A 150 Años del El Capital El Mundo no es un supermercado
- La Juventud Diario
- 24 oct 2017
- 3 Min. de lectura

Gustavo López Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Hace un siglo y medio Carlos Marx daba a conocer el primer volumen de su obra magna El Capital, ya en el primer párrafo nuestro autor define la importancia de investigar en profundidad el dinero y la mercancía. Dice a este respecto “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un enorme cúmulo de mercancías y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza”. La profundidad analítica de los estudios del Marx nos permite comprender el funcionamiento del modo de producción capitalista en donde se cosifican las personas al tiempo que se personifican las cosas. La extensión mundial del capitalismo trae implícito la generalización del mundo mercantil a niveles inimaginables en el pasado. Todos los aspectos de la vida social se subordinan a la irracionalidad de la producción capitalista y se rinden ante el omnipresente “dios mercado”. La mercancía encuentra su realización en el mercado, para lo cual se implementan los más sofisticados sistemas de inducción al consumo superfluo entre los cuales la propaganda ocupa un lugar central. Se nos genera cotidianamente un conjunto de necesidades artificiales y una mercancía que cual “poción mágica” nos viene a satisfacer esa necesidad. La perversa equivalencia entre el ser y el tener pauta la vida cotidiana del hombre moderno. Las “cosas” nos poseen y nos despojan. Las mercancías tienen que durar cada vez menos (obsolescencia programada) de modo de asegurar el ciclo de valorización del capital. El modo de producción capitalista produce más solo en la medida que más fuerza de trabajo explota, que más plusvalía logra extraer al trabajo social. Marx recurre a la alegoría del vampiro para expresar este proceso “el capital es trabajo muerto que solo vive, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y vive más cuanto más trabajo vivo chupa”. De este modo el producto del trabajo social pasa a manos de la acumulación individual, la mano de obra se abarata en la medida que más produce. El producto del trabajo se le presenta al trabajador como un objeto extraño (Marx definió a este proceso como alienación) la creación de sus propias manos no le pertenece y por momentos se le enfrenta. Un joven obrero de la industria de ensamblados de automóviles puede trabajar hasta jubilarse armando autos y recibir un salario que apenas le permite mantener su bicicleta. El trabajo es la célula fundamental de la sociabilidad humana, el momento en que el hombre se distingue del resto de los animales. Sin embrago en las condiciones especificas de la alienación capitalista el trabajo se convierte en suplicio para millones de seres humanos que en el curso de su vida laboral, destrozan su cuerpo, envilecen su espíritu y embrutecen su corazón. La actividad creativa del hombre se convierte en pesadilla cuando se subordina a la lógica del capital. El hombre se siente hombre en las actividades que le son comunes con el resto de los animales como comer, dormir y reproducirse y se siente animal en la única actividad que lo distingue como hombre, el trabajo. En el marco de estas relaciones de producción e intercambio ocurre lo que Marx definiera con prístina claridad “tan pronto como desaparece la imposición física, el trabajador huye del trabajo como quien huye de una peste”. Solo en un orden de cosas donde se supere la explotación capitalista el trabajo podrá se actividad libre y creadora donde el valor de uso de las mercancías prime por sobre su valor de cambio. Tan fuerte aparece el fetichismo de las mercancías que frente a la góndola de un supermercado uno tiene la impresión que los objetos surgieron de la nada sin un minuto de trabajo humano. Cuántas veces reparamos en los millones de campesinos pobres que hay detrás de un kilo de arroz vistosamente empaquetado, cuántas horas de sudor obrero en las profundidades de una mina para hacer un termo de metal o una olla de cocina, cuántas veces pensamos en los miles de congoleños muertos en la extracción del coltam para fabricar el celular que tenemos en la mano. Luchar contra todas las formas de mercantilización de la vida es un imperativo contemporáneo. Marx nos advierte a este respecto “la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajo”.
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