Columna Tiempo de renacer
- La Juventud Diario
- 29 ene 2018
- 2 Min. de lectura
Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular
Si exceptuamos algunos Estados que luchan dignamente por su soberanía, la mayoría de los países subdesarrollados como el nuestro son dependientes del Sistema Imperialista que los saquea y los oprime. A veces la opresión es abierta, y se expresa como dictadura terrorista claramente subordinada al Capital Financiero. Otras veces, como en nuestro caso, la opresión se ejerce mediante un laberinto legal que consolida sutilmente y oculta por un tiempo la entrega y el saqueo ambiental. El más abyecto de los casos (y quizás el más eficiente) es la entrega de la Patria con disfraz de falsa independencia, “realismo” y “progresismo”. Es más fácil luchar contra una opresión abierta que contra una opresión sutil que maquilla sus garras y las esconde mientras puede. Claro, la entrega del país al imperio y a las trasnacionales también es, por las dudas, entrega de datos sobre la población a los poderes centrales, no sea cosa que alguna vez la represión local necesite de su apoyo. La primera señal de descomposición del disfraz es el olor a corrupción que lo va penetrando todo. El Poder entonces afila sus garras por si acaso. En cada Estado sometido al neoliberalismo, en cada pueblo humillado por la opresión hay una memoria acumulada de resistencias populares. En nuestro caso, los tiempos de Artigas fueron una síntesis, una confluencia de rebeldías anteriores, reunidas en el territorio multiétnico del Mundo Gaucho. A comienzos del siglo XIX su Programa expresó la alianza consecuente de los desheredados y de los pequeños y medianos productores rurales. Su derrota dejó para nosotros la misión planteada en 1815: expropiar a “los malos europeos y peores americanos”. Después, en el Estado-tapón, la lucha por la tierra fue una constante casi ignorada por las corrientes inmigrantes provenientes de Europa, cuyos hijos escribieron desde Montevideo, unilateralmente, nuestra Historia. A comienzos del siglo XX, esa misma inmigración nos trajo el pensamiento socialista, que generó un poderoso y combativo movimiento obrero, pero que sólo muy lentamente fue comprendiendo e incorporando a sus banderas las memorias locales de la rebeldía. Recién en las marchas cañeras de los ‘60 el reclamo de tierra para el que la trabaja se incorporó a la lucha de los asalariados. La historia reciente es conocida. La herramienta política nacida de la resistencia, el FA, fue quedando en manos de los neoliberales. El mascarón de proa puede provenir de La Teja o de una familia de floricultores, pero la materia gris siempre piensa en modo Banco Mundial. Y a la base militante, que proviene de generaciones que lo dieron todo para el triunfo, le es difícil y doloroso aceptar la estafa; ni hacia adentro, cuando rastrillos de izquierda le prometen una renovación ya imposible, ni hacia afuera, cuando le afirman que Lula es un mártir de la transparencia. Si pensáramos que sólo en la UP-AP está el análisis lúcido, seríamos suicidas. Por múltiples caminos otros han llegado o van llegando a las mismas conclusiones. La UP es sólo una herramienta, la mejor que tenemos, para un tiempo que se avecina, un tiempo del que ya no puede haber marcha atrás, porque si fracasamos sólo habrá muerte y desolación. Pero no hay posibilidades de fracaso en el asalto al tiempo definitivo. Es tiempo de renacer.
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