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Columna: El progresismo no es más que una variante del neoliberalismo.

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 22 ago 2017
  • 3 Min. de lectura

“...después de todo, en medio de la masa del pueblo, somos como una gota en el mar, y solo podemos gobernar si sabemos expresar con acierto lo que el pueblo piensa...” Lenin

Por Gustavo López Integrante del Coordinador Nacional de la UP

Bajo el confuso e impreciso rótulo de “progresismo” se pretende agrupar los diversos procesos que tuvieron lugar en nuestro continente a partir de finales de la década de los 90 del siglo pasado. Es preciso distinguir claramente entre aquellos gobiernos que se limitaron a la fantasía onírica de “humanizar el capitalismo” o a construir un “capitalismo en serio” como el caso de los gobiernos de Uruguay, Argentina, Brasil y Chile por un lado y por otro los procesos que avanzaron en un claro sentido anti imperialista y popular Venezuela y Bolivia. El primer grupo de países citados acotaron su acción política al posibilismo claudicante y en el mejor de los casos consiguieron avances parciales en cuanto a la distribución de ingreso, la ampliación de derechos y la implementación de planes de contención social de corte asistencialistas y clientelares. En estos procesos se mantuvo intacta la institucionalidad burguesa, se profundizó los lazos de dependencia económica y pérdida de control del Estado respecto del proceso productivo, se privatizó, desnacionalizó, des-industrializó y se primarizó la economía apostando a la inversión extranjera directa como única vía de desarrollo con sus dramáticas consecuencias en el corto y mediano plazo. Durante el excepcional periodo en que el precio internacional de las principales materias primas que estos países colocan en el mercado mundial se consiguió un relativo auge económico que permitió aumentar el nivel de consumo de los sectores medios y una miserable recuperación salarial de los trabajadores al tiempo que se mantuvo el desempleo en niveles históricamente bajos, no obstante la concentración de la riqueza profundizó su tendencia a concentrar más capital en menos manos. Cuando el viento cambió y el agotamiento del modo de producción capitalista trajo una nueva crisis la vulnerabilidad de estas economías se hizo evidente y nuevamente se recurre a las viejas recetas de ajustes contra los trabajadores y reducción del gasto público para saciar la sed de ganancias de las empresas trasnacionales que solo invierten a condición que se les asegure prebendas fiscales, beneficios impositivos, paz social y de ser posible mano de obra barata y dócil. Estos gobiernos rápidamente entran en crisis y son sustituidos por la derecha rancia y hedionda como lo muestra el caso de Argentina y Brasil. Lejos de ser una alternativa pos neoliberal en los hechos son distintas variables del mismo modelo que no tocan ni siquiera mínimamente los pilares en que se sustenta el esquema de poder de las clases dominantes. Por otro lado encontramos experiencias como las de Venezuela y Bolivia que enunciaron claramente propósitos anticapitalistas, promovieron niveles inéditos de empoderamiento y participación del pueblo, realizaron nacionalizaciones totales o parciales de áreas claves de la economía y construyeron una nueva institucionalidad a partir de reformas constitucionales. Con sus limitaciones y errores estos gobiernos contribuyeron firmemente a colocar nuevamente la discusión acerca de la pertinencia del socialismo en la agenda política, y desarrollaron una subjetividad popular proclive al enfrentamiento al imperialismo. Por esa razón, entre otras, mientras las cámaras empresariales y los organismos financieros internacionales aplauden la “seriedad” y los equilibrios macroeconómicos de la política de Astori se enfurecen y no escatiman esfuerzos a la hora de arremeter contra la revolución bolivariana y sus indiscutibles avances en materia de soberanía y dignidad. Al tiempo que Venezuela y Bolivia resisten la ofensiva del capital, Uruguay se rinde a las inversiones saqueadoras y profundiza la dependencia. Luego de defraudar las expectativas populares los gobiernos del falso “progresismo” preparan el terreno para el acenso de las fuerzas de la reacción y como lo demuestra nítidamente el caso de Brasil, todos terminan en el lodo de la corrupción.


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