Columna Hablando de Educación
- La Juventud Diario
- 21 feb 2018
- 3 Min. de lectura
Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de UP
La mujer señala con un movimiento de cabeza a su hijito, que juega plácidamente en un rincón. Lo mira con inmenso afecto, y me dice: -El Enano cumplió seis años el lunes. Con los problemas que hay… no sé; haré un esfuerzo, pero lo voy a mandar a una escuela privada. Con la Educación, en tiempos de duda y miedo, pasa lo mismo que con todas las mercancías que nos ofrece el mercado. Si son caras, uno supone que son mejores. Y en realidad, ser mejores, o peores, depende de lo que se busque. Los colegios de élite hacen énfasis en la excelencia de la información que se brinda, el multilingüismo, la competitividad. Pero no sólo no forman en valores; los destruyen. Otros emprendimientos privados, cristianos o laicos, trabajan a su manera en valores de solidaridad y preservación ambiental; para los padres preocupados, el pago obligatorio “protege” a sus hijos de la “incómoda” compañía de los hijos de los más excluidos. Con la situación de violencia social endémica instalada en algunos barrios, no me atrevo a juzgar a los trabajadores que envían sus hijos a los colegios privados; pero si entendemos la Educación como un proceso integral, instructivo y a la vez formativo de la personalidad, siempre es mejor la enseñanza púbica. De hecho, muchos padres prefieren sustituir la cuota del privado por cursos adicionales de inglés o la inscripción en clubes deportivos. Entrar en contacto desde la niñez con el mundo real (desde luego, si logramos neutralizar los factores de riesgo) es un privilegio en la formación de un ser humano. Vivir la diversidad con apoyo de mayores solidarios es el mejor ejercicio formativo para crear seres sensibles y comprometidos. La riqueza de la diversidad, además, da mayores posibilidades de sustituir el uso abusivo de la tecnología por el contacto directo, humano, que es esencial para la formación integral de la personalidad, y posibilita el empleo mayor de la mano y la práctica artesanal en el juego, así como abre mayores posibilidades al diálogo presencial con contenidos no centrados en la superficialidad y el consumismo. Claro que estamos hablando de posibilidades, y no de certezas; el consumismo tecnológico es un virus que ya se instaló en todos lados. En el otro extremo, en los colegios exclusivos para pichones de oligarcas, la laptop y el i phone también están severamente restringidos. Allí siguen las prescripciones de los pediatras, neurólogos y psicólogos infantiles más actualizados, quienes recomiendan “cero internet hasta los dos años, y sólo una hora al día hasta los seis años de edad” y luego un crecimiento muy gradual de las horas de contacto con las radiaciones. La diferencia es que en estos colegios, el abuso en el empleo de la tecnología se sustituye por la lectura obligatoria (hecho muy positivo) pero en un marco de individualismo egoísta y de forja de espíritu de superioridad y arrogancia. La enseñanza pública está en las manos que no debería estar, pero el colectivo de docentes de aula, es en su mayoría muy bueno, y en algunos casos excelente. Por eso es injusto el juicio de algunas ONGs las cuales, alineadas con las nuevas técnicas de la Educación Popular le restan importancia al buen desempeño escolar del niño en el Sistema. Las nuevas metodologías siempre son bienvenidas, porque si el docente no siente cada día el desafío de innovar, difícilmente podrá transferirlo. Pero cuando se intenta fragmentar el conocimiento en todos los niveles de enseñanza, y hasta los estudiantes universitarios arman su plan de estudios sin objetivos claros, sumando acreditaciones casi aleatorias, cuando se nos impone todo esto, nosotros, incorporando lo nuevo, debemos recurrir otra vez a la clase magistral, a la transferencia programada y escalonada de contenidos básicos, a la forja de valores. No se pueden declarar envejecidos, obsoletos, nuestros grandes objetivos aún no alcanzados ni los métodos tradicionales para aproximarlos a las nuevas generaciones.
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