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Columna: Intelectuales y cambio social

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 12 ago 2017
  • 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP

En las revoluciones sociales del siglo XX los intelectuales, como capa social, jugaron un papel contradictorio. De su seno surgieron grandes profetas, militantes abnegados y mártires de la causa popular. También de su seno surgieron defensores del Sistema opresor, aburguesados o rentados por el capital, que lo defendieron abiertamente o buscaron maquillarlo clamando por cambios moderados. No estamos hablando de individuos, sino de las grandes tendencias que podemos observar en esta capa social. Si habláramos de individualidades, Marx y Lenin eran de familias intelectuales, Engels era hijo de un capitalista, Stalin y Ho Chi Minh eran de origen proletario, y entre los dirigentes de la Revolución China hubo intelectuales, obreros y campesinos. En nuestro Continente, Fidel y Raúl provenían de una familia terrateniente, el Che de un sector provincial acomodado, Evo es aymara y obrero, Chávez era de origen campesino, Maduro proviene de la clase obrera. En la trinchera opuesta, no todos los jefes políticos y militares de la oligarquía son de origen burgués Hace más de cien años Lenin había advertido contra el riesgo de un “copamiento” en el Partido por parte de profesores y hábiles conferencistas, que opacaran la verdadera voz obrera y campesina. En cada inicio revolucionario, la mayoría de los intelectuales no sólo acompañaron a las luchas obreras y campesinas, sino que las impulsaron con verbo elocuente. Pero muchos de ellos luego se asustaron de lo que habían contribuido a desencadenar. Desbordados por los acontecimientos, no sólo el miedo los hace detener; también cierta alarma hacia las incomodidades y riesgos del camino y principalmente el desencanto por no conducir ellos mismos, como sector social, el proceso que al radicalizarse se vuelve un enfrentamiento desnudo entre clases sociales. Podrían citarse numerosos ejemplos en todas las revoluciones; en China, por ejemplo, Mao consideró necesaria una revolución cultural que cuestionara a los tecnócratas aburguesados, enquistados en el propio Partido. Pero ya que estamos en el Centenario de la Revolución de Octubre en Rusia, evoquemos los acontecimientos que ocurrieron allí en los años 30. Convaleciente de una cruel intervención extranjera y una sangrienta guerra civil, la URSS inició aquella década con bolsones de pobreza aún no resueltos. Algunos intelectuales, llegados recientemente al Partido Bolchevique, y ascendidos en sus filas por su preparación cultural más que por su trayectoria, empezaron a conspirar contra su propio Gobierno. Éste estaba, encabezado por un asiático autodidacta de origen muy humilde (Stalin) en quien no veían estos intelectuales atributos para conducir al Estado Soviético. La conspiración fue desbaratada, y los que no lograron huir al extranjero fueron detenidos gracias al pueblo que se movilizó desde los primeros sabotajes. Ya en prisión, estos intelectuales fueron testigos del extraordinario salto en calidad de vida del pueblo que la URSS logró entre 1936 y 1938. Derrotados moralmente por la alegría popular, por la nueva esperanza, confesaron sus crímenes y el apoyo recibido en el extranjero. La prensa de las potencias capitalistas habló de torturas a los intelectuales prisioneros. El Embajador de USA en la URSS, Davies, en un documento secreto desclasificado posteriormente, y recopilado en su libro “Misión en Moscú” (Ed. en español: “Ateneo”, BsAs, 1946) desmiente esta versión. Transcribo sus palabras: “La declaraciones de Krestinski, Bujarin y los demás procesados, indican que los temores del Kremlin eran justificados (…) (ellos) trabajaban con los servicios secretos de Alemania y Japón(…)No obstante mi reserva ante este proceso judicial (…) tras la diaria observación de los acusados, de su manera de testificar, de las confirmaciones inconscientes que desarrollaron y demás factores en el curso del proceso (…) es mi opinión que se justifica plenamente el veredicto de culpabilidad y traición”. Pero una nueva intelectualidad, esa así obrera y campesina, estaba naciendo en esos años. Ni el ocaso que se esbozó en 1956, ni el eclipse posterior con Gorbáchov, pueden opacar su memoria.


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