Columna: La revolución de Octubre y el Partido (III)
- La Juventud Diario
- 8 jun 2017
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Escrito por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Sin una teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. El portador de la teoría en el seno de la clase social revolucionaria es el destacamento de los más conscientes y abnegados representantes de la clase, es el núcleo organizado de ella. Es el Partido. En Rusia el Partido no podía tener la experiencia ya adquirida por los partidos obreros de Europa Occidental, pero tampoco sufrió sus desviaciones, porque tuvo un contexto más favorable para el desarrollo de su sector consecuentemente revolucionario. En 1883 el marxista Plejánov había creado en el exilio el primer núcleo marxista ruso: el grupo “Emancipación del Trabajo”. Dos años después, en la capital imperial, Lenin formó la “Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera”. Pero Lenin, por sus ideas, fue desterrado a Siberia en 1898. Ese año, nueve delegados de organizaciones obreras celebraron el primer Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Lenin siguió con interés este primer intento, firmemente apoyado por la Segunda Internacional. En el destierro Lenin había pensado mucho en la necesidad de ese Partido. Ya había escrito varios folletos sobre el tema, pero era necesario enfrentar a quienes creían que en Rusia la fuerza hegemónica del cambio debían ser los campesinos. Definir cuál era la clase de vanguardia determinaba qué tipo de partido era necesario. Por eso en 1899 Lenin, aún desterrado, escribió “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Allí se demostraba con estadísticas minuciosas que la formación del Mercado Capitalista acentuaba las contradicciones de clase en el campo; que la clase obrera en expansión podía y debía crear su Partido y recibir el apoyo de los campesinos pobres, también beneficiarios directos de la revolución. El destierro impedía participar directamente en la polémica, pero era un buen aprendizaje sobre los caminos clandestinos de la propaganda. Los artículos de Lenin no sólo llegaban al proletariado ruso; traducidos en imprentas clandestinas del Cáucaso se reeditaban en azerí, armenio, georgiano y uzbeko y generaban un gran impacto sobre el proletariado organizado y en lucha. Por eso, resultó claro para los revolucionarios desterrados que la creación de un periódico partidista clandestino era, en esa etapa, una herramienta formidable, no sólo para difundir las ideas del Partido en formación sino para organizar el propio partido a través de la circulación clandestina del periódico. Se le llamó “Iskra” (chispa) pues, decían, “de la chispa nacerá la llama”. Fue precisamente en un ejemplar de “Iskra” de 1901 donde Lenin publica el artículo “¿Por dónde empezar?” y escribe la frase que luego será consigna: “El periódico no es sólo el difusor colectivo, sino el organizador colectivo”. El sector “moderado” de la socialdemocracia rusa, con más recursos y con el apoyo de la Segunda Internacional, finalmente copó la redacción de Iskra y cambió su mensaje; pero el sector revolucionario (los “viejos iskristas”) ya habían consolidado sus células en todos los puntos de concentración proletaria del inmenso imperio. La nueva “Iskra” oportunista no entró a los hogares obreros. En 1902, apoyado en la red clandestina, volvió a circular un importante trabajo de Lenin: “¿Qué hacer?”. Allí habla claramente de las dos corrientes cada vez más distanciadas en el seno del POSDR y desenmascara las diversas formas que en el movimiento obrero mundial reviste la claudicación oportunista del sector “moderado”, que renuncia a la preparación revolucionaria del Partido. Las células eran las organizaciones de base del sector revolucionario del partido. Relativamente legales (o con fachada legal) en el exilio, ilegales dentro del Imperio, la célula tenía características inspiradas en los avances de la Biología. Cada célula tenía su crecimiento, su reproducción, su función específica; compartimentada, se comunicaba con el resto del Partido en flujos de ida y vuelta, para garantizar la democracia partidista y al mismo tiempo acatar el centralismo, el que garantizaba que los militantes actuaran como un solo puño.
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