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Páginas de mi diario 10 de ocubre

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 9 oct 2017
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella

Oigo decir a menudo: “Fulano es un fascista”. Pero ¿siempre es correcto? En 1922, un ex Socialista Italiano triunfó con un partido de extrema derecha organizado en “fasci di combatimento”, grupos armados que asaltaban locales sindicales y de partidos de izquierda. En 1933 en Alemania subió al poder el “nazional-socialismo” de Hitler con métodos terroristas similares. En ambos casos su crecimiento fue financiado por los grandes industriales y banqueros de esos dos estados. Se les llamó a ambos, y a sus socios, “estados fascistas” o “nazi - fascistas”. El fascismo es también demagogia social; siempre tiene un discurso para confundir a sectores humildes y atrasados de su propio pueblo. En tiempos de Hitler se exaltaba la “raza aria superior”, pero los arios pobres morían en el Frente Oriental mientras los arios ricos guardaban fortunas en Suiza. Hoy los yanquis defienden su “ciudadanía superior” e intervienen en todo el mundo para salvaguardar “los intereses de sus ciudadanos”, pero evidentemente, en USA los ricos son más ciudadanos que los pobres. Los Estados “fascistas” de los años 30 chocaron con otros estados imperialistas y con el capital norteamericano en expansión, controlado por familias de origen judío. Pero ese no fue su principal enemigo. En los años 30 Alemania Hitleriana, Italia Fascista y el Imperio de Japón, se unieron en un pacto “Anticomunista”. El pacto se llamó “Anti Kom. Intern” porque buscaba destruir la Tercera Internacional Comunista (“Kom.Intern.” ) y liquidar a la URSS, la cual apoyaba la auto determinación de los pueblos. Hitler quería someter el poderío industrial de Francia y Gran Bretaña, arrebatándoles sus colonias en África y Asia; por el Este buscaba sojuzgar a los pueblos eslavos, judíos y gitanos y apoderarse del petróleo soviético. Italia, su socio menor, invadió la actual Etiopía (Absinia) mientras Japón avanzaba sobre China y Corea dejando una estela de horror. Dimitrov definió el fascismo como la “dictadura terrorista del capital financiero”. Todavía en los años 30, la Kom.Intern llamó a una gran alianza antifascista mundial, y a la constitución de frentes populares antifascistas en cada país. Pero Inglaterra y Francia dejaron desangrar a España y en 1938 firmaron con Hitler el pacto de Munich, lo cual obligó a la URSS, aislada, a firmar un pacto de no agresión con Hitler en 1939. Todos sabían que eran pactos que el Fascismo terminaría desconociendo. En la vorágine de acontecimientos, la URSS recuperó, sin aviso previo, territorios que Alemania le había arrebatado en 1918, en la paz de Brest Litovsk, y así corrió su frontera al Oeste por si se producía un ataque sorpresivo de Hitler. Hoy debemos definir cuidadosamente quién es fascista. Un Estado puede ser reaccionario y no ser fascista, o sea, no ejercer la dictadura del capital financiero de forma abiertamente terrorista. Lo mismo ocurre con organizaciones y personalidades de claro signo conservador, que pueden recurrir circunstancialmente a métodos fascistas sin serlo. Desde luego, si el poder del Capital está en juego, los capitalistas nunca renuncian al fascismo. Si a todos los reaccionarios les llamamos “fascistas” nos puede pasar como a aquel pastor del cuento, que de tanto mentir sobre el lobo, nadie acudió de a defenderlo cuando realmente el lobo se lo comió. Y como dijo Bertold Brecht, no está muerta la entraña que parió al monstruo. Mapuches, palestinos, yemenitas y las madres de Ayotzinapa lo saben.


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