Columna: La revolución de Octubre y el Partido (II)
- La Juventud Diario
- 7 jun 2017
- 3 Min. de lectura

Escrito por Gonzalo Abella Integrante del Coordinador Nacional de la UP
Ya en la Antigüedad se formaron partidos. Algunos reflejaban contradicciones internas entre diversas capas de la misma clase dominante. La burguesía en ascenso creó el primer partido mundial: la Masonería. Su estructura estaba preparada para enfrentar la represión feudal y avanzar por caminos abiertos y subterráneos hacia el Poder, un Poder que no pensaba compartir con los “oscurecidos” sectores populares. En el siglo XIX, La Masonería en nuestro Continente fue independentista pero contraria a los líderes populares. Éstos, por su parte, alinearon en un solo Partido, que se llamaba genéricamente Partido Criollo, y usualmente era dirigido por el Estado Mayor del pueblo en armas. El ala radical de los patriotas, y las comunidades afroamericanas insurrectas, intentaron forjar democracias populares. No fue necesario allí el pluripartidismo. Pueblos y sectores insurrectos buscaron fortalecer una herramienta política única, bajo cuya protección armada surgían formas de autogestión popular y plurinacional. Mientras tanto, Occidente fue testigo de la expansión de la clase obrera en Europa, prácticamente contemporánea de las independencias latinoamericanas y caribeñas. En Europa las democracias burguesas recurrieron al pluripartidismo para lograr el reparto y la alternancia entre los sectores dominantes. En cambio, la clase obrera tenía otras urgencias y la necesidad de un Partido Único para impulsar sus luchas. Desde luego, la convicción obrera de la necesidad de su Partido propio, fue un proceso largo en el cual incidieron dos factores: la experiencia propia de la lucha reivindicativa y la teoría del Socialismo Científico desarrollado principalmente por Marx y Engels. Por el camino quedaron otros intentos valiosos pero fallidos: las expresiones espontáneas de los anarquistas, la violencia de pequeños grupos justicieros aislados del pueblo y el reformismo gradual de los moderados. En 1948 Marx y Engels escribieron el “Manifiesto del Partido Comunista”. 20 años después nace el primer Partido Obrero Mundial, que se llamó “Asociación Internacional de los Trabajadores”. El himno de esa Internacional se entona hasta hoy. Cuando en 1871 fue ahogado en sangre el primer gobierno obrero en París, la Internacional fue brutalmente perseguida hasta que prácticamente desapareció. Este Partido Obrero Mundial renació a fines de ese mismo siglo XIX, y entonces se le llamó “Segunda Internacional”; pero ya no era el mismo. El capital financiero ahora ejercía una opresión capitalista feroz sobre pueblos lejanos. La inmensa riqueza acumulada, que viajaba devuelta a las casas matrices, le permitía sobornar capas acomodadas de la clase obrera europea, especialmente en Francia, Inglaterra y Alemania. Los partidos obreros (llamados “partidos socialdemócratas”) de esos países desarrollados fueron controlados por una “aristocracia obrera” oportunista, que se limitaba a negociar mejoras salariales y frenaba toda acción revolucionaria. Pero lo que se sofocaba en Europa Occidental amenazaba explotar en Europa Oriental. En la inmensa Rusia surgían dos zonas de rebeldía obrera: la vasta región entre Moscú y Petrogrado, por un lado, y en los pozos petroleros de la parte asiático del Imperio, por otro. En Rusia se unían la explotación de clase con el saqueo extranjero: monopolios europeos y norteamericanos eran los propietarios de los principales medios de producción y aún de la tierra en las zonas petroleras. Y a ello se sumaba la discriminación feroz contra las minorías nacionales: en la zona Occidental esta discriminación apuntaba contra los cosacos de las estepas del Sur y se extendía hasta los pueblos del círculo polar, pasando por minorías polacas, judías gitanas y otras ; en la región Oriental, la discriminación incluía importantes poblaciones musulmanas, reprimidas por un Imperio cuya religión oficial era el Cristianismo en su versión Ortodoxa, la cual, manipulada por el Imperio, se había vuelto herramienta de represión e intolerancia. A comienzos del siglo XX en Rusia se formó también un Partido Socialdemócrata Obrero (POSDR) pero su ala revolucionaria se sintió rápidamente ahogada por la dirección de la Segunda Internacional. Correspondió a Lenin y sus compañeros tomar una decisión dramática: romper con el Partido Obrero Mundial, con aquella Internacional que en su primera época habían impulsado Marx y Engels. Lenin nos da así una inmensa lección: el mejor partido puede echarse a perder, y hay tiempos en que no hay nada más revolucionario que romper con una herramienta traicionada.
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