Columna Identidad nacional (II)
- La Juventud Diario
- 4 ene 2018
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Lo que define hoy a un ser humano es su pertenencia a uno de los dos polos; o a la élite mundial de los Amos del Mundo (y sus servidores conscientes) o a las inmensas mayorías que tememos por el futuro de nuestros hijos. En ese 99% del “abajo”, del que formamos parte, hay abismales diferencias internas en los niveles de vida y en los niveles de conciencia. No hay una relación mecánica entre mayor desposesión y mayores niveles de conciencia. Cada ser humano “de abajo” es producto de las relaciones sociales en las que vive, incluyendo las culturales y educativas, y es –cada uno- una combinación irrepetible de influencias externas y toma de decisiones personales. Pero hay concepciones que son comunes a un grupo grande de seres humanos. Para interactuar con ese grupo humano, para influir y aprender de él, debemos conocer su “imaginario colectivo” y las raíces que lo nutrieron. Los uruguayos conocemos bastante de algunos episodios de nuestra Historia y muy poco de otros. En nuestro origen como pueblo mestizo, fuimos “orientales”, porque éramos “los orientales de las Provincias Unidas” y luego “los orientales de la Liga Federal”. Todavía en 1825 en sus proclamas, Lavalleja nos definía como “los argentinos orientales”. Cuando en 1830 la diplomacia británica logró separarnos del resto de las provincias hermanas, se precipitaron dos hechos simultáneos: Artigas se negó a volver y se nos negó el derecho a ser los “orientales” porque ya no teníamos compatriotas “occidentales”. De todas formas, muchos seguimos prefiriendo, entre nosotros, nuestra definición originaria, que es mucho más correcta, ya que el Río Uruguay es frontera de tres países y no atraviesa nuestro suelo. Prosigamos. De las tres banderas que se exhiben en las fiestas patrias, dos son orientales y una sola uruguaya: la que se jura, absurdamente, en el natalicio del Jefe de los Orientales. Esta conmemoración se cierra cantando, en versos confusos, a esa bandera “do jamás se pone el sol, se pone el sol”, bandera que Artigas jamás aceptó. Pero hay referencias aún más lejanas que tienen huella en la memoria popular pero no en los textos oficiales. Veamos algunos ejemplos. Los pueblos originarios habitaron este suelo al menos desde hace 11000 años. En cambio la presencia de inmigrantes y africanos tiene sólo 500 años. Si las pequeñas ciudades coloniales (Colonia, Montevideo, San Fernando) reprodujeron todo lo posible la cultura europea, en cambio los inmigrantes humildes, sus hijos criollos y los afroamericanos prófugos que se insertaron en la pradera, se relacionaron con el Ecosistema gracias a la transferencia cultural, productiva y medicinal que les brindaron los pueblos originarios. No es el lugar para desarrollar este tema, pero nuestros pueblos originarios tenían mucho mayor desarrollo productivo y cultural, y mucha mayor diversidad, de lo que admite la Historia Oficial. El brutal Genocidio de 1830-33 obligó al Estado uruguayo a devaluar a sus víctimas del mismo modo que los nazis un siglo después hablaban de gitanos, eslavos y judíos como “razas inferiores”. En el campo oriental, prácticas medicinales indígenas, rituales vinculados a situaciones límites, conocimientos naturales y hasta creencias mágicas, perviven hasta hoy en el imaginario colectivo rural y en las familias recientemente urbanizadas. La Ciencia probó que nuestro bagaje genético es más indígena de lo que se nos había dicho, pero son más los orientales que consumen la infusión indígena del mate que aquellos que admitan ascendencia india. Son los primeros datos para armar un puzzle que tiene enorme importancia política.
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