Columna: Balance
- La Juventud Diario
- 24 ene 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular
La proclama que cerró el acto de Durazno merece leerse con cuidado. Junto con reclamos compartibles y justos, hay allí una omisión casi total a las causas de fondo de su terrible situación. No se menciona el servicio de la deuda externa y apenas de soslayo se critica la situación de privilegio de las trasnacionales. No hay mención a la nefasta Ley de Riego. Eso sí: la proclama se separa totalmente de aquellas fuerzas reaccionarias que desearían suprimir los programas sociales del Gobierno, y lo aclara expresamente. Rechaza además una devaluación grande, que afectaría a los que pagan cuotas en dólares, y no habla de privatizar ANCAP, como piden los conservadores, sino de sanear números y precios. Expresamente también, la proclama marcó la total solidaridad con los colonos amenazados de desalojo. El tono tanto como el contenido de la proclama, reflejan las ideas contradictorias que inciden o intentan incidir en la conciencia de este sector en agonía. Un síntoma de la falta de ruptura con las fuerzas reaccionarias fue la oratoria anterior de tecnócratas y periodistas que expresan posiciones conservadoras. Por otra parte, en los días previos, el Presidente legitimó a la ARU y desconoció a los “auto convocados”. Colaboró así con la propaganda que presenta la protesta rural como un movimiento de la extrema derecha, argumento muy conveniente para la extrema derecha que intenta orientar la desesperación de abajo hacia su posición, y muy conveniente para la socialdemocracia de derecha gubernamental que aparece enfrentada a “latifundistas”. Hay críticas que aparecen en las redes que tienen algo de razón. El riesgo de que el fascismo y la oligarquía recluten en un sector sumergido y desesperanzado está siempre presente; más cuando la cúpula del FA ha desprestigiado la palabra “izquierda”. Si en ese terreno de debates no ocupamos nuestra trinchera, alguien la ocupará. La realidad es la que es. Nadie en la UP convocó a concurrir a Santa Bernardina; y hubo compañeros de la UP que incluso plantearon que ni siquiera se debería concurrir. En mi caso fui invitado por los compañeros de Radio Centenario, y finalmente fui en el auto de Prensa. En el predio de la Sociedad de Fomento rural de Durazno, bajo un sol infernal, al que sucedió un chaparrón refrescante y un atardecer soleado, pude conversar con mucha gente del interior rural que conozco por fuera del ámbito político. La gente de trabajo del campo está pensando. Y mayoritariamente lo hace sin poseer un marco teórico “de izquierda”, pero por su situación objetiva piensa en izquierda aunque no lo sabe. El comunicado de los auto convocados aclara que ellos no se oponen a los partidos políticos, pero exigen de cada partido un programa claro “que no sea elaborado por una agencia de publicidad con frases bonitas”. La UP es la única que puede responder a ese reto. ¿Qué señales nos dio, básicamente, la jornada del 23? Una positiva y una negativa. La primera: lo que parecía una agonía campesina silenciosa, se volvió protesta, desconcertando por un momento al gobierno neoliberal. La segunda: todavía las fuerzas conservadoras influyen fuertemente con su discurso y su fuerza institucional. ¿Podrán los empobrecidos del campo, levantar su propia voz y crear una institución independiente que los represente? Hay señales alentadoras, pero el peso de la ARU, su sombra maligna, es todavía demasiado fuerte.
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