Columna: Páginas de mi diario 21 de agosto

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador nacional de la UP

Ayer domingo, el atardecer nos sorprendió en un camino rural. Bajo un sol todavía resplandeciente, que hacía disfrutable la baja temperatura, nos rodeaban campos solitarios y luminosos. Cuando en la radio el relator anunciaba el tercer gol de Peñarol (¿ el “Cebolla”?) estábamos pasando la vieja estación de tren de Sosa Díaz. El Almacén de Ramos Generales, donde recibimos tiempo atrás tantas leyendas de boca de memoriosos paisanos, estaba cerrado. Pero no tardamos en establecer conversación con un vecino que estaba reparando su moto. -Todo esto era chacras-evoca-. Frutales, verdura. No queda nada. Ahora no da para vivir. Todos se fueron .Yo ahora reparo alambrados, y además alquilo aquel campito ¿ve? para tener algunos animales. Mis hermanos marcharon a los montes. -¿A la forestación? -Sí, andan entre esas porquerías químicas. Pero ¿qué se le va a hacer? No hay otro trabajo En el campo. Usted termina en la forestación o de zafral, y queda desempleado muchos meses. Es duro. Y para peor, acá me roban las vacas. No, no es gente de aquí. Vienen en camiones sin chapa. La gente buena se va… -Pero campo hay -Usted lo ve así vacío, pero lo va comprando todo la misma inmobiliaria, una sola. Después lo fracciona para casas de recreo de gente con plata. -Y sin embargo- insistimos- nos dijeron que la escuela de Sosa Díaz ahora tiene muchos alumnos. La cara del vecino se ilumina. -Tremendo maestro! ¡Lo viera trabajando con los gurises! Vienen de lejos, y muchos padres se quedan en el campo porque está este maestro en la escuela. Es así, vecino. Y si pudiéramos aunar las voluntades de toda la gente que está haciendo cosas buenas, como ese maestro, si con todos ellos pudiéramos hacer saltar la injusticia, barrer a los pícaros acomodados, los cambios que son urgentes estarían mucho más cerca.