Columna: La ética y la política
- La Juventud Diario
- 20 jul 2017
- 2 Min. de lectura

Por: Proc. Fabrizio Bacigalupo (fabrizio19@adinet.com.uy)
El Hombre es un ser libre, con capacidad de autodeterminación, es decir, capaz de obrar luego de una libre elección. Esta elección se lleva a cabo como resultado de un conocimiento que define el carácter de una conducta, ya que está vinculado con una conciencia moral que aprueba o desaprueba un determinado acto. Hablar de ética es hablar del bien y del mal. La ética no es una abstracción, es el otro. Cada acto está obrando directa o indirectamente sobre una vida: “Nunca se roba algo, se le roba a alguien”. La moral hace referencia a aquellas pautas interiorizadas por el individuo quien se las autoimpone, no como obligación sino como necesidad, por el simple hecho de provenir o formar parte de “lo bueno”. La política es la ciencia social y práctica cuyo objeto es la búsqueda del bien común de los integrantes de una comunidad. El bien común no es solo la tarea del poder político sino también razón de ser de la autoridad política. Por lo tanto, es el bien común el principio y fin ético de la política. Será bueno todo aquello que beneficie, tienda, acreciente o promueva el bien común. Será malo todo aquello que tienda a perjudicarlo, disuadirlo, disminuirlo, etc.; en cualquier forma, sea esta impúdica o solapada. En resumen, la naturaleza de un sujeto político dentro de la sociedad en general es la búsqueda del bien común. Los sujetos políticos se desnaturalizan, es decir, pierden su esencia, cuando se corrompen. Corromper, entre otras acepciones posibles, es alterar la forma de alguna cosa; así el sujeto político corrupto ya no tiende al bien común, sino que se desvirtúa transformándose al provecho de unos pocos. Lo común es que un gobernante viole sus deberes de lealtad al pueblo por alguna condición económica, es decir, porque hay dinero de por medio. En este punto Max Weber distinguió entre los políticos que viven para la política y los que viven de la política. En el último caso, la ambición política deja de valer por sí misma y se rebaja al nivel de un valor instrumental al servicio del enriquecimiento. Todo poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente. Alguien que carece de una sensibilidad moral excepcional, y que no es sino una persona ordinaria, común y corriente, puede sucumbir frente a la tentación extraordinaria que surge de las inmensas posibilidades del poder, a menos que se la limite y se la controle. Por lo tanto, una conducta será éticamente positiva siempre que el sujeto político encamine su vida conforme a las costumbres sociales y normas jurídicas vigentes, y cuyos principios morales, que por naturaleza indican qué es lo bueno, no queden solo en el campo de la abstracción o el conocimiento, sino que los concrete mediante su observancia en la práctica. En resumen, sería una utopía pensar que los sujetos políticos en nuestro país, con escasas excepciones por supuesto, conciban hacer política, conservando la ética y moral como su norma de conducta elemental, cuando vemos corrupción por todas partes. A esta clase política y a su entorno, la sociedad en su conjunto deberíamos darle un no rotundo en las próximas elecciones, para contribuir al cambio que todos esperamos de la clase política uruguaya.
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