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Columna: Páginas de mi diario - 23 de octubre

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 24 oct 2017
  • 2 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP

La Liga Federal de 1815 tuvo sus cantores y sus cantoras. No hay revolución sin arte revolucionario. Aparicio Saravia tuvo sus cantores de campamento, y cada rebeldía rural tuvo sus payadores. La incipiente clase obrera cantó los himnos proletarios que trajo la inmigración, y luego coló su voz proletaria, cada vez más nítida, en la estudiantina musical hecha murga de pueblo. El candombe que nació rebelde, fue mediatizado por décadas por la tradición “colorada” de los jóvenes negros, hechos soldados de línea del ejército oficial. Fueron soldados a la fuerza en la primera generación de libertos, y ya lo fueron por tradición familiar en la segunda generación. Hoy, el candombe en sí o como base rítmica en la música de fusión, es nuevamente voz de identidad y rebeldía. También hay rebeldía y conciencia en el rap juvenil y en algunas expresiones del rock nacional y hasta de la cumbia. El canto popular uruguayo en los tiempos del Che empezó con color rural de reforma agraria, pero rápidamente emigró a la temática urbana, para cantarle a los trabajadores y su lucha. Ya en el siglo XXI, la cúpula usurpadora del FA en el Gobierno compró algunos intérpretes y alteró los repertorios de muchos famosos. Pero vuelve a crecer el fogón de los que no se callan, porque lo necesitamos. Estamos en deuda con ese género precursor que fue la poesía gauchesca. Cierto, reconocemos en ella los cánticos patrióticos de 1811 – 1818, pero hemos olvidado su profundidad filosófica y sus imágenes de excepcional belleza. Al olvidar el lenguaje gauchesco, corremos el riesgo de olvidar a sus creadores populares y a los intelectuales que se pasaron al Cielo de la Gauchería y recogieron su forma de decir y pensar. Osiris Rodríguez Castillos, que en sus últimos años hizo además una opción política ´por la izquierda verdadera, es un ejemplo de esa profundidad de pozo transparente y vivificador. De su “Pena del Vidalitero” extraigo (y resumo, con tristeza) “…vidalitero triste, hondero pampa/solitario hasta el hueso, que en procura/ de un eco prisionero en la distancia/suelta palomas que no vuelven nunca/ Que no pueden volver, pues la guitarra/ tiene la voz conforme a la ternura/y sólo el que se acerca desentraña/la gravidez secreta de sus curvas…” Y más adelante el mismo poema dice: “… y a veces de gurí maté luciérnagas/por saber si es mi luz esa que ocultan./Ahora tengo las manos luminosas /de asesinar la candidez sin culpa” Hoy nos nutrimos de nuevos cantos y el arte rebelde se multiplica; pero no debemos olvidar a los cantores de los tiempos duros, su mensaje libertario y sus dudas personales que también supieron transformar en la mejor poesía.


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