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Columna La UP y Salsipuedes

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 5 abr 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Precandidato a la Presidencia de la República por UP

Veinticinco años atrás muy pocos recordaban la masacre de Salsipuedes. Por entonces, trabajando con mi esposa en la recolección de relatos sobrenaturales en la población rural, llegamos por primera vez al pueblo de Tiatucura, en el límite de Paysandú con Tacuarembó. Este pueblo está a apenas dos kilómetros del lugar donde se inició la masacre. El comisario jubilado (hoy fallecido) Sr. Baldomir fue el primero en introducirnos en la memoria de la india Felipa, la última en la zona de padre y madre charrúas, eslabón importante de la memoria mestiza que aún perdura. Por ese entonces conocimos en Tacuarembó a don Bernardino García y a Blanquita Rodríguez y a tantos otros descendientes directos. Su memoria familiar nos permitió completar un cuadro de terribles dolores, abyectas traiciones y lealtades heroicas: la historia del genocidio y la resistencia que se inició en Salsipuedes. En 1831, el Gobierno de Rivera no se planteó inicialmente una limpieza étnica sino una Contra Revolución agraria: expropiar a las familias beneficiadas por el Reglamento de Tierras de 1815. Ausente Artigas, los donatarios de tierras amenazados pidieron apoyo a las comunidades charrúas, que ya estaban “agauchadas” culturalmente por la vaquería y por su participación en los eventos revolucionarios de 1811 – 1820. La Contra Revolución agraria debía disolver estas comunidades organizadas, que ya habían formado parte de un proyecto multiétnico, disponían de armamento europeo que combinaban con el suyo tradicional, y montaban caballos entrenados para el trabajo y el combate en las praderas. Los monstruosos alcances de esta campaña genocida, que duró dos años, son conocidos. Vale recordar que decenas de niños capturados vivos fueron conducidos a Montevideo, y distribuidos como sirvientes entre familias del patriciado para que olvidaran su lengua y su identidad. Fueron los primeros niños desaparecidos en nuestro suelo por el Terrorismo de Estado. Si nos proponemos realmente cambiar el curso político del país, debemos reconocer la gestión de aquellos y aquellas que hicieron obras positivas en cualquier plano, provengan del sector político del que provengan. Pero si olvidamos los crímenes de lesa humanidad del pasado, desde el origen mismo de nuestro Estado, estamos justificando el olvido de los crímenes similares en el pasado reciente y bajaremos la guardia ante las amenazas del presente. Por eso la UP va a Salsipuedes cada abril. No es casual que la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado siga vigente, que un departamento del país se llame Rivera por el genocida Bernabé, que avenidas de todo el país lleven el nombre de Fructuoso Rivera, que su grotesco monumento ecuestre reciba a los visitantes en Tres Cruces. No es casual que Yacaré Cururú, el paraje donde la heroica resistencia charrúa derrotara a Bernabé se llame hoy “pueblo Bernabé Rivera”, y circulen rumores agraviantes contra este pueblo charrúa, acusándole de torturas al vencido, cuando todos los testimonios reconocen su muerte en combate. Las agachadas del Gobierno de hoy ante sus Amos, se complementa con el silencio cómplice ante los genocidios del presente; por eso el Gobierno del FA no puede condenar con energía los crímenes del pasado. El oficialismo sugiere un cierto relativismo histórico; nada es blanco o negro hoy, nada fue blanco y negro en el pasado, todo es relativo. No hay héroes ni villanos, porque nunca los hubo; sólo un relato literario que ensalzó exageradamente a algunos y acusó exageradamente a otros. Muchas cosas de nuestra Historia son opinables. La UP afirma que un genocidio no entra en esa categoría, y la entrega actual a las trasnacionales saqueadoras tampoco.


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