Columna: 30 de agosto Páginas de mi diario: recuerdos de infancia…
- La Juventud Diario
- 31 ago 2017
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Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Mi padre provenía de una familia de Rosario del Colla (departamento de Colonia). Quedó huérfano tempranamente, y debió trabajar muy duro desde la adolescencia. Se llamaba Bolívar Abella, así que puedo decir que soy hijo legítimo de Bolívar. Mi madre, en cambio, venía de una familia de caudillos y políticos. Mi abuela materna, de estirpe riverista, añoraba el viejo proyecto de Garibaldi de transformarnos en colonia italiana; pero votaba a los blancos, a regañadientes, pues mi abuelo, su esposo, había sido diputado blanco por Salto. DE mi abuelo blanco, y de la peonada de una vieja estancia que frecuenté de gurí, aprendí a venerar a Aparicio Saravia. Aparicio Saravia provenía de aquellos hacendados metidos tierra adentro, que no integraron la Asociación Rural, que no se fueron a vivir al lujo del Prado montevideano donde quedaban cerca de la Exposición Rural y del Banco y lejos del olor de sus vacas. En suma, los Saraiva – Saravia no eran parte del grupo de presión de grandes latifundistas los cuales, en nombre del “Partido Nacional” protestaban demagógicamente por “el abandono del campo” que ellos mismos abandonaban, cajetillas que sólo querían mayor tajada para su círculo privilegiado y explotador. Entre estos oligarcas y los productores que vivían en su establecimiento, existía un antagonismo que venía del tiempo de la Colonia, entre hacendados oligárquicos (malos europeos y peores americanos) y los que trabajaban junto a sus peones y que en 1815 habían adherido a la alianza con las clases populares en la Liga Federal. Eran dos enfoques sobre la tierra, como acceso a la especulación financiera y a la Bolsa de Valores para unos, como medio de producción apreciada para los otros. Desde luego, cada tanto se abría el “período de pases”. Dos hermanos de Aparicio, acumulando una cantidad enorme de tierras, se pasaron al bando oligárquico y en la agudización del conflicto social, optaron por el partido urbano como mal menor ante una insurgencia popular, convocada por Aparicio, que cortaba alambrados de los campos y cuestionaba la propiedad rural. Era incomprensible para ellos que Aparicio hubiera anunciado “me gusta para apretarle la cincha a los platudos”. Aparicio nunca quiso ser Presidente. Quiso hacer incontrolable el campo para que el gobierno de Montevideo no pudiera exportar sus productos y se viera forzado a darle a la peonada rural los derechos que ya se reconocían a los inmigrantes urbanos pobres. Como muchos dirigentes populares, sentía como propio el dolor de otros, pero también la injusticia entre los privilegios del “lobby” del Prado y las dificultades para los productores de tierra adentro, como él mismo lo era. Batlle después hizo grandes cosas, pero mi abuela no era batllista, era riverista y de alcurnia. Era muy buena abuela, pero… Pobre abuelo, qué mal gusto tuvo.
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