Columna: El partido ecologista
- La Juventud Diario
- 21 jul 2017
- 3 Min. de lectura

Por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
El planeta está enfermo. La sangre que se derrama, la miseria y la desesperanza, tienen siempre la misma causa: la ambición de las empresas trasnacionales y la ejecución brutal de sus planes de control mundial. Mano de obra barata y saqueo de los recursos naturales; ese es el motor de todas las guerras y de todos los golpes de estado. La mano que maneja desde las sombras todas nuestras desgracias se llama Capitalismo. Pero en medio del horror, nada, absolutamente nada, señala tan claramente la responsabilidad del Capitalismo imperialista como la crisis ambiental mundial. Mientras las trasnacionales sometan a los Estados, nadie hará nada por salvar el planeta. Los políticos imperialistas discuten sobre cambio climático, escasez de agua potable, crisis energética, pero ocultan que ellos también son sirvientes del saqueo mundial. Gastan millones en palabras vanas y en voceros serviles. Las grandes empresas ven las medidas de protección ambiental como un gasto molesto, que perjudica la competitividad de sus productos, como una “externalidad”. “Que cuiden el ambiente los otros” piensan los ejecutivos; “lo nuestro es negocio, no filantropía”. No hay arreglo posible con esta gente. Sólo se puede salvar el planeta si liquidamos el Capitalismo, y si lo hacemos en pocas décadas. En las estatuas de la antigüedad se cubrió la desnudez griega con una hoja de parra cristiana que tapaba los genitales. La crisis ambiental hace volar la hoja de parra del Capitalismo, exhibe su plena desnudez. Desgraciadamente, como ya advirtió Engels en su tiempo, hay mercenarios que sustituyen la hoja de parra tapando ellos mismos con su cuerpo la verdad desnuda. Esta función la cumplen los falsos ecologistas financiados por el Sistema. No hay acción ambiental de impacto que no sea anticapitalista. Desde luego, un Programa Ambiental serio debe tener en cuenta la sabiduría de sus protagonistas prácticos; pero el capitalismo busca reclutar (y a veces financia) protagonistas prácticos a pequeña escala para tapar su saqueo a gran escala. Así surgen los partidos falsamente llamados ecologistas, que llaman a comenzar por lo pequeño (lo cual es bueno) pero son apoyados (financiera o publicitariamente) para desviar la atención de sus seguidores de las grandes tareas de liberación nacional anti imperialistas. Omiten decir que la lucha anticapitalista es el único escenario posible para acciones ambientales de fondo. En el plano social, cada acción ambiental a pequeña escala es una trinchera de supervivencia, resistencia y aprendizaje. En cambio en el plano político, separar la Ecología de las tareas anticapitalistas urgentes es traicionar la Ecología. Por eso, en el Uruguay hay muchos movimientos ecologistas auténticos pero sólo un solo partido ecologista de verdad: la Unidad Popular. Podemos decir con orgullo que en sus filas somos muchos los que practicamos formas de agricultura orgánica, en terrenos o en macetas, y que nuestra bandera simboliza un rojo amanecer sobre la tierra recuperada y sanada. Aprendemos de los que hacen, estén o no en nuestras filas, pues son nuestros hermanos de sueños; aprendemos de los que denuncian con valentía y proponen con audacia, desde la academia o desde la chacra. En muchos de ellos existe todavía una justificada desconfianza hacia toda herramienta política, desconfianza que desaparecerá en nuestro camino común. Pero en síntesis, si en Uruguay decimos Ecología, y hablamos de política, de políticas públicas ambientales, estamos diciendo Unidad Popular.
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