Columna: Identidad nacional (V)
- La Juventud Diario
- 8 ene 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular
La invasión portuguesa de 1817 sacudió muchas cosas en la memoria del pueblo oriental. En primer lugar, volvía el viejo pleito fronterizo entre España y Portugal por este suelo. Desde la fundación de Colonia en 1680, los portugueses habían querido extender hasta aquí sus territorios brasileños. Pero ahora ambos colonialismos agonizaban. En 1822 se independizó Brasil, y la ocupación portuguesa de esta “Provincia Cisplatina” se volvió ocupación brasileña. El pueblo oriental aprendió al mismo tiempo una verdad fundamental: los cabildantes y los grandes ganaderos de Montevideo preferían la ocupación extranjera antes que el Artiguismo. La guerra popular y prolongada contra el invasor (1817-1820) la libró Artigas sólo con los “de abajo”. Como elemento de resistencia, de identificación colectiva, en los años de ocupación el pueblo oriental se sintió más rioplatense que nunca. El desembarco de los Treinta y Tres patriotas, en 1825, fue un acto de guerra entre dos Estados: desde suelo argentino se estaba invadiendo un territorio que era parte del Imperio de Brasil. Tanto la proclama de Lavalleja del 19 de abril (Playa de La Graseada) como la del 25 de Agosto (Villa de la Florida) comienzan convocando a nuestro pueblo con la misma frase: “¡Argentinos orientales!”. Y en su afán de llamar a todas las demás provincias en auxilio de la Oriental, no se convoca Artigas, que con 61 años de edad estaba todavía expectante en el Paraguay. Pero esa renuncia a llamarlo era temporal; la bandera que enarbolaba Lavalleja era significativamente similar a la paraguaya. La batalla de Sarandí (12 de octubre de 1825) y la toma de Santa Teresa (31 de diciembre) tuvieron protagonismo oriental; en cambio, cuando se penetra a territorio gaúcho ya van junto a los orientales tres cuerpos de ejércitos experimentados de las demás provincias, con comandantes unitarios y federales. Así se logra en 1828 la resonante victoria rioplatense de Ituzaingó o Paso del Rosario. Todo parecía volver a su cauce y a la reunificación de las Provincias Unidas; pero la diplomacia británica lo impidió. En la Convención Preliminar de Paz de 1828 entre Argentina y Brasil (los orientales no fueron convocados) se acordó que este suelo sería un Estado separado, bajo tutela británica y bajo el control de sus vecinos, para impedir una eventual vuelta de Artigas. Desde luego, para los firmantes del tratado de garantías, el primer Presidente no debía ser Lavalleja, sino Rivera, cuya virtud principal era cambiar de bando cada vez que se le ordenara. Para el aparato de propaganda y educación del nuevo Estado Oriental, surgió una necesidad muy compleja de ejecutar: convencer a nuestro pueblo de que era una nación diferente de la del resto de las antiguas provincias hermanas. Hubo que inventar y alimentar una falsa identidad local que permitió convencer a los orientales de algo inconcebible: que había más diferencia entre un montevideano y un porteño que entre un porteño y un jujeño, ya que (según la nueva Historia Oficial) jujeños y bonaerenses eran de la misma nación y los orientales de otra. Esto se complementó por un esfuerzo de décadas para borrar a Artigas de la memoria nacional. El Estado inició una contrarrevolución agraria, expulsando a los que habían sido beneficiados por entrega de tierras en tiempos de Artigas. Los charrúas, quienes organizaron la resistencia, fueron el objetivo principal del brazo militar de la contrarrevolución. Comenzaba una batalla de Estado por borrar la memoria oriental y federada e inventar una identidad “uruguaya”.
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