11 de septiembre Páginas de mi diario
- La Juventud Diario
- 13 sept 2017
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Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Uno de los motores que me impulsaron a estudiar Magisterio fue el hechizo que el mundo rural ejerció sobre mí desde mi infancia. El otro motor fue la rebeldía ante la expansión de los asentamientos durante el Gobierno del Partido Nacional. Mi decisión se reafirmó cuando un tío entrerriano me introdujo en la literatura marxista. En aquellos años había más estudiantes varones en el Instituto. Mucho s soñábamos con ir al campo, y allí enseñar y organizar a la gente por sus derechos; eran los tiempos del Che Guevara y de las marchas cañeras. Mi generación tuvo el privilegio de tener como profesores a maestros veteranos que habían vivido la experiencia de las Misiones Socio Pedagógicas en las escuelas rurales de Cerro Largo. Estas “misiones laicas” tenían como antecedente la campaña de Pancho Villa llevando intelectuales a alfabetizar niños campesinos, y la campaña de alfabetización rural de la efímera y gloriosa República Española. Fue en aquella España mártir, donde a las brigadas alfabetizadoras se les llamó por primera vez “Misiones Socio Pedagógicas”. Desde luego, por entonces llegaban también los ecos de la campaña alfabetizadora soviética y su impacto cultural, pero a los pueblos de la URSS no les hubiera dicho nada la palabra “Misión”. A nuestros pueblos en cambio, esta palabra les evocaba la escisión dentro de la Compañía de Jesús por el 1700 y la teología liberadora que difundieron los disidentes. La memoria es persistente. Hace apenas 20 años la práctica misionera llegó a Venezuela en la primera “Misión barrio adentro”. Vuelvo a mis años de estudiante. Las Misiones Socio Pedagógicas habían sido desmanteladas; pero muchos y muchas de sus protagonistas pensaron que su nuevo puesto de lucha era la docencia de docentes. Bien sembraron aquellos profesores con fragancia de vida rural; juntamos dinero para recorrer con ellos escuelas y experiencias rurales. Entre nosotros, la más entusiasta “misionera” fue Elena Quinteros. Cuando hoy escucho a los jerarcas del proyecto educativo neoliberal , gente de bolsillos llenos y alma vacía, recuerdo aquellos domingos en El Prado, cuando los veteranos de las Misiones se reunían con nosotros en su trinchera, el Instituto Cooperativo de Educación Rural. Cuando me entero de que el Plan Ceibal tiene DOCE gerentes con sueldos muy altos, pienso la maravilla creativa que sería la laptop en manos de aquella gente humilde y sabia, que compartían mate y guitarra mientras íbamos en búsqueda de nuestro Grial, “aquella cosa que sólo tiembla en el Olimar”.
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