado no se puede y paso a paso entramos en el sistema, cantamos el himno. nos formamos en fila como corderos al matadero y comenzamos a aprender lo que muchos creen que deben enseñarnos. Las normas, zonas inexploradas donde poco a poco tendremos los guías que harán de nuestra estadía algo terriblemente fácil; vuelve la vacuna y entra por los brazos por las piernas y nos invaden nuevamente los bichos a los que debemos nuevamente enfrentarnos. Cerramos los ojos y el armario queda entreabierto, pedimos que alguien nos ayude o que deje la luz encendida, el miedo comienza a ser nuestro peor aliado, sentimos los terrores como un pijama pegajoso y peleamos contra los fantasmas aferrados a una linterna con pilas viejas. Luego llega el momento crucial de nuestro viaje, la juventud, un universo de sensaciones donde a veces mostramos nuestro verdadero yo y donde pronto entenderemos que podemos estar del lado que asienta o del lado que lucha. Si es el de aceptación los virus habrán ganado y nunca fuiste capaz de destruirlos a todos, lo cual puede dejar a entender que desde tu primer día apenas fuiste escapando silenciosamente de ellos y si fueras del lado de la rebeldía te darías cuenta que por cada piedra que tirases 50 balas pueden alcanzarte más rápido de lo que cae tu respuesta. Ahí comprendemos que debemos cambiar el aspecto aunque no nos guste pues el sistema ya nos ganó hace tiempo aunque ni siquiera nos diéramos cuenta. Compramos lo que sea, colaboramos con su crecimiento, comenzamos a destruírnos aunque por un momento se sienta que escapar de esa realidad es lo mejor que podemos hacer y con el tiempo caemos en el pozo. Aquellos que han optado por aceptar tienen esa humanidad de lanzarte una cuerda pero ninguno se expone a ser descubiertos pues pasarían de un minuto a otros de sumisos a rebeles. Nos enseñan a como pinchar a los que vendrán y a instruirlos en las normas y costumbres estipuladas, aprendemos a cruzar la calle a lo ancho, pero está prohibido que sea a lo largo y sobre todo si a tu costado sean cientos como tú. Nos reprimen, nos agobian, nos aprietan la soga como perros marginales, y nos van poniendo poco a poco las cuerdas, las cadenas. Comprendemos que hay algo más allá de nuestro sentidos que nos tiene sujetos como marionetas de circo. Entonces la sociedad nos empuja a ser profesionales, a tener una vocación aunque luego de saberlo debamos buscar nuevos horizontes, que el reconocimiento viene también de formalizar nuestra vida sentimental, bajo los códigos morales y al poco tiempo reiterar el ciclo. Ganamos la experiencia de las huellas que fuimos dejando, aunque muchas veces se las trague el mar borrando nuestra existencia. Que lo justo es como debe ser, que no te pongas ideas locas que te impulsen a desviarte de la senda de todos, pues serías como aquellos perros marginales pero sin el collar que te identifique como alguien que no es una amenaza. A muchos les hace el corto circuito y luchan como aquella primera vez por su supervivencia, se colman de causas justas y cambian las piedras por bombas de conciencia y aunque su pelea también sea para despertar a los del letargo de la aceptación, nunca encontrarán tal reconocimiento por lo contrario se llevarán los miles de dedos señalándolos como otra amenaza, aunque muchas de esas manos estén obligadas a hacerlo. Allí están los ocultos, los que saben que el sistema los invadió pero ya casi no pueden hacer nada y terminan manejando un ómnibus esperando acelerar su retiro sabiendo que su marcha podría haber sido hacia una libertad justa y no hacia algún prado de cemento, reconocen a sus pacientes por el número de cama y no por el nombre que cargan, contaminan a sus pares trepados del andamio aunque preferirían plantar nabos en el campo, se ajustan al programa y aunque tengan ganas de transmitir la verdadera historia de los nativos sólo tienen permiso para vestir a sus alumnos con plumas y arpillaras. El individuo ya no es nadie aunque la sociedad lo felicite por sus logros colaborativos y no por sus hazañas revolucionarias. Se siente conforme y útil persiguiendo a la liebre sin importar si nunca la alcanza. La libertad es sólo una utopía que creemos haber resuelto hace tiempo por medio de nuestros representantes. Estamos ocultos ahogandonos en el grito aquel del primer día, el más fuerte que pudimos. Seguimos ocultos con el ansia reprimida y dejamos nuestras sobras a los que duermen en el frío y creen ser compasivos y solidarios dándoles el pescado y no la caña. Los que no estamos ocultos somos los que entendemos la verdadera realidad, somos los que escuchamos como gritan los cerdos antes de ser rebanados. Los que no estamos con el chip implantado, perseguimos ese sueño que involucre a todos, cantamos la conciencia, pintamos las pancartas reclamando la balanza. Los que no estamos ocultos pregonamos la esperanza, no solo la que libera nuestra alma sino la que pretende crecer entre los escombros que la guerra dejara. Los que no estamos ocultos somos los también los ocultos practicando la estrategia de sostener la marcha dejándonos papeles en el banco del aula. Nos mostramos cuando apremia aquel primer grito de batalla, los portadores al alba vestidos de la palabra. Los que exponen sus vidas aunque les alcancen las balas, topos entre los restos de aquellos que señalaban, banderistas en la consigna, flameadores de la llama, cuenta cuentos de la luz mala, levantando la mirada, observando todo el tiempo, la marcha de la ciega manada.
Entradas relacionadas
Ver todoLa posibilidad de aumentos de tarifas y de impuestos había sido negada enfáticamente por el presidente Luis Lacalle Pou durante la...
En estos días es evidente que ante un nuevo aniversario del Movimiento 26 de Marzo, muchas cosas y conceptos se ponen sobre la mesa en...
En los últimos tiempos han ido surgiendo en forma cada vez más amplia problemas y situaciones cada vez más difíciles de atender, con las...
Comentarios