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Columna: Dinámica de clase

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 21 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular

El recién nacido Estado Oriental restauró y amplió latifundios, y sólo respetó aquellos productores pequeños y medianos que heredaban títulos otorgado en tiempo colonial. Los latifundistas crearon la Asociación Rural para defender sus intereses. Querían para sí un trozo mayor del ingreso del Estado. Frente al Partido de gobierno (Colorado, urbanizador) su discurso demagógico dijo representar a todo el campo, que según ellos, alimentaba con su sacrificio a una ciudad parásita. El Partido Nacional (blanco) tomó este discurso “campo - contra – ciudad” y su Directorio expresó los intereses del latifundio. Pero si en el Partido Colorado surgieron periódicamente voces obreristas, en el Partido Nacional surgieron a veces voces patrióticas que denunciaban la situación del pobrerío rural. En 1933 los líderes obreristas y sociales del Partido Colorado (Batllistas de izquierda) enfrentaron a una dictadura “colorada”; se reagruparon en los años 40, vivieron una experiencia ambigua en los 50 y finalmente abandonando el Partido optando por la coalición del Frente Amplio. Por su parte, los líderes “blancos” que tomaron en serio el discurso nacionalista y popular, organizaron rebeliones internas cuya última expresión consecuente fue Saravia. Fueron sometidos luego a un proyecto reaccionario de su propio Partido que gobernó entre 1959 y 1967 y su última reagrupación ya vacilante e inconsistente fue con Ferreira Aldunate. En ningún momento los “blancos“, en el gobierno, mejoraron la suerte del pobrerío rural; por el contrario, profundizaron su miseria. La fiesta sólo fue para los grandes estancieros de la Asociación Rural. En el siglo XXI la situación social no cambia, pero sus peores tendencias se agravan, tocando fondo en el 2002. Y en un panorama de crisis política, una coalición de centro izquierda (FA) asume el Gobierno. De inmediato se comprueba que el FA llega al poder con compromisos secretos con el imperio y las trasnacionales. Para hablar sólo del campo, recordemos que bajo el FA se expande el latifundio, ahora en manos de corporaciones forestales extranjeras, se contamina el agua y el suelo, y se profundiza el éxodo rural de los pequeños productores de alimentos, incluyendo los tamberos.

El FA cimenta su poder urbano en dos factores: una aristocracia obrera que se encarama en la cúpula de la Central y el asistencialismo social-clientelismo político, cuyos fondos salen sólo de impuestos al consumo, no de la riqueza ni de las trasnacionales. Éstas pasan a ser dueñas del país. En el campo el FA se somete a la Asociación Rural y no toca sus inmensas riquezas acumuladas. Pero los pobres del campo no pueden más y estallan. Se radicalizan por un momento, no porque todos ellos entiendan a fondo las características del modelo opresor, sino porque sólo tienen para perder sus cadenas. Los está matando el sistema. Su lucha es totalmente justa y ha logrado un hondo arraigo popular, y se le suman sectores empobrecidos del interior urbano. Pero este movimiento, surgido del espontaneísmo, de la desesperanza, carece todavía de un programa de fondo. Y ahí empiezan a jugar otros actores. Los latifundistas de la ARU piensan obtener ventajas económicas si el Gobierno hace concesiones “al campo” en su conjunto; además, aprovechan para exigir el desmantelamiento de los programas del FA de clientelismo electoral. Su brazo político, el partido nacional, espera “aprovechar la volada”, pero exhorta a los pequeños productores a no radicalizar los métodos de lucha. Por su parte, la cúpula sindical oficialista intenta convencer a sus afiliados de que sólo se trata de un alzamiento latifundista contra un gobierno “de izquierda” (¡!!). El Gobierno esperaba de los pequeños productores una agonía tranquila. No sabe qué hacer. La UP expresa su plena adhesión con la lucha de los de abajo del campo; asalariados, colonos, pequeños productores, y su repudio a las políticas demagógicas y retardatarias de la ARU tanto como a la insensibilidad vergonzosa del gobierno del FA.


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